Keiko y Kaín
Keiko y Kaín
Jaime Bedoya

“Hermano, vamos a dar un paseo”, son las últimas palabras que Abel escuchó de Caín según fuente bíblica. Modismo que luego se habría de instalar como eufemismo siciliano del anuncio de una terminación laboral definitiva, sin retorno ni AFP. La consecuencia de esa caminata fraternal sería el primer asesinato mítico de la historia, un fratricidio por maxilar de jumento. O de burro, que suena más bestia.
    Pasa en las mejores familias. Y también con los Fujimori. Salvando las distancias históricas y adaptando mutatis mutandis las circunstancias, el paseo sería ahora la campaña electoral y la quijada de burro el tuit de Kenji. O, si prefiere, el burro de Kenji le dio en la quijada a Keiko con un tuit. Cuestión de sintaxis.
    La rivalidad fraternal es conocida y sufrida en todo hogar temeroso de Dios. Si bien la visión sicológica actual del tema establece que el conflicto no debiera ser estado natural de la fraternidad, qué va, Freud elaboró acerca de la competencia entre hermanos por el amor parental. En lo de Keiko y Kenyi no hay nada ajeno a la disfuncionalidad previsible, y hasta entrañable, de cualquier familia más o menos normal, rayada como nalga de cebra. La situación cambia cuando el poder en disputa no se refiere al dominio del control remoto sino a la postulación presidencial. Pasamos al ámbito de una pataleta dinástica.
    Lucha y controversia se instalan en esta dinámica que pugna por el reconocimiento, donde el orden de nacimiento establece prerrogativas a la par que contingencias. La primogénita es la especial y sucesora natural. Pero el benjamín es el príncipe inimputable: una tormenta perfecta en la atribución de preferencias filiales no dilucidadas.
    Son memorables los paseos de Alberto con Kenyi, momentos de iniciación y formación vital. Tal como el día que capturaban a Abimael Guzmán mientras padre e hijo pescaban pejesapos en la selva. Excursiones que luego, ante las ocupaciones propias del cargo paterno, derivaron en aquellas horas solitarias del vástago presidencial registradas en video: la exploración hipnótica del ilícito peinado de Vladimiro Montesinos en la claustrofobia de la vida familiar en el Servicio de Inteligencia, o las incomprendidas muestras de cariño hacia su mascota Puñete con un helicóptero del Ejército Peruano de fondo.
    Al mismo tiempo fue Keiko quien gozó del privilegio de una educación extranjera enfocada en la excelencia académica, sin tener que estar necesariamente enterada de su sustentación económica, minucia contable. Esta dedicación al estudio fue premiada con el título de primera dama[1]. Que si bien no tenía funciones reales, por lo menos le permitió pintar las paredes de Palacio de Gobierno con un jaspeado en variaciones del rosa, añadiéndole una línea más a su biografía política.
    El dilema no es menor. Acaso la respuesta, tal como el inicial fratricidio fundacional, esté en las escrituras. Dios le pidió a Abraham el sacrificio de su hijo Isaac como muestra de amor. Al ver la disposición y obediencia de este, ya daga en mano, le evitó el trance. Don Alberto podría mostrar la disposición de Abraham pero al cuadrado: ninguno va, ni ahora ni en el 2021. Pasarían las tardes los tres juntos disfrutando de la invalorable armonía familiar, haciéndole llevadero al padre el manejo de la bancada congresal. No hay puerta más grande que la del sacrificio.

[1] Puesto que quedara vacante ante la incompatibilidad de caracteres y la injerencia del legado de Nikola Tesla en esto.

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