Detalle de Fulfillment (El abrazo), obra de Gustav Klimt. La comprensión del otro tiene componentes evolutivos, éticos y subjetivos.
Detalle de Fulfillment (El abrazo), obra de Gustav Klimt. La comprensión del otro tiene componentes evolutivos, éticos y subjetivos.

Por. César Escajadillo
Uno de los hitos que marca la transición entre el pensamiento moderno y el contemporáneo fue la intuición —compartida por un grupo de historiadores, filósofos y científicos sociales, quienes se oponían al positivismo— de que las ciencias humanas poseen un método propio que las singulariza y distingue de las ciencias naturales. A mediados del siglo XIX, el filósofo alemán Droysen hizo explícita esta intuición al introducir la distinción metodológica entre explicación y comprensión. Con ella, Droysen pretendía dotar a las ciencias humanas, como la Historia y la Filosofía, de un método particular y único: el método de la comprensión o Verstehen.

A diferencia de la explicación, la que busca dar cuenta de los fenómenos subsumiéndolos bajo regularidades naturales, la comprensión aspira a capturar el sentido que tuvo un texto, una acción u obra de arte para el sujeto que la produjo. La particularidad de este método es que contiene un componente psicológico ausente en la explicación: la capacidad de identificarse imaginativamente con el sujeto al que se busca comprender, ya sea asumiendo su perspectiva de la realidad o poniéndonos en su lugar, como se diría hoy de manera coloquial.

Un siglo y medio después, el panorama de la ciencia ha variado significativamente como resultado de la aparición de nuevas disciplinas, muchas de las cuales ya no pertenecen en sentido estricto a ninguno de los grupos disciplinares involucrados en la controversia original. Pese a ello, la pregunta acerca de la relación entre las ciencias sociales y humanas y las ciencias naturales sigue estando abierta y más viva que nunca. Y es que lo que a simple vista podría parecer como una discusión procedimental sobre los métodos que dividen a un conjunto de disciplinas de otras atañe, en el fondo, a una de las preguntas perennes de la filosofía: la pregunta por el lugar que ocupan la mente y el ser humano —al que concebimos como un ser libre, autónomo y moralmente responsable— en un universo físico gobernado por leyes naturales que no son creación nuestra.

—El comportamiento humano—
El libro de Pablo Quintanilla La comprensión del otro: explicación, interpretación y racionalidad, publicado por el Fondo Editorial de la PUCP, se sumerge de lleno en estas preocupaciones con el objetivo de dilucidar la naturaleza de la comprensión, esto es, para esclarecer qué significa comprender a una persona, o a un conjunto de personas, y qué distingue a la comprensión de otras maneras de entender lo que ocurre. La comprensión se examina desde una mirada filosófica que integra y entra en diálogo con otras disciplinas, como la psicología, antropología, lingüística y las ciencias cognitivas. La diversidad de los temas tratados —los que incluyen la atribución psicológica, la irracionalidad, la explicación dentro de comunidades epistémicas, la interpretación de las metáforas y el problema de la relación mente-cuerpo— constituyen, en palabras del autor, “una especie de mosaico en que solo se llega a tener una visión de conjunto cuando varias de las piezas ya están en su sitio” (p. 21). Ello asegura que la obra será de interés no solo para especialistas en filosofía y otras disciplinas afines, sino también para un público más amplio interesado en conocer los fundamentos conceptuales que subyacen al estudio del comportamiento humano, tanto el individual como el colectivo.

—Comprender y explicar—
Una de las principales tesis que defiende el autor es que la comprensión emerge a partir de la relación recíproca que se da entre un intérprete, un hablante o agente a ser interpretado y un mundo compartido por ambos. Estos tres elementos son interdependientes y confluyen entre sí y generan un espacio compartido que es, a fin de cuentas, el de la comunicación y la comprensión. La particularidad de este espacio es que no pertenece a ninguno de sus ocupantes ni al mundo considerados de manera aislada, sino al vínculo que une a los tres como si se tratara de los vértices de un triángulo. Se trata, en definitiva, de un espacio conceptual que es a la vez relacional y triádico.
La tesis se inspira en el modelo de la triangulación desarrollado por el filósofo estadounidense Donald Davidson, formulado para dar cuenta de las condiciones de posibilidad del pensamiento con contenido proposicional y la adscripción de significados. En la versión del modelo que ofrece Quintanilla, la propuesta davidsoniana es enriquecida por una lectura del triángulo que reconoce las implicancias éticas, imaginativas y de transformación del espacio conceptual que configura. Otra influencia reconocible a lo largo de la obra es la tesis que Davidson bautizó como “monismo anómalo”, el cual sostiene que mente y cuerpo son conceptos que pertenecen a dos descripciones diferentes, la psicológica y la física, respectivamente. Quintanilla interpreta esta tesis como una forma de monismo de doble aspecto.

En este punto convergen dos de los principales intereses de la publicación. De un lado, presentar a la comprensión como un fin al que aspiran las disciplinas que estudian la agencia y subjetividad humanas, el cual es distinto de la explicación y del fin que persiguen las ciencias de corte más empírico; de otro lado, ofrecer una visión de las personas que, sin renunciar a su condición de seres físicos y biológicos, son capaces de actuar de manera intencional (libremente) y generar cambios en el entorno que los rodea. Si bien ambos intereses conviven en una tensión permanente, la obra logra armonizarlos ubicándolos en un equilibrio reflexivo como el que caracteriza a la mejor filosofía.

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