Ossio es catedrático principal de la Universidad Católica. Antes ha enseñado en la Universidad de San Marcos. [Foto: Nancy Chappel]
Ossio es catedrático principal de la Universidad Católica. Antes ha enseñado en la Universidad de San Marcos. [Foto: Nancy Chappel]
Jorge Paredes Laos

De niño pasó largas temporadas en Chancay, en un fundo que tenía su padre, y ahí escuchó una serie de relatos que marcaron su vocación. Trabajadores y campesinos que provenían de la sierra le contaban historias acerca de condenados, aparecidos y diversos mitos del tiempo de los gentiles. Ahí sin saberlo muy bien surgió su interés por la cultura andina, algo que se definió en su vida universitaria, cuando dejó sus estudios de Derecho para dedicarse a la Antropología.

A lo largo de medio siglo, Juan Ossio Acuña ha realizado muchísimos aportes en el campo de la etnohistoria, marcado por grandes maestros como Onorio Ferrero, Tom Zuidema y John Murra, e impulsado por la presencia de José María Arguedas, a quien conoció en los sesenta. Etnografía de la cultura andina es el resultado de muchos años de aprendizaje y enseñanzas.

Diversos investigadores han cuestionado la existencia de algo conocido como “cultura andina”. ¿Qué significa para ti?
Específicamente, en nuestro país, la cultura andina se ha tomado ya como un lugar común. Sin embargo, como dices, ha habido investigadores que han cuestionado su existencia. Cuando yo ingresé a San Marcos a estudiar Antropología, la tendencia era soslayar los aspectos de la cultura andina o presentarla como una que estaba en proceso de cambio y que prácticamente iba desapareciendo. Eso a mí, francamente, no me convenció en absoluto. Lo que me interesaba de la Antropología era el estudio de los contrastes, de las diferencias, y lo que yo encontraba en ese tiempo era una corriente homogeneizadora en el ámbito académico, que incluso siguieron los indigenistas, con la excepción de los del siglo XIX y de José María Arguedas, mi gran profesor.

Esta orientación, como dices, se reprodujo desde la derecha hasta la izquierda, que no veían la cultura andina como algo vivo y múltiple, sino como algo por superar.
Efectivamente, en el caso de José Carlos Mariátegui el tema del indígena era económico, no cultural. Lo que él trataba era de crear una imagen de la sociedad andina a semejanza de sus concepciones socialistas. No olvides que decía que había llegado al conocimiento de estos problemas por ser un combatiente, no por académico. Ya en Mariátegui vemos este acercamiento de carácter político. Y si nos pasamos a sus rivales, que fueron los hispanistas como Víctor Andrés Belaunde o Riva Agüero, ellos defendieron ideológicamente la posición del mestizaje, pero esto no era nada peculiar porque si lo vemos bien cualquier país es mestizo.

¿Cómo definirías entonces la cultura andina actual?
Fundamentalmente, la cultura andina que he podido ver al interactuar con los pobladores de las comunidades campesinas de los valles interandinos… yo diría que en ella aflora la importancia que le otorgan a las relaciones de parentesco, tanto al espiritual, al compadrazgo y a las relaciones matrimoniales; la importancia que le otorgan al culto de los santos, a sus sistemas de cargos; pero, sobre todo, la cultura andina se expresa a través de las relaciones de reciprocidad en un concepto llamado ayni.

Eso que en los años treinta y en los setenta fue asociado al socialismo.
Exactamente, confundieron la idea de la colaboración, de la ayuda mutua, como una concepción de naturaleza socialista. Eso fue un anacronismo porque el socialismo que se quería construir era un sistema que negaba lo individual y que promovía la propiedad colectiva. Yo lo que descubrí fue que había distintas formas de propiedad en los Andes: en un extremo estaba la propiedad colectiva, pero en el otro la individual.

Como antropólogo fue cuando formaste parte de la comisión que investigó la matanza de Uchuraccay.
Uchuraccay me abrió los ojos, no solo para poder comprender mejor las tradiciones del mundo andino, sino para constatar la ignorancia absoluta que había acerca de las diferencias culturales en nuestro país. Lo primero que se dijo, cuando se anunció la muerte de los periodistas y se supo que los responsables eran los comuneros, fue que eran unas bestias, unos salvajes. La comisión determinó que, efectivamente, los responsables fueron los pobladores que habían confundido a los periodistas con senderistas, pues vivían en guerra contra Sendero.

Sin embargo, existen hasta hoy sectores que dudan de esta versión y prefieren decir que se encubrió a los militares. ¿Qué respondes a esto?
A pesar de que la Comisión de la Verdad volvió a investigar lo ocurrido y confirmó en gran medida lo que se dijo en 1983, hay muchos que niegan esto, creo yo, por razones políticas. Lo que sucede es que estas personas no quieren comprender la idiosincrasia de un poblador de las alturas del país. Por supuesto, que los campesinos sabían quién era un periodista o qué cosa era una cámara fotográfica, pero ellos estaban viviendo un momento de confrontación, de belicosidad y, simplemente, tenían dudas sobre las personas que llegaban ahí. Ellos mismos nos decían: “los policías se presentaban muchas veces como senderistas, y los senderistas como policías”. Hay un trabajo de Ponciano Del Pino que explica bien esto.

En el libro mencionas a tus grandes maestros, Tom Zuidema, John Murra, Arguedas; y grandes amigos como Vargas Llosa. ¿Qué significan ellos para ti?
Todos ellos comparten conmigo la idea de que efectivamente existe una cultura andina que ha sido incomprendida por los sectores dominantes de la sociedad. Murra y Zuidema sentaron las bases para que pudiésemos comprender ya en términos estructurales la continuidad que se daba entre el pasado prehispánico y la contemporaneidad de las comunidades campesinas. El mismo Vargas Losa entendió perfectamente los contrastes entre una sociedad moderna y una tradicional como la que existía en el mundo andino. Pero, por supuesto, el que mejor entendió a las poblaciones indígenas contemporáneas fue José María Arguedas, que fue incomprendido en su momento por eso. En la famosa mesa redonda que se hizo sobre su novela Todas las sangres, se le criticó y se dijo que él no había entendido lo que sucedía en los Andes. Entonces fue cuando dijo esa frase: “si lo que yo digo no es un testimonio, he vivido en vano”.

¿Cómo ves tú la cultura andina del siglo XXI?
Lo que pienso es que, por supuesto, las sociedades cambian, y lo que se ha ido produciendo desde los años cuarenta hasta el presente, con el proceso de las migraciones, ha sido un país de todas las sangres. Pero esta conjunción no ha significado que haya mayor comprensión de las diferencias, sino más bien estas se han agudizado y todavía existen tendencias discriminatorias. La propia Ministra de Cultura (Patricia Balbuena) nos contaba hace poco cómo no habían dejado entrar al desfile militar como invitada a la nana de sus hijos porque no tenían las características físicas que todavía representan a la sociedad oficial.

Para terminar, ya que fuiste el primer responsable del portafolio, ¿cómo ves el Ministerio de Cultura?
Lo que veo es que, felizmente, mis sucesores han sabido guardar el espíritu que traté de infundir a este ministerio, y hemos llegado a una ministra que es una experta en el tema de la interculturalidad, quien está haciendo un trabajo excelente.

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