El futuro será igual al pasado, por Jaime Bedoya
El futuro será igual al pasado, por Jaime Bedoya
Jaime Bedoya

En los años ochenta el niño peruano amenizaba los momentos previos a sus labores educativas visualizando noticieros protagonizados por traumáticas novedades acerca de atentados terroristas, asesinatos de policías y autoridades civiles baleadas o reventadas con explosivos en un momento cotidiano de sus vidas: subiendo a sus autos, camino al trabajo, cuando pensaban en qué almorzarían ese día.

El drama era atenuado por la diaria visita a mercados donde, con la emblemática escena de amarillentos pollos muertos engalanando los puestos de venta de alimentos, se reportaba un índice económico vernáculo que por entonces era tan o más importante que la cotización del oro o el petróleo: el precio del kilo del ave.

El relajo final consistía en la exploración matemática en torno a las posibilidades de clasificación del seleccionado nacional de fútbol al mundial más próximo en el tiempo.

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En los noventa el niño peruano amenizaba los momentos previos a su formación escolar observando noticieros caracterizados por chocantes y cruentos accidentes de tráfico, donde lo repetitivo era la presencia de un brutal deseo de muerte expresado en manejos contra el tránsito, en aparente estado de ebriedad, o poniendo escépticamente a prueba la inmortalidad peatonal, posibilidad que no pocos credos religiosos avalan con un noble propósito ajeno a aquel morboso test.

La impresión que provocaba este diario pasar revista de una masacre motorizada era atenuada por la actualización biográfica de los principales baluartes del espectáculo local, pujante rubro periodístico —cuando no antropológico— que resurgía bajo el calificativo de farándula. Quién dormía con quién, quién mentía a quién, big data de la promiscuidad pública intercalada por el detalle actualizado de las últimas mejoras quirúrgicas que cada una de estas personalidades se autoinfringía a favor del soberano, el respetable, su majestad el público.

La cereza sobre esta torta relajante consistía en la exploración matemática en torno a las posibilidades de clasificación del seleccionado nacional de fútbol al mundial más próximo en el tiempo.

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En los años dos mil y pico el niño peruano ocupa las horas muertas previas a dirigirse al centro de estudios que hará de él un mejor ciudadano bajo la tutela eléctrica de noticieros donde el plato de fondo es el feminicidio del día, el pederasta de la semana, el sicario de la quincena, y el expresidente del mes introduciendo el empeine derecho en las nuevas instalaciones carcelarias que, a todo pique, se vienen implementando en el fundo Barbadillo, forzoso centro de retiro del mandatario peruano con pericias cleptómanas.

La distensión de las impresionantes escenas anteriores viene de la mano de la sostenida minucia en torno a las destrezas físicas de una nueva promoción farandulera propensa a la halterofilia y la confusión generalizada respecto a nociones de cultura general.

El desfogue optimista final se concreta con la pronta exploración matemática en torno a las posibilidades de clasificación del seleccionado nacional de fútbol al mundial más próximo en el tiempo. Ahora sí se puede.

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