Un elocuente fotograma de "Pulp Fiction", clásico de Quentin Tarantino, protagonizado por John Travolta (en la foto), Uma Thurman y Samuel L. Jackson. [Foto: Miramax Films]
Un elocuente fotograma de "Pulp Fiction", clásico de Quentin Tarantino, protagonizado por John Travolta (en la foto), Uma Thurman y Samuel L. Jackson. [Foto: Miramax Films]


Por Gabriel Meseth


“Hay un tema relacionado a los libros sobre el cual considero necesario reflexionar, ya que corresponde a un hábito universal, aunque tengo entendido que se ha escrito muy poco sobre él —escribió el legendario Henry Miller en uno de sus ensayos más celebrados—. Me refiero a leer en el retrete”. Para el autor de Trópico de Cáncer, el cuarto de baño fue el último reducto dentro del cual se podía burlar la censura para leer con sosiego clásicos prohibidos, del Ulises a El amante de Lady Chatterley. Hasta sus 33 años, la supervivencia de Miller dependió de trabajos alimenticios; laboró en una fábrica de cemento, incluso en una oficina de correo. Cuando lo pillaron escondido en el cubículo para leer a Nietzsche en horario de oficina, su despido catalizaría su vocación literaria. “¿Acaso Nietzsche no fue más importante en mi vida que la burocracia postal?”, escribió sin remordimiento.

No importa en qué sentido corra el agua al tirar la palanca: el Día Mundial del Retrete debe celebrarse en ambos hemisferios sin pudor alguno. Instaurado hace cuatro años por la Asamblea General de las Naciones Unidas, la efeméride conmemora cada 19 de noviembre la urgencia por brindar un servicio de higiene y saneamiento más eficiente, prioridad dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible a ser alcanzados antes del 2030. Pero, sin cultura, no hay progreso. La fecha es propicia para fomentar el hábito de la lectura, con la placidez prometida por este santuario, lejos del mundanal ruido.

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Fiel consorte de los progresos de la civilización, el inodoro trazó la línea divisoria entre el ser humano y el reino animal. En la prehistoria, tanto el hombre como la bestia respondían al llamado de la naturaleza con la misma vulnerabilidad, a merced de los peligros que acechan al aire libre. Las dispensas de la privacidad surgen con un prototipo del excusado cuyos orígenes se remontan al segundo milenio precristiano. En una de las cámaras reales del palacio de Cnosos, recinto prehelénico cuyos pilares y paredes adornados por frescos coloridos yacen sobre la isla de Creta, apareció un vestigio arqueológico de singular atractivo: el cagadero más antiguo de la historia, con una red de tuberías que expulsaban los residuos fuera de la residencia; a diferencia de la Roma imperial, donde las letrinas públicas convertirían a la actividad ventral en un acto colectivo, invitación a charlar de tú a tú con el prójimo.

A finales del siglo XVI, el poeta inglés sir John Harington perfeccionaría el retrete, al añadirle una válvula de descarga.
A finales del siglo XVI, el poeta inglés sir John Harington perfeccionaría el retrete, al añadirle una válvula de descarga.

Las normas de etiqueta fueron evolucionando, como evidencia el interior de ciertos castillos del Medioevo donde, en lo alto de una torre, se han encontrado fortalezas de la soledad. De pueris statim ac liberaliter instituendis, manual de conducta dedicado a la infancia noble que firmó Erasmo de Rotterdam en 1528, estipula que es de buen gusto toser o estornudar para esconder la flatulencia sonora, mientras que saludar desde el baño es visto como pésima educación.

El estrecho vínculo entre el retrete y el mundo de las letras se haría flagrante a fines del siglo XVI. Fue un poeta quien perfeccionó el dispositivo al añadirle una válvula de descarga, semejante a la operatividad del modelo actual. La epifanía de sir John Harington, privilegiado de la corte británica tras ser amadrinado por reina Isabel I, dio a luz al ajax. Cuando se comisionó su instalación en el tocador de la soberana, se proliferó su reputación. Se cree que la expresión anglosajona Go to the John se debe a sir Harington, aunque no existe fuente fidedigna. El inventor complementaría su creatura con la publicación del tratado Nuevo discurso en torno a un asunto rancio, llamado la metamorfosis del ajax (1596). Leído entre líneas como una diatriba contra la monarquía inglesa, el cortesano fue vetado por insolencia. Su legado fue reivindicado en el 2012, cuando una versión animada de Harington apareció en Southpark.

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Recién migrado a Maine, el periodista Marco Avilés se aventuró a un café de su nuevo vecindario. Al acudir al baño, fue sorprendido por un pequeño mostrador de cara al excusado, el cual exhibía las tres lecturas del mes sugeridas por el dueño. Avilés se convirtió en parroquiano del local, refugio de las temperaturas polares del estado atlántico al reconocer aquel vínculo universal que hermana a los lectores de baño. Una comunidad capaz de trascender fronteras, razas y estratos de la pirámide social.

El inodoro que creó la artista Illma Gore a partir 24 bolsos de la firma Louis Vuitton fue puesta a la venta por 100.000 dólares.
 [Foto: AFP]
El inodoro que creó la artista Illma Gore a partir 24 bolsos de la firma Louis Vuitton fue puesta a la venta por 100.000 dólares. [Foto: AFP]

“Siempre he leído en el baño”, admite a mucha honra el ensayista de No soy tu cholo. Acérrimo defensor del hábito, Avilés observa en él una metáfora: la búsqueda de la soledad en un espacio seguro. “El baño es una burbuja, posee un aura de protección. Quien se atreva a tocar esa puerta lo hará con un sentimiento de culpa”.

Avilés ha sido testigo de la desaparición del ritual del almuerzo, directa responsabilidad de las obligaciones del capitalismo occidental. “El tiempo es dinero”, sentencia atribuida a Benjamin Franklin, ha devenido en el engullir en tiempo récord, de pie o frente a la computadora. Ante la aceleración de las rutinas en un mundo invadido por redes sociales y testimonios de 140 caracteres, la lectura en el baño atraviesa semejante peligro. Tal amenaza, sumada al tabú que persiste en torno a lo escatológico, motivó al escritor peruano a firmar la columna “Crónicas de Waterloo”, publicada por la revista Buensalvaje. Reflexiones de extensión idónea para la media hora sagrada, se trata de uno de los escasos bastiones de la tradición que hayan aparecido en la literatura nacional.

En sus pesquisas sanitarias, Avilés condujo una encuesta que dividiría las aguas: a un extremo del espectro, la indignación de los cuestionados; al otro, orgullosas reivindicaciones como la del argentino Martín Caparrós, quien encomió la liviandad de su MacBook Air, gadget ideal para permanecer en cuclillas frente a un catálogo ecléctico. También se encontró con lecturas trascendentales, como la postulación del novelista Georges Perec sobre la retroalimentación entre materia y espíritu consumada en el baño: “Entre el vientre que se alivia y el texto se instaura una relación profunda, algo así como una intensa disponibilidad, una receptividad amplificada, una felicidad de lectura: un encuentro entre lo visceral y lo sensitivo”. Las “Crónicas de Waterloo” de Avilés revelarían verdades axiomáticas: “El lector de baño es un soldado de sus costumbres y ha de saber que no se encuentra solo en el mundo”, reza una de ellas, sustentada por cifras. Ocho de cada diez personas llevan un libro bajo el brazo cuando acuden al WC, mientras que dos de cada tres gozan de un cartón de posgrado.

2017. Los hombres indios usan un baño público en una calle de Amritsar. [Foto: AFP]
2017. Los hombres indios usan un baño público en una calle de Amritsar. [Foto: AFP]

Descubrió un nicho editorial de alta demanda, como el primer libro impreso en un rollo de papel higiénico. Avilés sintió que no estaba solo en su misión al reparar que Henry Alford, columnista de The New York Times, se había aventurado en las toilettes de 72 amigos, buscando la resolución de inmensas preguntas celestes. Por ejemplo: “¿Son los libros que dejamos allí una reflexión sobre nuestro más profundo ser?”.

El círculo familiar de Avilés fue objeto de estudio para sus inquisiciones. Recuerda que un sobrino, cuando era pequeño, se encerraba en el baño con sus juguetes. Temprano indicio de la búsqueda de entretenimiento al defecar. Cuando aprendió a leer, su preferencia por los libros se dio de manera natural. Encontró otro perfil de lector de baño en su cuñado, apasionado del ciclismo de montaña que atesora a un paso del retrete una extensa bibliografía sobre esta disciplina deportiva. Al asistir a fiestas en las casas recién estrenadas de sus amigos, Avilés reparó que los primeros ambientes que se exhiben en el tour doméstico son la cocina —el espacio colectivo— y el baño de visita. “Los he visto decorados con retablos, cuadros, dibujos de Fito Espinosa”, observa sobre el intento por crear un entorno amigable a la urgencia fisiológica. Detalles que los baños públicos no tienen por completo y que los convierten (con sus cabinas a varios centímetros del piso, exhibiendo al ocupante con los pantalones abajo, en lugares hostiles a la lectura). “Pero es la presencia de libros la que me permite formarme una mejor opinión del dueño de casa”, determina Avilés. Encontrar su libro De dónde venimos los cholos en baño ajeno fue quizá el mejor halago que ha recibido en su trayectoria.

Un inodoro de oro macizo totalmente funcional, fabricado por el artista italiano Maurizio Cattelan. [Foto: AFP]
Un inodoro de oro macizo totalmente funcional, fabricado por el artista italiano Maurizio Cattelan. [Foto: AFP]

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¿Existe la literatura de baño? Quizá, de manera intrínseca, no. Pero cuando el Dr. Ron Shaoul, especialista en gastroenterología pediátrica, se propuso suplir la carencia de la literatura médica en los hábitos lectores de la sociedad israelí, elaboró un estudio que arrojó dos conclusiones de interés: 1) el riesgo que corren las posaderas y las amenazas bacteriales son ínfimas, si se compara con la efectividad de la lectura como remedio contra la constipación. 2) Los hombres se decantan por el erotismo, los deportes, el thriller y el humor; mientras que las mujeres van por el diseño, el romance y las vidas de las celebridades. De esto infiere la reciprocidad que el terror, la risa y el amor guardan con la liberación intestinal. El papel lo aguanta todo.

“Hay una oportunidad desaprovechada —reflexiona Avilés—. Si se pensara en la cultura con menos rigidez, las librerías podrían dedicar un estante y los medios una columna con las recomendaciones para el baño. Las editoriales podrían publicar antologías de poemas, cuentos o aforismos con ese objetivo”. Quizá un estudio de mercado revelaría, como lo creía Henry Miller, que los clásicos empolvados en un estante cobran vigencia en la esfera íntima.

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