Édouard Louis: “Mi libro es una lucha contra la invisibilidad”
Édouard Louis: “Mi libro es una lucha contra la invisibilidad”
Alessandra Miyagi

"Una es más auténtica, mientras más se parece a lo que soñó de sí misma”, dijo Agrado frente a miles de espectadores en una escena memorable de "Todo sobre mi madre" (2000), de Pedro Almodóvar. Esta frase resuena como un mantra en la cabeza de un joven francés, mientras cumple cada uno de los engorrosos trámites para oficializar su cambio de identidad y acercarse por fin a la libertad, a sí mismo. Era el 2013 y tras 21 años de lucha, Eddy Bellegueule quedaba relegado al cajón de los recuerdos infantiles, para darle paso a Édouard Louis (Hallencourt, 1992), un nombre compuesto por dos nombres y ningún apellido, ningún vínculo familiar, ninguna imposición.
   Hoy, Louis es uno de los escritores jóvenes más importantes del momento. Su primer libro "Para acabar con Eddy Bellegueule", una novela autobiográfica, se convirtió rápidamente en un éxito de ventas mundial y en todo un fenómeno de masas. Prueba de ello es la interminable fila de lectores de todas las edades y condiciones que espera pacientemente bajo la lluvia bogotana para obtener un autógrafo y una fotografía junto a este joven autor que retrata con lucidez la intolerancia y un primitivismo insospechado en la sociedad francesa.

Cambiar oficialmente tu nombre fue un acto simbólico muy importante, pues rompiste con tu pasado, pero también con tu familia. ¿Este fue un paso natural o fue una decisión que debiste evaluar durante mucho tiempo?
Me cambié el nombre y el apellido porque me di cuenta de que ese nombre no era simplemente una serie de letras, sino una historia, un pasado. Cada vez que oía a alguien decir “Eddy Bellegueule”, escuchaba “maricón”, “cabro”, “afeminado”… Me di cuenta de que para cambiar mi identidad, tenía también que cambiar mi nombre porque este simbolizaba la infancia que odié tan profundamente.
   Y bueno, diría que sí fue un paso necesario y natural, pero también fue algo que tuve que pensar mucho. Quería cambiar mi nombre, pero al mismo tiempo es una decisión difícil, y tienes que pasar por un proceso largo: tienes que ir a la corte, justificar tu decisión… Y, por supuesto, mis padres se volvieron locos cuando les conté porque lo sintieron como un acto muy violento. Para mi padre, el nombre que me había puesto, ‘Eddy’, era una fuente de orgullo, porque fue el que escogió para su primer hijo, y cuando lo cambié, él entendió que yo estaba cambiando mi vida, que yo mismo estaba cambiando.

¿Y ahora tu familia te llama Èdouard?
Al principio se negaban a hacerlo, fue algo muy complicado para todos. Por ejemplo, cada vez que intentaba hablar con mis padres, no funcionaba porque ellos me llamaban ‘Eddy’, así que yo les decía “Si me llaman ‘Eddy’, no hablaré con ustedes”, y colgaba el teléfono o me quedaba callado. Les dije “Hablaré con ustedes el día en que me llamen ‘Èdouard’ porque es quien yo escogí ser ahora”. Del mismo modo en que si me hubiera cambiado el sexo, querría y esperaría que los demás me considerasen una mujer, que acepten lo que yo quiero ser, lo que soy.
   
Al principio, mi nombre fue una fuente de conflicto constante con mi familia. Pero luego de que publiqué "Para acabar con Eddy Bellegueule", mi padre me dijo que estaba muy orgulloso de mí, fue la primera vez que me lo dijo, y empezó a llamarme ‘Èdouard’.

Tu madre, por otro lado, no tomó muy bien la publicación de tu novela…
No, para nada. Se volvió loca, se puso en mi contra; me atacaba y le decía a todo el mundo, incluso a la prensa, que yo era un mentiroso.

¿Y por qué crees que su reacción fue tan distinta a la de tu padre?
Es muy difícil de saber, pero puede que haya sido porque, como mujer, mi madre aprendió a pelear para poder sobrevivir en ese mundo machista que describo en la novela. La dominación masculina es muy fuerte ahí. Aunque no me gustó la manera en la que reaccionó cuando publiqué el libro, al mismo tiempo entendí por qué: porque ella debía luchar, como luchó durante toda su vida.

En el imaginario latinoamericano, pensamos a Europa como un lugar mucho más progresista, tolerante y abierto que el nuestro. Y cuando pensamos específicamente en Francia, las ideas de igualdad, fraternidad y libertad son las primeras que nos vienen a la cabeza. Sin embargo, tu novela retrata una realidad que cuestiona esta concepción del mundo. ¿Cómo reaccionó la sociedad francesa, los grupos de poder al leer tu libro?
Precisamente, cuando se habla de Europa o de Francia, solo se piensa en una determinada clase social. Sin embargo, existen muchas otras personas, muchos grupos minoritarios que no incluimos en la idea de estos lugares, porque simplemente somos invisibles, nadie habla de nosotros. Hay una realidad que es olvidada, y nos hemos acostumbrado a no saber de ella ni por los medios de comunicación o la literatura o el arte… Es por eso que empecé a escribir "Para acabar con Eddy Bellegueule", porque tenía la impresión de que el mundo de mi infancia, el mundo de muchas personas de las clases populares, no existía en la literatura ni en el discurso político. Escribí el libro en contra del hecho de que cuando hablamos de Francia, solo lo hacemos sobre una pequeña parte. Mi libro es una lucha contra la invisibilidad a la que son sometidas estas minorías sociales en mi país.

La invisibilidad y la marginación son también maneras de ejercer la violencia sobre los demás...
Exactamente. La invisibilidad es una de las herramientas más poderosas de la violencia. Es lo que se hace, por ejemplo, contra los homosexuales, los transexuales… Los movimientos LGTB surgen para darles visibilidad a estas personas, para poder existir políticamente, porque si no hablamos de sus realidades, no podemos cambiarlas. Tenemos que hacer un diagnóstico de la realidad para poder incidir en ella.

Tuviste problemas para publicar tu novela justamente por este asunto: muchos editores te dijeron que la realidad que describes no existe. ¿Crees que hay discriminación en el mundo de las letras?
Sí, por supuesto que la hay. Nadie quería publicar mi novela; los editores me decían que era totalmente inverosímil y que nadie lo iba a creer; pero el que no podía creer esa reacción era yo. Cuando empecé a escribir el libro en París, vi una vez a una mujer muy rica, vestida de pies a cabeza con ropa Chanel… yo no podía creer que esa realidad existiera. En ese momento, me di cuenta de que todos tenemos en la mente la caricatura de alguien más. Así que cuando me reuní con aquellos editores y me dijeron “Esto que tú nos muestras es una caricatura”, yo les respondí “Pero esa es una cuestión de perspectiva. Tú eres una caricatura para mí porque estás tan lejos de esta realidad que yo conozco, porque creciste en París, porque tus padres fueron periodistas o académicos como tú, y crees que las demás realidades no existen. Tú eres tanto una caricatura para mis padres, como mis padres lo son para ti”.

La mirada del otro es un factor que muchas veces determina la identidad de uno mismo…
Exactamente, ese es uno de los temas principales de la novela. Al comienzo del libro, aparecen estos dos adolescentes que atacan a Eddy por ser diferente, lo humillan y le escupen en la cara. Y este estallido de desprecio y de violencia actúa en el inconsciente de Eddy; es decir, él es definido por ellos, por sus palabras y por el discurso que manejan. Y esta es la historia de la mayoría de los desfavorecidos socialmente: eres negro, eres marica, eres pobre, eres musulmán. La mayoría de nosotros hemos sido definidos violentamente por el lenguaje de los otros.

¿Y es por eso, quizá, que la novela está estructurada a partir del retrato de las personas que rodean a Eddy, de sus visiones del mundo?
Así es. Porque si yo quería contar la historia de mi infancia, tenía que contar lo que yo quería ser, pero también lo que los demás querían que yo fuera, tenía que hablar sobre las identidades y las vidas que me impusieron porque todas ellas forman parte de la misma realidad.
   
La realidad de Eddy estaba determinada de antemano por su entorno: por la idea de masculinidad que ahí se maneja, por la escuela, por lo que los demás piensan de él… Eddy es el resultado de todas estas realidades.

Otro de los temas fundamentales del libro es la búsqueda del origen de aquella violencia. ¿Cuál es?
Creo que el origen de la violencia es la dominación. Pierre Bordieu ha desarrollado un concepto muy hermoso sobre el principio de conservación de la violencia, dice que cuando estás rodeado de violencia todo el tiempo, todos los días, la terminas reproduciendo en tu propio comportamiento con las demás personas.
   
La violencia que mis padres demuestran es una consecuencia de la dominación social a la que están sometidos. De eso habla el libro, de la violencia como un producto de la dominación social.

¿Cómo crees que se puede romper con el determinismo social?
Creo que para romper con el determinismo, tenemos que crear más determinismo, pero uno positivo, evidentemente. Esperar que la gente escape de las imposiciones sociales sería tomar una posición pasiva; pero si creamos más determinismo, es decir, más estructuras, más programas en la escuela, más plataformas para que los oprimidos salgan de los entornos hostiles, estaríamos dándole a la gente mejores posibilidades de alcanzar la libertad. Eddy, por ejemplo, estaba sobredeterminado por su clase social y su identidad sexual, por estos dos elementos que se encuentran en oposición; es por eso que escapa, porque su vida ahí es imposible.

¿Y qué crees que hubiera pasado con Eddy si no hubiera escapado?
Se habría suicidado, sin ninguna duda. Cuando era niño, estaba obsesionado con el suicidio, pensaba en eso todos los días. Es algo bizarro pensar que a los seis o siete años, mi mente estuviera tan enfocada en esa idea. No pasaba un solo día en el que no fantaseara con esta idea porque simplemente no encontraba ninguna otra salida para lidiar con esa vida que me tocó. Esto sucede mucho entre los homosexuales.

¿Cómo alcanzaste el equilibrio entre la necesidad de olvidar y la de recordar?Cuando me encontraba escribiendo la novela, me dije que a través de este libro yo podría perdonar todo, perdonar la violencia de mis padres, perdonar a los chicos que me escupían y golpeaban todos los días en el colegio, a la gente que me insultaba sin motivo... Porque pensé que esta gente que me rodeó en la infancia —incluso si los odiaba o si no los quería, incluso si no quiero a mis padres—también es víctima de esta violencia. Pero perdonar no significa amar. Traté de entender, lo hice y me di cuenta de que ellos no son responsables por esta violencia que reproducen o generan, sino que son las condiciones de sus vidas las que les imponen vivir inmersos en ella.

¿Podríamos decir, entonces, que la escritura de esta novela te ayudó a sublimar estos sentimientos y recuerdos negativos?
Sí, fue una suerte de sublimación, pero no fue un ejercicio de catarsis o de olvido. Luego de mi infancia, luego de que salí de mi casa, no me sentí traumatizado. Tan pronto como escapé de ahí, me sentí automáticamente bien… De chico, no sentí realmente la violencia de muchos de los episodios que cuento en la novela, para mí simplemente era la vida, por ejemplo, cuando no teníamos comida o leña para calentarnos en el invierno, porque todo el mundo vivía bajo estas mismas condiciones en mi pueblo. Escribir la novela fue una actividad muy racional, donde fui descubriendo esta violencia que no identifiqué como tal en su momento, con el fin de cambiarla.

Woody Allen dijo que la comedia es tragedia más tiempo. Evidentemente, no creo que al mirar hacia atrás puedas reírte de aquello, pero sí puedes hacerlo y sentirte tranquilo gracias a la distancia.
Estoy de acuerdo con Woody Allen [risas]. Sí, me siento bastante tranquilo con el pasado. De hecho, hay ciertas partes de la novela que son divertidas o graciosas. Aunque suene terrible, a veces la violencia resulta graciosa, cuando hacemos bromas, por ejemplo. Pero yo no quería hacer de la violencia algo bello, una estética, sino que lo que quería era escapar de ello.
   
Me siento tranquilo ahora que ha pasado el tiempo; si siento rabia o tristeza, no es por mí, sino por la vida que lleva mi familia. Mientras escribía el libro, eso me afectaba, así que traté de manejarlo lo mejor que pude para sentir menos rabia posible, porque sabía que no sería justo, no sería legítimo sentir rencor contra ellos.

Cuando publicaste la novela, les enviaste una copia a Almodóvar y a Penélope Cruz. ¿Alguna vez recibiste respuesta de ellos?
[Risas] ¡¿Cómo sabes eso?! También le envié una copia a Javier Barden porque me encanta [risas]. Almodóvar me escribió diciendo que le había encantado mi novela. ¡Fue uno de los momentos más hermosos e inspiradores de mi vida! Aún sigo esperando que Penélope y Javier me respondan, así que si están leyendo esta entrevista, por favor, escríbanme… [risas].
   
Claro, mucha gente me pregunta qué autores me han influido, pero el que me dedique a escribir no significa que solamente me inspire la literatura; me siento inspirado tan por Faulkner como por Penélope Cruz. Cuando la veo, me encanta porque es tan fuerte, y pienso que me gustaría escribir algo tan poderoso como ella.

Hablando de temas fuertes, en tu segunda novela "Histoire de la violence", hablas sobre la violación y el intento de asesinato que sufriste…
Sentí que no existe una verdadera literatura que aborde el tema de la violación desde el punto de vista del hombre. La mayor parte de estos testimonios son de mujeres porque la mayor parte de las veces son ellas las víctimas. Quería dar una nueva perspectiva sobre este asunto tan importante y dejado de lado.
   
La historia sucede en un ambiente cerrado, en el pequeño cuarto que alquilaba en París. La noche de navidad del 2012 conocí a un chico con quien sentí una conexión muy especial; de hecho, la novela empieza como una historia de amor apasionada. Luego, él me cuenta su pasado, la historia de su vida y, de pronto, entra en un estado como psicótico; es ahí cuando me ataca. Este libro es un intento de entender lo que pasó aquella noche, entender por qué esta violencia apareció tan abruptamente. Aunque "Para acabar con Eddy Bellegueule" e "Histoire de la violence" son libros muy distintos entre sí, forman parte del mismo proyecto.

Y ahora estás trabajando en una nueva novela. ¿En esta también abordas el tema de la violencia desde un registro autobiográfico?
Precisamente, en este libro trato de encontrar una manera de eliminar las fronteras entre la ficción y la realidad. Estoy buscando una nueva forma de narrar que me permita contar la historia de todo lo que vi, de mis experiencias, de lo que aprendí, pero de una manera genuina. Por ejemplo, en la mi segunda novela, hay un capítulo donde hablo sobre unos chicos que conocí, cuyo pasado desconozco; así que recurrí a los recuerdos, a la infancia de mis amigos o de mi familia y me imagino a estos chicos viviendo sus experiencias, porque ellos tuvieron una infancia parecida a la mis padres, mis abuelos, mis amigos del pueblo. Así que es como una manera sociológica y literaria de escribir de una manera diferente y no quedar atascado en la oposición entre la ficción y la realidad.
    De todas formas, quiero mantener la línea de la realidad porque me parece que es muy potente escribir sobre hechos reales; por ejemplo, cuando Alexievich publica un libro, podemos leer la historia de personas que existen realmente, de modo que el texto nos interpela, nos demuestra que no tenemos tiempo que perder, que debemos cambiar las cosas ahora. Y siento que así, mostrando la realidad, uno puede alcanzar esos cambios más rápidamente. Lo cual no quiere decir que esté en contra de la ficción; todo lo contrario, yo leo mucha ficción y muchos de mis autores favoritos escriben ficción; solo que mi proyecto personal va por otro lado.

¿Y cuándo crees que terminarás esta tercera novela?
Me gustaría terminarla antes de cumplir los 25 años, porque André Gide publicó tres novelas antes de los 25 años, y me da mucha envidia, yo también quiero hacer lo mismo [risas].

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