Manejando por Detroit
Manejando por Detroit
Jaime Bedoya

Manejar es un placer olvidado por los peruanos. Controlar motor y maquinaria de uno de los inventos que define la civilización, el automóvil, es un disfrute perdido a fuerza por la precariedad de las circunstancias. 
    Qué nostalgia por el discurrir fluido de la armónica sincronización de timón, embrague, freno y acelerador. Qué melancolía por el viento en la cara, sin necesidad de una ventana permanentemente cerrada, polarizada y antiimpacto de por medio. Qué añoranza por el paisaje en movimiento, atención visual ocupada ahora en divisar presencias sospechosas —un auto sin placas, un patrullero— en el camino.
   
Esta pérdida se revierte al enfrentar el manejo en las carreteras de otra nación. En este caso se trata de los Estados Unidos y de la vía interestatal I-75, el sétimo camino más largo del país, que atraviesa seis estados y que en casi toda su ruta dispone de seis carriles aun en zonas rurales y descampadas. Un goce orgásmico para el conductor sensible al rodamiento del caucho sobre el asfalto, esa fricción libidinosa.
   
La etiqueta de carretera se deja notar prontamente. Para empezar, contraviniendo el bagaje nacional intrínseco, las reglas se respetan. Ese pacto tácito transforma en un ballet a una marea de autos a 120 kilómetros por hora, interactuando protocolos silenciosos que incluyen dar aviso de la cercanía de un state trooper, la autoridad incuestionable. 
   
El mito urbano dicta que los vehículos policiales están enchulados con misteriosos equipamientos que les permiten una performance superlativa. A lo cual se le suma que estos policías definitivamente no vendan tickets para kermeses en horas de servicio. Tendrás razón pero vas preso.
   
En el manejo largo por carretera, la música supone una compañía trascendental. La variante aleatoria de la radio, es decir, ceder ante la posibilidad del efecto sorpresa, amplifica el evento. Es curioso que la I-75 termine su recorrido en Michigan, cuya capital fue alguna vez Detroit[1], pues la primera canción en presentarse en la radio del auto es la notable “Brass in Pocket”, de The Pretenders. Este tema encierra una legendaria y críptica frase referente a Detroit:
    Got motion, restrained emotion
    Been driving, Detroit leaning
    No reason, just seems so pleasing

    Gonna make you, make you, make you notice
    Detroit fue la ciudad donde floreció la industria automotriz norteamericana, lo que le valió el apelativo de Motor City. Fue también el lugar donde nació la disquera Motown (nombre derivado a su vez de Motor Town), que consolidó el acervo musical negro. Tierra de autos y música.
   
Nadie sabe exactamente cómo, pero entre el legado automotor y el swing negro se generó un estilo de conducción, el Detroit leaning: manejar con una sola mano, arrimado de lado sobre el asiento. La razón funcional para manejar así no existe, es únicamente estilo. Como lo canta Chrissie Hynde, solo parece ser muy placentero. 
   
Puesta a prueba, lo es.

[1] Detroit viene del francés estrecho, en alusión al río del estrecho del lago Erie. No tiene nada que ver, como supone el peruanismo, con una referencia a un punto de ingreso trasero —“por Detroit”—, análogo a la figura también seudogeográfica de “por atroya”.

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