Fuguet vuelve a la no ficción para contar su adolescencia y juventud marcadas por el cine y la literatura.
Fuguet vuelve a la no ficción para contar su adolescencia y juventud marcadas por el cine y la literatura.
José Carlos Yrigoyen

“Fuguet es total. Leerlo es big fun”, escribió el crítico chileno Camilo Marks al hacer su reseña sobre Sobredosis un cuarto de siglo atrás.

Un cuarto de siglo después, leer a Fuguet sigue siendo big fun, pero a esa prosa ágil y a sus historias dinámicas y eficaces ha agregado algo que solo el tiempo, la paciencia y la madurez conceden: conocimiento. Y una mirada distinta, original.

Cierto es que esto no es algo reciente. Ya desde Missing (2009) se percibía un sensible salto adelante en comparación con sus primeros libros, publicados a lo largo de los noventa. Fuguet asumía una indagación en el pasado privado y colectivo que tiene como meta ir más allá del malestar y la crisis interna que expuso tan bien en su primera etapa literaria. Se ha dedicado a escarbar en sus orígenes, en sus años de formación, y a analizar sin limitaciones las punzantes aristas de su sexualidad. Es así como sus últimas novelas (No ficción, 2015 y Sudor, 2016) exploran los cuerpos y los espacios del deseo homoerótico con una versatilidad, arrojo y precisión que muy pocos autores latinoamericanos han demostrado hasta la fecha (como es el caso de Manuel Puig o de Mauricio Wacquez). Algo de esto, entre muchos otros asuntos, puede encontrarse en VHS. Unas memorias, uno de los mejores y más complejos libros que Fuguet ha dado a la luz.

“Mientras más envejezco, más optimista me vuelvo”, dijo el notable poeta brasileño Ferreira Gullar. El Fuguet de este volumen podría suscribir sin problemas esta frase. Desde una perspectiva alegre, cálida y nostálgica, pero a la vez autocrítica y a veces brutalmente sincera, desarrolla una autobiografía que parte de su experiencia como cinéfilo y crítico. Solo que esta vez trasciende las bien marcadas fronteras de Las películas de mi vida (2003), libro en el que realizó un ejercicio similar bajo la máscara de Beltrán Soler. El ángulo no ha cambiado, pues afirma: “Esta es la forma en que quiero seguir aproximándome a todo, aunque sea poco seria y adolescente” (p. 257); sin embargo, su mirada teenager no es la misma de las películas de John Hughes (a las que dedica un capítulo sobresaliente); es decir, esa en la que “el problema no es el mundo exterior, es el mundo interno” (p. 265).

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NOVELA

VHS. Unas memorias
Editorial: Literatura Random House, 2017
Páginas: 425
Precio: S/88,00

No, no lo es. Porque Fuguet, mientras se asedia a sí mismo, reconstruye una época. Sí, nos enseña sus afiches, sus casetes con las películas que los marcaron y diversa memorabilia (otro capítulo destacable: el de las completas y arbitrarias guías de Leonard Maltin), y a partir de esos objetos e imágenes narra momentos estelares de su pubertad y juventud en los que el aprendizaje sexual, la soledad y los avatares de su familia separada son preponderantes y condensan bien la circunstancia de un muchacho que se va convirtiendo en escritor. En paralelo, restituye a través de sus recuerdos y reflexiones una sensibilidad perdida, irremplazable: la de aquellos que crecieron entre los años setenta y ochenta dentro de un ámbito conservador y adverso (en Chile estaba Pinochet; en Estados Unidos, Reagan), pero que secretamente guardaba refugios de fulgor, sobrecogimiento e inocencia: una película de Molly Ringwald, Keith Gordon o Paul Schrader. Lo hace con la visión del fan, pero no la del fan que fue en esos años de plomo, sino con la de hombre que ha envejecido y tiene, a la vez que amores inquebrantables, algunos ajustes de cuentas por saldar.

Y los salda. Ahí hay directores y películas que son puestos en su sitio, como Partners, que le hirió, le produjo una profunda vergüenza y lo aterró en su condición de gay aún no asumido y temeroso cuando la vio a comienzos de los ochenta; aquí la destroza con una rabia justiciera y contenida desde tiempos remotos. Pero la mayor impugnación la hace consigo mismo, cuando se reconoce autor de una “cobarde e infame” crónica que redactó en su juventud sobre una razia de homosexuales en un cine porno de Santiago, episodio que constituye un duro aterrizaje para un libro en que la ensoñación, curiosidad y los iniciáticos deslumbramientos marcan la pauta. Exactamente como sucede en la vida.

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