Un cuento dominical: Más allá de nosotros
Un cuento dominical: Más allá de nosotros
Redacción EC

ANDREA CASTAÑEDA FLORIÁN

De repente depositó todo su amor en mi frente y puso el auto en primera. Cinco de la tarde y atrapada en el parabrisas, Neblina, inyectaba pesadas dosis de euforia en nuestras pupilas. Volteo a verlo, se le escapa una sonrisa y coge mi mano, mientras Silencio canta con nosotros.
– ¿Ya pensaste en algún lugar?
– Pensar es lo último que haremos y tú lo sabes mejor que yo –respondió.
Tenía razón, necesitábamos perdernos para que Oscuridad nos encuentre indefensos, huyendo de nosotros mismos y solo entonces caer en los brazos de la noche con ansias de amar.
–¿Imaginaste esto alguna vez?–dijo inquieto
–Más que eso... lo confundía con la realidad. Por eso no cerraré los ojos hasta que regresemos ¿vale?; así no podré decepcionarme si se tratase de un simple sueño.
El auto avanzaba y con él, los colores del cielo pintaban nuestra piel. Siete de la noche y Luna despertaba envuelta en sábanas brillantes. Nos miraba, estoy segura que lo hacía. Pude sentirlo cuando el auto se detuvo y él acarició mis piernas. Habíamos llegado. O al menos eso creía.
–¿Tienes por lo menos alguna idea de dónde estamos?
–Ni una –dijo riéndose. Pero parece que hasta aquí no llega gente. ¿Qué dices, vamos?
-Ya estamos acá, dale acelera.
Era la carretera por donde se iba a la playa, pero no recordaba haber pasado por ahí alguna vez. Doblamos a la derecha y seguimos de frente hasta que logramos divisar donde habíamos ido a parar. Se trataba de un pequeño balneario con no más de veinte casas alrededor y una pequeña plazuela de luces escasas. Fue por eso que no nos tomó mucho tiempo encontrarla.
–¿Quién dejaría abandonada una cabaña como  esta?
–A mí no me preguntes, entremos de una vez –respondí decidida.
Un olor a madera quemada nos abrazó al entrar y sentí a la vida entrar por mi nariz. Y es que nuestras almas quedaban impresas en esas húmedas paredes para recordarnos que aquel era el refugio que tanto habíamos buscado. Dentro no se podía ver nada más que hileras de luz tenue, seguramente las mismas que atravesaban la costa, dibujando trampas para inocentes intrusos como nosotros.
–Ven, mira esto. Parece que por aquí se va a alguna parte –dijo jalándome del brazo. 
Fue cuando subimos esos tres escalones, que Brisa empezó a guiar mis movimientos. Y es que aquella habitación lucía perfecta ante un par de miradas vibrantes que habían perdido lo poco de paciencia que les quedaba. Beso a beso nos convertíamos en olas que resonaban en la orilla de nuestros cuerpos. El mar de deseo se hacía cada vez más profundo y aun sabiendo que podía ahogarme, me adentré a él. Caí directo al fondo sin haber siquiera rozado alguna piedra ni escuchado ruidos ajenos a los cantos de sirena que mecían mi espíritu. Sabía que Paz se encontraba conmigo en ese instante y sin embargo, anhelé estar muerta. Cerré los ojos. Lo sé, prometí no hacerlo pero quería quedarme ahí para siempre: flotando en él. De pronto me faltó el aire y tuve que volver a la vida. A pesar de eso nada había cambiado, porque él estaba a mi lado y era feliz. Lo abracé como nunca antes lo había hecho y recosté mi cabeza en su pecho. Me di cuenta que el “más allá” en realidad no estaba tan lejos y se podía llegar nadando junto a esa persona; así como se encontraba a Luna más allá de Neblina, a Paz más allá de Silencio, y a Brisa más allá de Oscuridad.
–Te quiero –le dije al oído. Te quiero más allá de nosotros.

Contenido sugerido

Contenido GEC