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Algunos dudan de que sea una terapia efectiva; otros, más radicales, afirman que se trata de una farsa. Lo cierto es que el método conocido como ‘constelaciones familiares’ se ha extendido rápidamente por el mundo, desde su nacimiento en la Alemania de los ochenta. Ahí, esta práctica, que toma algo del psicoanálisis y de ciertas terapias vivenciales como el psicodrama, fue desarrollada por un exsoldado y psicoterapeuta llamado Bert Hellinger, quien, después de observar durante tres décadas el comportamiento de diversas familias, concluyó que en cada grupo familiar los integrantes tienden a reproducir ciertos patrones que los marcan y que pasan inconscientemente de generación en generación. Por ello, argumentaba, en toda familia debía existir un orden, un alma, que si es trastocada por algún motivo —secretos, muertes, situaciones de dominio, eventos traumáticos, etc.— generará quiebres que afectarán a los descendientes.

Por ejemplo, un hijo no podría comportarse como jefe de familia, pues esta situación creará irremediablemente odios, rivalidades y envidias entre los demás hermanos; o resulta negativo ocultar o negar a un pariente, así fuera un delincuente, pues esta mutilación será sentida por alguien en las generaciones siguientes. Es difícil definir la teoría en la que se basa esta técnica, pero en síntesis se puede decir que se trata de una especie de sesión vivencial que no se centra en el individuo, sino que hurga en el papel que este cumple dentro de un universo familiar. Si es hijo único, si alguien tiene muchos hermanos, o una madre castradora o un padre autoritario o un padre ausente; si se tiene una buena o mala relación con la pareja, o si existe un secreto en la vida familiar... Todo cuenta. Es como si el peso de los ancestros se manifestara de alguna manera.

Las constelaciones familiares tienen tanto críticos como seguidores. “Ninguna clase de terapia es por si sola una panacea para ayudar al ser humano en sus conflictos”, dice Carmen González, psicoterapeuta con formación psicoanalítica que dirige la clínica de Las Emociones. “He podido presenciar sesiones de constelaciones en las que los pacientes fueron capaces de expresar emociones intensas por duelos, abandonos, resentimientos antiguos que antes nunca habían podido siquiera vislumbrar”, agrega.

La característica de estas sesiones es que son grupales y en ellas los mismos participantes, ávidos de solucionar sus problemas emocionales, realizan representaciones de los integrantes de la familia del paciente analizado. De esta manera, configuran su familia y la ponen en escena, desnudando conflictos o situaciones ocultas.

“Lo que rescato de las constelaciones es la importancia que le dan a las dinámicas emocionales al interior de las familias en las que nos hemos criado, y en las que se criaron nuestros padres para así comprender que nuestras emociones provienen de nuestros registros infantiles, y los comportamientos de nuestros criadores fueron producto también de sus propias historias. De esta manera se van dejando resentimientos infantiles, que cuando se instalan en una persona perturban su existencia y causan grandes sufrimientos”, continúa González.

¿Es posible cambiar estas marcas, estos resentimientos heredados? “Las personas nacemos en una familia y por ella recibimos emociones y vivencias que no solo vienen de nuestros padres, sino también de las cargas que ellos traen de sus antepasados”, responde. “Si cada uno de nosotros hiciéramos un repaso de nuestra vida veríamos, por ejemplo, que nuestras familias materna y paterna tienen especificidades diferentes y podríamos analizar en qué medida hemos tomado más de una rama que de la otra. Ahí encontraríamos que emociones de inseguridad, desconfianza, abandono, victimización, las cuales hemos internalizado a edad temprana, se repiten en nuestros antepasados. Una forma de cambiar estos designios es hacerlos visibles a través de estas dinámicas para identificar, por ejemplo, que cuando un hijo ha tomado el lugar del padre, esto no es nuevo, sino se trata de una repetición generacional; o que cuando una hija se identifica con una madre pasiva, se revela que esta y la abuela fueron a su vez víctimas de abandonos parentales”.

Según González cambiar estos designios es sustancial para que la persona establezca su balanza interna. “Como decía Freud —concluye— lo que ayuda a sanar heridas, más que las técnicas, es el amor del terapeuta”.

Aunque psicólogos, psiquiatras y no pocos psicoanalistas dudan de la eficacia de esta técnica, lo que parece innegable es que hoy cada vez menos psicoterapeutas se concentran solo en el comportamiento del paciente. La mayoría prefiere hurgar también en el mundo familiar, como dijo alguna vez Virginia Woolf: “Cada uno lleva su pasado encerrado dentro de sí mismo”.

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