Germán Leguía, Cachito Ramírez, Julio César Uribe, Otorino Sartor, doctor Darío Gonzales, doctor Jorge Alva, Héctor Chumpitaz, Hugo Sotil.
Germán Leguía, Cachito Ramírez, Julio César Uribe, Otorino Sartor, doctor Darío Gonzales, doctor Jorge Alva, Héctor Chumpitaz, Hugo Sotil.
Jaime Bedoya

“Unas palabras para Chancay”, pide un colega que me empuja una handycam muy cerca de la nariz, que breve no es. Antes de poder preguntar a propósito de qué, el camarógrafo empieza a grabar y cuenta a su audiencia chancayina que ha venido hasta Lima acompañando en ese memorable periplo a un exmundialista y campeón de la Copa América, hijo predilecto de Huaral por gracia de Dios. El susodicho, firmando autógrafos al lado, sigue la escena de reojo con una mirada cansada que podría confundirse con entristecida.

Reconozco al héroe. El recuerdo infantil agradecido y veloz se escapa hasta esas primeras lecciones de cómo dominar la acrobacia de la voladita, privilegio aéreo de quienes nacen bajo la responsabilidad de los tres palos.

El huaralino nos hizo campeones de la Copa América de 1975, infectando a la hinchada de ese veneno virtuoso y adictivo que es el triunfo. Aquel que se mastica y come, no el moral, con que nos acalambramos las muelas durante treinta y seis años. A él le tocó resguardar la portería nacional, siendo inamovible en los nueve encuentros que supuso el campeonato. Era identificado ante la ley y los hinchas por un nombre imposible y un apellido de mago: Otorino Sartor.

En el Mundial de Argentina 78, el recién nacionalizado Ramón Quiroga lo postergó a la banca. Sartor fue al mundial, pero no jugó. Don Otorino, ya base siete, sigue inmenso y distinguido. Hace gala de la impronta vigilante que a los guardapalos les viene natural.

Otro mundialista, de nombre reconocido y querido, no contesta el teléfono para no tener que enfrentar cobranzas de bancos y de tiendas por departamentos. Por su parte, el exseleccionado peruano Javier el “Muerto” Gonzales honró tristemente su nombre de guerra futbolero hace poco: amigos y compañeros tuvieron que hacer una colecta para comprarle un ataúd. “Yo no dejé al fútbol, el fútbol me dejó a mí”, fue su frase tristemente memorable.

Si Julio César Uribe jugara ahora, dicen, sería multimillonario y estaría en Europa. Felizmente Uribe es de los que no se quedaron solamente en el fútbol y se construyó una vida, se preparó y tiene carrera tanto de entrenador como de periodista televisivo. Pero hay otros compañeros suyos que no guardaron pan para mayo. Ni siquiera para abril. ¿Para cuándo un seguro de salud, uno de vida, para los que fueron mundialistas? Bien merecida la gratitud y ventajas de las que goza la actual selección: se lo merecen. Pero hay otros que están esperando desde 1970.

Es fácil olvidar que detrás del ídolo hay una persona. Esta noche, en la presentación del libro, estos ídolos que también son personas se plantan frente a la prensa y los admiradores, a quienes una dulce urgencia les requiere que sus héroes firmen sus libros. Son un lujo. En otro país estarían entre algodones.

Hugo Sotil pide una silla, no puede estar de pie tanto tiempo. Héctor Chumpitaz le imprime al acto autógrafo una solemnidad majestuosa mientras su caligrafía minuciosa hace filigranas y adornos gráficos prescindibles pero que caben dentro de las legítimas prerrogativas del capitán. Pacientemente atendieron un desbordado requerimiento de nostalgia actualizada.

Están viejos, tal vez cansados. Pero arropados en cariño que no caduca.

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