[Foto: Archivo personal]
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Por katherine Subirana

Las últimas semanas el movimiento #MeToo, considerado emblemático por hacer escuchar la voz de muchas víctimas de violencia de género, ha sido blanco de críticas desde unas voces, tal vez, inesperadas: las de otras mujeres. Violeta Barrientos considera que, si bien dichas críticas se dan desde una posición privilegiada, es importante reflexionar sobre el papel del feminismo en el siglo XXI.

¿Qué lectura te merece el movimiento #MeToo?
Ahora todo el mundo tiene voz con Internet y las redes sociales, y, si no fuera por eso, no habría habido #MeToo. Estamos hablando de un hito que se presenta en un nuevo contexto. El feminismo tiene ya varias olas y cada una ha obedecido a un contexto distinto. Seguro algunos se preguntarán por qué las mujeres se siguen quejando si ya obtuvieron el derecho a voto y luego políticas públicas. El tema es que la revolución cultural es mucho más rápida que la revolución legal, y todavía falta mucho para que la mujer termine de ser configurada como sujeto. Entonces, va a seguir quejándose, y de esta queja colectiva nace un fenómeno como la sororidad y la participación comunitaria que no hubiera sido posible sin Internet. De ahí que el #MeToo sea una novedad.

A raíz del #MeToo han salido muchos hombres a cuestionar las “generalizaciones en las que cierto grupo puede caer”. ¿Qué opinas de ello?
La dimensión final que adquiere el fenómeno ha provocado un alarido del lado masculino que sale a defenderse. Es obvio que hay hombres aliados y hombres que todavía se reclaman víctimas de una situación cultural que siempre ha sido asimétrica. Los hombres han tenido siempre mucho más poder que las mujeres, todo el tiempo, y esa pérdida de poder causa, obviamente, una conmoción. Muchos no se ponen en el pellejo de las mujeres. Nosotras hemos sido víctimas de su poder, desde el asesinato, la violación, la explotación sexual o la del día a día, en las horas que las mujeres dedican a su familia en condición de esclavitud. La queja de las víctimas para nada se puede comparar con la del amo que pierde el poder. Es totalmente distinta.

¿Qué piensas de las voces femeninas disidentes como el “Manifiesto de las cien” firmado en Francia?
Yo estudié allí y también fui parte de los grupos feministas, y entiendo que el manifiesto proviene de un grupo que goza de una situación particular, pues se trata de mujeres que pertenecen a una élite. No son de clase media, y sus experiencias de vida no tienen mucho que ver con las de las mujeres comunes, pues no son personas explotadas sexual o laboralmente. Entonces, ellas reclaman de acuerdo a lo que viven, y exigen una libertad desde una perspectiva bastante aguda en el sentido de, por ejemplo, “no vaya a ser que el grito de las víctimas imponga ahora un control sobre la sexualidad”. Pero ellas podrían haber sido más sutiles que eso. Quien inicia este movimiento es una psicoanalista a la que le vetan un libro porque le dicen que este no refleja el dolor de las víctimas y ahora no se puede hablar de las mujeres de tal manera. Entonces ella se queja mucho por la probable censura al arte: ¿es que ahora todo va a ser de determinada manera y no va a haber libertad en la creación? Si bien no estoy de acuerdo con lo que las francesas dicen, yo sí me pondría alerta a la forma que puede adquirir este grito de las víctimas, para no caer en censuras o comportamientos totalitarios, cuando de lo que se trata es de construir nuevas masculinidades y nuevas feminidades. Entonces, hay que cuidarse mucho de las formas y las soluciones porque, si bien hay una situación que cambiar, no tenemos que apostar por una suerte de proteccionismo de la mujer y al final terminar castrándola a ella también.

¿Consideras que el feminismo ha caído en el radicalismo?
Hay que partir de un punto: hay muchos feminismos en la actualidad. Incluso dentro de los grupos que conocemos en Perú, como #NiUnaMenos; ya no hay una sola facción, sino dos o tres, porque cada quien quiere dar su interpretación de las cosas. Incluso hay diferencias con las viejas feministas de los ochenta. Entonces es obvio que van a caer en radicalismos, avances y retrocesos, pero todo dependerá de cada contexto. Es muy importante el contexto cultural. Lo que me preocupa es que el Perú es un ámbito autoritario. Hemos vivido mucho militarismo y mucha colonialidad mental, con una vocación a la obediencia religiosa. Entonces todos estos contextos culturales y de mentalidades pueden orientar a que los movimientos tengan determinado sesgo. Tenemos movimientos políticos como la izquierda que no se renueva, que no ha entendido por ejemplo la evolución de las identidades sexuales; o lo mismo con la derecha y el conservadurismo y sus costumbres. Si ese es el ambiente, entonces no podemos pedirle peras al olmo.

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