Héctor López Martínez

El 16 de diciembre de 1822 el Congreso Constituyente aprobó las “Bases de la Constitución Política del Perú”, documento que constaba de 24 artículos preparado por la comisión integrada por Justo Figuerola, Francisco Javier de Luna Pizarro, Hipólito Unanue y Manuel Pérez de Tudela. Este último respaldó sólidamente la forma republicana de gobierno. Las “Bases” fueron muy útiles para la redacción de la fugaz Constitución de 1823, la que según José Pareja Paz Soldán confundía política, virtud y moralidad. Su artículo 14°, por ejemplo, decía que era indigno del nombre peruano “el que no fuera religioso, el que no amara la patria, el que no fuera justo y benéfico, el que faltase al decoro nacional y el que no cumpliese con lo que se debe a sí mismo”. Lo cierto fue que Pérez de Tudela era cumplido poseedor de todas esas buenas prendas y otras más como pudieron comprobar sus coetáneos en numerosas oportunidades.

Manuel Pérez de Tudela Vílchez nació en Arica en 1774. Vino tempranamente a Lima para educarse en el Colegio de San Ildefonso y, posteriormente, en la Universidad de San Marcos, donde obtuvo el título de abogado en 1796. A partir de ese momento ocupó cargos púbicos y cátedras en su alma mater universitaria. Ya entonces era reputado liberal y vivía intensamente el clima libertario junto a José de la Riva Agüero, el Conde la Vega del Ren y otros patriotas. Pérez de Tudela fue uno de los corresponsales secretos más importantes del general José de San Martín proporcionándole información variada e importantísima. Por entonces (1819) era regidor del Cabildo limeño donde anteriormente se había desempeñado como asesor letrado. Él sería el redactor al Acta mediante la cual el Cabildo capitalino se pronunció en favor de la independencia en el Cabildo Abierto del 15 de julio de 1821.

La figura del patriota y jurista Manuel Pérez de Tudela Vílchez (1774-1863) trasciende en nuestra historia republicana como ejemplo incomparable de servidor del Estado. Foto: Wikipedia / Palacio de Justicia
La figura del patriota y jurista Manuel Pérez de Tudela Vílchez (1774-1863) trasciende en nuestra historia republicana como ejemplo incomparable de servidor del Estado. Foto: Wikipedia / Palacio de Justicia
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En el Protectorado

Durante el Protectorado de San Martín, Pérez de Tudela fue nombrado fiscal de la Alta Cámara de Justicia y recibió la Orden del Sol. Fue diputado por Arequipa en el Congreso Constituyente de 1822 y durante el trágico 1823, por razones amicales, acompañó a Riva Agüero como ministro de Hacienda y terminó deportado en Chile. De regreso al Perú, nos representó en el Congreso Anfictiónico de Panamá convocado por Bolívar (1826) y a partir de 1831 se incorporó a la Corte Suprema de Justicia, hasta su jubilación. Fue ministro de Gamarra y de Castilla y también en algunos regímenes interinos como los de Andrés Reyes y Justo Figuerola.

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La figura de Manuel Pérez de Tudela trasciende en nuestra historia republicana como ejemplo incomparable de servidor del Estado. A propósito de ello, decía El Comercio: “El señor Pérez de Tudela tuvo una cualidad muy valiosa como ciudadano y hombre público: la austeridad y pureza de sus costumbres privadas. Si el hombre tiene el deber, como simple particular, de respetar la moral y vivir con dignidad y respeto por los demás y por sí mismo, este deber es mucho más imperioso cuando echa sobre sí la grave responsabilidad de mostrarse ante sus conciudadanos, en el ejercicio de funciones públicas, como un ejemplo culminante. Jamás dejará de ser cierto que un gobernante o magistrado ejerce con sus costumbres privadas una influencia poderosa, aunque pueda parecer insensible, sobre la moralidad de las costumbres públicas. No estamos lejos de creer que un funcionario público, sobre todo si ejerce autoridad fiscal, judicial, legislativa o política, sirve o daña más a la sociedad con los buenos o malos ejemplos que da, que con los actos ostensibles de su empleo que ejecuta en un sentido u otro”.

Un hombre de leyes

Hay una anécdota que recogió El Comercio sobre la pulcritud ética de Pérez de Tudela: “La Constitución de 1839 mandaba al Poder Ejecutivo convocar al Congreso para las reuniones ordinarias que debían comenzar en mayo de cada año. Pérez de Tudela presentó a la firma del general Ramón Castilla el decreto de convocatoria que se debía expedir. ¿Qué decreto es ese?, dijo el presidente. El decreto de convocatoria del Congreso, contestó Pérez de Tudela. ¡Déjese usted de decretos, que usted no entiende de esto!. ¡Cómo es eso, él será el que no entiende!, replicó el ministro enfadado. Usted es un soldado y conoce la guerra, pero yo conozco los deberes que me imponen las leyes. Cuando usted estaba en los cuarteles, haciendo su carrera, yo estaba en los tribunales o en los ministerios aprendiendo a estudiar, obedecer y practicar las leyes. Dicho esto, dejó el decreto refrendado por él sobre la mesa, se fue a su casa y mandó su renuncia. Allí terminó su vida política”.

Daguerrotipo del libertador Ramón Castilla, en 1856.
Daguerrotipo del libertador Ramón Castilla, en 1856.
/ Archivo El Comercio

Manuel Pérez de Tudela falleció en Lima el 15 de marzo de 1863. Su vida fue longeva, 89 años de edad, pudiendo ser testigo de los albores de nuestra independencia, las convulsiones del caudillismo militar y luego el inicio de una etapa más sosegada y productiva a partir de 1845. Su sepelio fue una verdadera manifestación de afecto popular y oficial al magistrado ejemplar. El Comercio lo despidió con estas palabras: “El señor Pérez de Tudela probó con toda su vida que se puede y debe ser hombre público sin dejar de ser hombre de bien; que la rectitud de las convicciones políticas jamás es incompatible con la independencia personal y que es fácil llenar los deberes cristianos con piadosa fidelidad, sin renegar del progreso ni volver la espalda a la libertad y la justicia del mundo profano”.

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