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Fernando Pazos Parró: artista con mirada de pájaro [Entrevista] - 4
Jorge Paredes Laos

Estudió arquitectura pero siempre quiso ser artista. De chico aprendió a dibujar por correspondencia figuras de cómics, y más tarde descubrió la tinta china. Fernando Pazos Parró (Lima, 1958) ha pasado también por la publicidad y el diseño, pero volvió al arte para tratar de crear ese cuadro donde la pintura y el dibujo se fusionen, algo que  ha buscado durante toda su vida. El próximo 10 de enero abrirá una exposición en la que regresa a un tema recurrente en su obra, esos planos contrapicados de antiguas casonas, con sus escaleras y sombras.

Has dicho que el dibujo fue lo que te llevó al arte. ¿Cómo se dio este proceso?
Sí, siempre he dibujado, desde chiquillo; después, cuando entré a la universidad [en 1977] descubrí la tinta china y creo que ahí empecé a hacerlo seriamente, para mí era algo fascinante. Dibujaba en blanco y negro, y con los años fui añadiendo el color. En general, me importa mucho que el dibujo esté bien hecho, bien encajado en mis obras. De alguna manera, cuando el dibujo está listo ya tengo buena parte del trabajo hecho.

¿Por qué decidiste estudiar arquitectura y no artes plásticas?
Porque no me dejaban. Mi papá decía que como artista iba a ser otro pobre, pues ya mi hermano se había ido a Europa a pintar. Entonces, me pareció que la arquitectura era lo que más se parecía al arte. Pero por cuestiones de salud, perdí varios ciclos… y nunca dejé de dibujar. De chico, mi papá me regaló unos libros de dibujo que mostraban en perspectiva la figura humana; luego coleccioné una serie de mitología que venía con El Comercio, y dibujé a lápiz todas las estatuas griegas y romanas que había ahí. Luego, para soltar la mano, seguí un curso por correspondencia de dibujos animados, ese ha sido mi aprendizaje, a la mala.

Sin embargo, al menos en tu obra más reciente, tiendes a pintar espacios, volúmenes, como si la arquitectura hubiera influido en ella.
Yo diría que siempre ha estado presente eso de los planos y contraplanos vistos desde arriba. Pero lo que he querido hacer es que el dibujo y la pintura se unieran, y no me salía. Cuando pintaba, pintaba, y cuando dibujaba, dibujaba. Toda mi vida he buscado esa fusión entre las dos cosas.

Hay artistas que huyen del dibujo porque lo ven primario o creen que el arte no va por ahí…
O no se han esmerado o tal vez sienten que no dibujan tan bien. Pero también está aquello de ‘el arte debe ser más intelectual y no sé qué más cosas’. Cuando lo tradicional ha sido dibujar y pintar lo que dibujas. Los cambios han venido a partir de búsquedas que la gente hace; yo también lo he intentado pero no he hallado nada por ahí. Por eso me he quedado en el arte figurativo y me he acercado un poco a la abstracción. Pero no quiero escaparme del todo de lo figurativo, o tal vez sí. Creo que mi conciencia no me permite volar tanto hacia lo abstracto, pero sí hacia arriba, mi arte es más como el vuelo de un pájaro que mira hacia abajo.

Hay un tono nostálgico en tu pintura, los colores, los espacios vacíos…
Ese soy yo, pues. Me brota sin querer. Mantengo esa estructura de las casas antiguas porque son las de acá [de Miraflores], con esos pisos de losetas cuadradas. Cada una de mis pinturas es como una invasión a esos espacios; a veces les pongo objetos, juguetes, quiero dejar constancia de la presencia del hombre pero sin mostrar la figura humana. Por eso las escaleras, las ventanas me son útiles como modo de expresión porque son lugares por donde pasa la luz y las sombras hacen lo suyo.

Las escaleras aparecen constantemente en tu obra, pero generalmente no te conducen hacia arriba, sino hacia abajo; ¿tal vez hacia sótanos donde se esconden las cosas que guardamos o no queremos mostrar?
Las escaleras son como esculturas dentro de tu vida cotidiana… Cuando vas por una escalera parece que caminaras hacia adelante y en realidad estás cambiando de plano. Me atraen las escaleras como pasajes que te llevan hacia lo oculto, donde guardas cosas que no quieres que nadie toque. Después de todo, es más fácil bajar que subir, ¿no?

Esas cosas ocultas que también pueden ser objetos de deseo…
Hay una tentación hacia eso, al ser humano le gusta espiar por naturaleza. Estamos tratando de ver siempre en el otro lo que no nos atrevemos a buscar en nosotros mismos.

Hay un ánimo voyerista en todo ello
Claro, porque así somos. Me has quitado la palabra, yo quiero entrar adentro de las casas para ver lo que hay ahí. Soy una persona que habla poco, entonces me resulta más entretenido ver, oír en vez de hablar.

Últimamente estás pintando sobre una mesa y no en el caballete. ¿Eso se debe a tu condición física o porque te da otra perspectiva?
Es una mezcla de ambas cosas. Pintar sobre la mesa me resulta mejor por mi condición [pasa algunas horas del día en una silla de ruedas] y porque como pinto cosas en plano picado, entonces prefiero mirarlas desde arriba. La desventaja es que en el caballete tú puedes alejarte y mirar tu cuadro, pero yo ya no necesito eso, yo lo intuyo… Creo que pinto con estrés, con rabia o con algo parecido a la cólera. Aunque creo que es mejor tener esa certeza de que nunca vas a poder pintar el cuadro que quieres porque, si lo logras, ¿después qué haces? Te vuelves un atorrante que solo pinta para complacer al consumidor, esa es una de las cosas que yo temo.

Tu paso por la publicidad fue…
Para comer nada más… Me encantó pero la publicidad es demasiado demandante y demasiado frustrante también. En la publicidad trabajas en algo que le gusta a otro, al consumidor o al cliente, no a ti. Te pueden decir qué fea tu campaña pero que efectiva es. Creo que mi realización iba por otro lado, no era tan mundana como conseguir que alguien compre dos pares de zapatos o tres leches. Por eso regresé a la pintura. Yo no quiero darle mensajes a la gente sino que sienta el mismo desconcierto que tengo yo ante una obra, que sea feliz o que sufra, pero que experimente algo. No creo que el artista este obligado a decir algo… Al final de todo el arte es estética aunque ahora se rían de ella.  

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