Otros padres
Otros padres
Jerónimo Pimentel

El primer padre es fácil de imaginar. 
    Hay que pensar, para llegar a él, en la ruta a Barbadillo: Nicolás Ayllón, Carretera Central y, algunos kilómetros antes de Santa Clara, acordarse de doblar en algún momento a la derecha. El paisaje es el de la ciudad dejando de serlo; se esparce hacia todas las direcciones y, camino a la aridez montañosa, camino al zoológico de Huachipa, una prisión acoge al reo más notorio del país. 
    El expresidente tiene régimen ordinario y recibe visitas tres veces por semana. Algunos viejos aliados, el abogado de turno, representantes de la colonia japonesa, políticos en busca de intervención, empresarios, simpatizantes, la fauna usual. Pero este domingo será diferente. La hija mayor llegará con sentimientos encontrados. Diez años de campaña después y con dos derrotas a cuestas, su realidad política es un presente griego. La bancada de Fuerza Popular deberá mostrar su carácter en un dilema autoimpuesto: ayudar a la gobernabilidad o sabotearla. Si ocurre lo primero, corren el riesgo de perder identidad pero tendrán la recompensa de reducir su carga antisistema, que tantas derrotas les ha traído; si ocurre lo segundo, el escenario del 2021 será más complicado aún de cara a la coalición emocional que se forma cada cinco años, por inercia, para impedir que ese apellido vuelva a alcanzar la presidencia. 
    ¿Qué pensará el patriarca, el poseedor de esa herencia que ella ha calificado como una “mochila pesada”? Él, que por las buenas o por las malas nunca perdió una elección. Él, que ostenta el extraño récord de haber vencido en comicios a los dos peruanos más prestigiosos del siglo XX. ¿Él le perdonará las derrotas? ¿Creerá que es parte del camino tradicional en la construcción del partido? ¿O la verá como una reivindicación fallida? ¿Como un error que ya urge remediar?
    Estas preguntas deben cobrar una forma verbal camino a Barbadillo en la cabeza de ella. Pero también en las ansias del hermano menor. Es el congresista más votado de la historia de la República y se ha opuesto públicamente a no tener protagonismo en la dinastía. No le perdona a la candidata haber ideado la estrategia del deslinde a medias. Le parece una ofensa el compromiso público de negarse a indultar al padre. En el nivel simbólico, ha contestado simbólicamente: se negó a votar.
    Piense, lector, por un momento: ¿tienen los dictadores encarcelados derecho a definir su sucesión?
    Insista: ¿quién le dirá “feliz día” primero?

* * *
El segundo padre es fácil de imaginar, pero también requiere un decorado. 
    Hay pocos lugares más solitarios que Palacio. Pero más desolado aún es Palacio a punto de ser desalojado, cuando los empleados, serios y almidonados —así nos parecen desde el otro lado de las rejas—, habituados por fin a las maneras de los habitantes temporales, ya esperan a los nuevos inquilinos, y la sensación que gana es la de los días contados y los problemas, inevitables, por venir: otros huéspedes, otras costumbres, otros horarios, otros gustos. 
    Imagine, quiero decir, a los Humala Tasso. Y trate de entender que el poder es la única droga que te deja.
    Luego corresponde complicar la imagen y analizar el panorama familiar. Por ejemplo, constatar que el hermano del presidente ha estado preso durante todo su mandato a pesar de que este ha tenido, durante esos cinco años, la atribución constitucional de indultarlo. Los padres del mandatario le han rogado que se compadezca de su hermano, a quien en su alucinada visión del mundo consideran una suerte de preso político, y lo libere. Total, ya no tiene mucho que perder: en menos de dos meses entregará la banda presidencial y su futuro, en adelante, no se muestra auspicioso. Los buenos gobiernos tienen la excusa de la continuidad para buscar la reelección; los malos, la reivindicación del desastre. Los regímenes mediocres, en cambio, no tienen motivo. El tiempo los devora junto a todo aquello que no tiene importancia y pasan, más pronto que tarde, a ser números, cronología, estadística.
    El patriarca tiene 85 años, ha creado una ideología intelectualmente dudosa, pero ha logrado que tres de sus diez hijos tengan o hayan tenido aspiraciones políticas. Al que triunfó, sin embargo, no lo puede ver; y lo ha fustigado tanto a él como a su nuera en cuanta ocasión ha tenido. A ocho semanas de que acabe su gestión, Isaac ha de decidir: ¿fuerza un último intento de interceder por Antauro? ¿Sería capaz de provocar una reunión final para que la familia se recomponga de cara a los difíciles años por venir, aquellos que estarán marcados por los juicios, las investigaciones y la presión política? ¿O tal vez cree que su legado ha sido maculado por un gobierno entreguista, que el mejor de sus vástagos ha sido doblado por el sistema, y considera que este no merece ya su consideración?
    Piense: ¿vive tranquilo quien ha preparado durante toda su vida a sus hijos para llegar al poder y, una vez alcanzado este, uno de ellos gobierna a contracorriente del pensamiento impartido?
    Insista: ¿Ollanta le dirá a Isaac “feliz día” y este devolverá el saludo al padre de Illary, Nayra y Samín?

* * *
Después de los 25 años nadie puede echarle la culpa a sus padres de sus desgracias. Casi nadie.

Contenido sugerido

Contenido GEC