“La comicidad exige, para surtir todo su efecto, algo así como una anestesia momentánea del corazón, pues se dirige a la inteligencia pura”.
“La comicidad exige, para surtir todo su efecto, algo así como una anestesia momentánea del corazón, pues se dirige a la inteligencia pura”.
Pedro Cornejo

En sus Lecciones sobre escritores cómicos ingleses ( 1819 ), el crítico literario británico William Hazlitt afirmaba que “el hombre es el único animal que ríe y llora; porque él es el único que conoce la diferencia entre las cosas que son y las que debieran ser”. Risa y llanto son, en efecto, expresiones —al parecer exclusivamente humanas— de sentimientos opuestos pero también complementarios: la alegría y el gozo, por un lado; la tristeza y el dolor, por otro. No en vano Nietzsche sugirió, en La voluntad de poder, que solo el hombre sufre tan intensamente que ha necesitado inventar la risa. No solo para contrarrestar su padecimiento, sino también porque la risa cumple una función social. Al menos así lo creía el poeta latino Horacio cuando decía que “riendo se castiga las costumbres” (castigat ridendo mores).


II

Pero ¿qué necesidad habría de hacer semejante cosa? Según Henri Bergson, en su clásico libro titulado La risa ( 1899 ), la vida en comunidad exige de nosotros la suficiente “tensión y elasticidad” como para saber responder de manera apropiada y consuetudinaria a las diferentes situaciones que se nos presentan. Una vez adquiridos los hábitos y convenciones sociales, sin embargo, existe el peligro de que nos dejemos llevar por un rígido automatismo. Para prevenir esta amenaza, afirma Bergson, “la risa debe ser una especie de gesto social” que nos mantenga siempre alertas contra la tentación de la mecánica y aburrida rutina”.


III

Por otra parte, Bergson observa que el contexto apropiado para la risa no es el compromiso emocional (la compasión, la ternura o el amor) sino más bien la distancia intelectual que permite desapegarnos de lo que ocurre alrededor y contemplarlo como espectadores indiferentes. Entonces, lo que desde una perspectiva sentimental parece un drama se convertirá en comedia o farsa. Por ello, añade el filósofo francés, “la comicidad exige, para surtir todo su efecto, algo así como una anestesia momentánea del corazón, pues se dirige a la inteligencia pura”. Finalmente, parece ser que la risa requiere de un marco colectivo para poder desplegarse plenamente. Es como si necesitara el eco de los otros para encontrar su desfogue. Otros que compartan el mismo horizonte cultural y que, en esa medida, puedan comprender lo que suscita la risa y contagiarse de ella.


IV

Se ha dicho que reímos de alegría. Y, de hecho, la palabra griega gelao, de donde proviene el término risa, hace alusión a ello. Sin embargo, la etimología del vocablo que nos ocupa remite a otra expresión griega vinculada, pero no semánticamente idéntica, a la primera. Me refiero a la expresión katagelao que, en la Grecia antigua, significaba ‘reírse o burlarse de alguien’. Y no es casual, pues el prefijo kata hace referencia a ‘darse vuelta’, ‘girar de arriba hacia abajo’, ‘ponerse del revés’. En este caso, entonces, katagelao no remite a la risa alegre, gozosa o jovial, sino a la risa injuriosa, destemplada, sarcástica que pone en evidencia lo irrisorio de un comportamiento o de una alocución. Y es esta vertiente etimológica la que prevalece cuando se quiere acentuar el carácter cuestionador y desafiante de la risa.

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