[Foto: Hugo Pérez]
[Foto: Hugo Pérez]
Jorge Paredes Laos

La noticia la tomó por sorpresa. El ministerio del sector la reconoció, recientemente, como Personalidad Meritoria de la Cultura 2018. Un galardón que la sacó del casi anonimato en el que se desenvolvía los últimos tiempos —dedicada a dictar cursos de pintura en el MALI— después de haber sido una de las artistas más importantes de esa generación marcada por dos de los grupos emblemáticos de nuestra escena contemporánea: Paréntesis y EPS Huayco. Charo Noriega fue homenajeada, junto con otros egresados ilustres de la Escuela de Bellas Artes, que este año celebra el centenario de su creación.

“Estos reconocimientos se dan usualmente a artistas muy mayores, pero esta vez han hecho una excepción con pintores de mi generación, como Lucy Angulo y Enrique Polanco. Seguro se han dado cuenta de que también desaparecemos jóvenes”, dice ella, mientras recuerda a su gran amigo Juan Javier Salazar, fallecido sorpresivamente el 2016.

Tú empezaste a estudiar en la Universidad Católica y después te trasladaste a Bellas Artes. ¿Por qué?
En realidad, siempre me sentí atraída por Bellas Artes, sobre todo por la idea de ir al Centro de Lima. Yo había estudiado en el colegio Sophianum (en San Isidro) y acudir al centro era como ir a otro planeta. Claro, en esa época no era lo peligroso que es ahora. También te permitían pintar desde el primer año, y eso me gustaba.

Y cuando estuviste ya en la escuela formaste parte de Paréntesis…
A fines de los setenta hubo un receso en Bellas Artes. Entonces, los padres de un amigo nos prestaron una casona vieja, en Barranco, un sitio maravilloso donde pusimos un taller. Después tuvimos que devolver esa casa y alquilamos otra en la avenida Pedro de Osma, donde ahora queda La Estación, y casi como una broma, en el 78, con Lucy Angulo, Juan Javier Salazar, Cuco Morales y Fernando Bedoya formamos un grupo. Nuestro primer proyecto artístico fue poner un aviso en El Comercio para buscar un mecenas. El anuncio decía: “Jóvenes artistas buscan sujeto interesado en el arte”. No hubo respuesta. Dijimos: “De repente no les ha gustado la palabra sujeto”; entonces, pusimos otro mensaje y nos llamó una persona, solo una, y nos dio una dirección. Cargamos nuestras pinturas en un Volkswagen y llegamos hasta una casa de La Molina, pero nadie nos abrió la puerta. Creo que se asustaron al ver a unos chicos con cuadros hasta en el techo.

Esa etapa termina en 1980 con EPS Huayco. ¿Cómo recuerdas esa época?
Lo interesante fue el trabajo colectivo. Nos reuníamos una vez a la semana y presentábamos propuestas; después, por votación, elegíamos cuál íbamos a realizar. Incluso el nombre de Huayco surgió así. En una de esas reuniones Juan Javier dijo que “Lima era como un huayco de turrón de Doña Pepa”. De ahí vino.

¿Y le pusieron EPS por las Empresas de Propiedad Social creadas por Velasco?
Era una sátira, porque EPS también podía ser Espacio Para Soñar. Lo que quiero aclarar es que, cuando uno lee a [Gustavo] Buntinx [quien realizó un estudio sobre este grupo], se puede creer que éramos un equipo de gente con ideas clarísimas y que todo estaba predeterminado desde el inicio, pero no fue así. Las ideas aparecieron conforme se trabajaban las propuestas. Por ejemplo, después de que presentamos la exposición de las salchipapas [Arte al paso] en Forum, nos quedaron muchas latas de leche y no sabíamos qué hacer con ellas. Una de nuestras ambiciones era trabajar una obra en la calle y teníamos un proyecto para hacer un huairuro, pero finalmente ganó la idea de Sarita Colonia. Tal vez la ventaja con respecto a otros grupos fue que nosotros desarrollábamos, en paralelo, nuestros trabajos personales.

En tu caso siempre te interesó el tema andino, y después el arte amazónico.
Primero me interesó la pintura campesina, lo de la Amazonía vino mucho después. En realidad, mi interés en los diseños shipibos no fue algo etnológico sino estético, yo los asocié con la idea del laberinto. En esta línea, estoy trabajando últimamente el tema de las cataratas, que son también una forma de laberinto.

¿Hay una búsqueda constante en tu obra de temas vinculados con la naturaleza?
A mí siempre me ha interesado la naturaleza… Sucede que a veces me decepciono de la humanidad, del desastre que somos, y en esos momentos regreso a lo natural. Me voy a Matucana, a una catarata preciosa llamada Challape, y me doy cuenta de que este país también es hermoso, que hay un silencio, una paz increíble.

En “ese desastre que somos” incluyes el momento político actual, supongo.
Es terrible… Somos un país que ha normalizado la inmoralidad, o, peor aun, lo amoral. Antes la gente se indignaba frente a la corrupción, ahora parece que le da lo mismo. Cuando regresé al Perú, a fines de los noventa, económicamente estábamos mejor, pero con los años me he dado cuenta de que ese bienestar material solo ha traído retroceso cultural e inmoralidad.

¿Cómo ves el mercado del arte actual? ¿Crees que los artistas jóvenes tienen más oportunidades que las que tenían los de tu generación?
No creas que es un mercado tan grande, tampoco. Cuando era joven había en Lima tres galerías importantes y algo se vendía. Ahora habrá seis galerías importantes y no más. ¿Y cuántas escuelas de arte hay? En mi época había dos, ahora tal vez haya cuatro, pero salen muchísimos más artistas, y no tienen tantos espacios de recepción para sus obras. En el fondo, el problema persiste.

¿Y qué opinión tienes del arte contemporáneo en el Perú?
Habría que comenzar por decir qué cosa es arte contemporáneo. Yo creo que hay intentos interesantes de tomar técnicas que nos llegan de fuera y adaptarlas y reorganizarlas en función de nuestro país o de uno como individuo, pero precisamente por medios como Google ahora se copia más y hay plagios evidentes, eso se nota. Creo que hoy debemos ser más exigentes. ¿De dónde sacamos las ideas? ¿Cómo las plasmamos?

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