Seguimos preguntándonos ¿Qué sucede dentro de sus cabezas?
Seguimos preguntándonos ¿Qué sucede dentro de sus cabezas?

Por: Juan Luis Nugent

Solo sé que nada sé

No nos merecemos a los perros, eso ya se sabe. En años recientes, por ejemplo, hemos comprobado que entienden palabras e intenciones por igual y pueden saber cuándo estamos tristes o felices. Pero dilucidar mejor sus procesos cognitivos también
podría enseñarnos a ser mejores personas. Un ejemplo para
ilustrar el punto.

Ante la tentación de opinar sobre cualquier tema en internet, los seres humanos del siglo XXI nos enfrentamos a una disyuntiva cotidiana. Por un lado, podemos utilizar este medio como un portal al conocimiento, para cuestionarnos, informarnos y sentirnos agradecidos por vivir en esta época. También existe la negación como alternativa y, así, explayarnos sin restricciones sobre lo que desconocemos en calidad de expertos; la gratificación que nos proporciona esta opción se sabe que funciona como una droga en nuestro cerebro.

En los perros, por el contrario, la curiosidad y la metacognición (ser consciente de lo que se conoce) se imponen. Al menos a eso apunta un estudio realizado en Alemania, en el DogLab del Max Planck Institute. En un artículo de las doctoras Julia Bräuer y Julia Belger y publicado en Learning & Behavior, se da cuenta de una serie de experimentos con perros en los que se evidencia que los cuadrúpedos indagan más cuando tienen menos información disponible sobre la ubicación de un premio.

La investigación halló que, cuando los canes no veían dónde se había colocado el premio, tendían a revisar más meticulosamente, a falta de más pistas o recuerdos que les indicaran la ubicación del comestible. “De manera similar a los simios, los perros buscan más información ante la incertidumbre”, se lee en el artículo. Hacen falta más pruebas para afirmar que los perros tienen procesos metacognitivos claramente desarrollados. Pero ello no debería inhibirnos de adoptar una actitud más canina —o socrática, si se quiere— a la hora de confrontarnos con nuestra propia ignorancia a diario.

Sueños robados

Es posible que el instinto evolutivo de cuidar a los más jóvenes mientras duermen haga que muchos ancianos tengan el sueño ligero. Pero también la inactividad, la depresión, el aislamiento y el deterioro físico tienen un rol determinante en estas alteraciones. Así lo explica la Dra. Alice Gregory en Nodding Off (Cabeceando). Una vejez con poco sueño —afirma— no debería ser la norma si se atiende el problema oportunamente.

“Ya dormiré cuando esté muerto”, sentenció en un himno el difunto Warren Zevon. Pero la falta de sueño es un problema de salud mundial y guarda estrechos lazos con males como el alzhéimer, la obesidad, la diabetes, el cáncer y algunas alteraciones mentales. Lo alertan la OMS y especialistas como el profesor Matthew Walker, de la Universidad de California y autor de Why We Sleep (¿Por qué dormimos’).

Ahí explica cómo en los últimos cien años la calidad de nuestro sueño ha disminuido, principalmente, por la electrificación y por el ritmo de trabajo que llevan millones en el mundo. Por si fuera poco, estigmatizamos el sueño como señal de debilidad y flaqueza.

Taxi solo

Waymo es la primera compañía en brindar un servicio de transporte con vehículos autónomos o robotizados. O sea, sin conductor. La empresa, propiedad de Alphabet —una de sus subsidiarias es Google— ha anunciado que este mes entrará en funcionamiento en Phoenix, Arizona, su servicio de ‘robottaxi’.

Según The Economist al menos cuatro compañías más —entre ellas General Motors— anuncian similares servicios para el año entrante en Estados Unidos.

La principal barrera de entrada para este nuevo modelo de negocio es, obviamente, la seguridad. Los vehículos autónomos aún no demuestran ser estadísticamente más seguros y requiere de un conductor supervisor abordo que tenga mejores reflejos que el robot. A comienzos de este año —de hecho— un vehículo de prueba de Waymo se vio envuelto en un choque múltiple. ¿La razón? El chofer de guardia se quedó dormido.

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