MDN
Henry Marsh: el hombre detrás del cerebro - 2
Jorge Paredes Laos

En el espléndido teatro centenario Adolfo Mejía ya no cabe ni una persona más. Falta poco para el mediodía y en los palcos corre un aire fresco que contrasta con el calor vertical de la calle. Es domingo y las más de 600 personas reunidas en este recinto de arquitectura italiana no esperan a un escritor, como es habitual por estos días en Cartagena de Indias, con ocasión del Hay Festival 2017, sino a un neurocirujano inglés. A un médico que a sus 66 años ha decidido publicar un libro de memorias —Ante todo, no hagas daño— que ha sorprendido por su buena prosa y por su sobrecogedora sinceridad y crudeza. Su nombre es Henry Marsh y es uno de los más renombrados neurocirujanos del Reino Unido, especialista en operar aneurismas y en extirpar tumores cerebrales en delicadas intervenciones que, contadas por él mismo, son como temerarios viajes por un territorio fantástico. Una incursión microscópica por esa masa gelatinosa surcada por una red inextricable de venas, arterias y conexiones neuronales que es el cerebro humano, el lugar donde se originan nuestros pensamientos, recuerdos y sueños.


Henry Marsh con el escritor colombiano Giuseppe Caputo durante el Hay Festival 2017 en Cartagena, Colombia. (Créditos: EFE)

Henry Marsh con el escritor colombiano Giuseppe Caputo durante el Hay Festival 2017 en Cartagena, Colombia. (Créditos: EFE)

Después de unos minutos de espera, el doctor Marsh aparece en escena. Viste una camisa celeste y un pantalón oscuro. Ligeramente encorvado, con una pronunciada calvicie y unos lentes redondos que le dan un aspecto afable, sonríe con timidez ante los aplausos del público. Presentado por el escritor colombiano Giuseppe Caputo, se inicia una charla en la que el médico inglés hablará sobre el dolor y la compasión, sobre los dilemas de un hombre que debe enfrentarse a diario con la muerte, y sobre esa extraña combinación de ansiedad y desafío que conlleva su especialidad. 

“Si miramos a través del microscopio quirúrgico —afirma—, debajo de los vasos sanguíneos mayores, veremos el líquido cefalorraquídeo. Es una zona brillante, un mundo maravilloso, que, sin embargo, provoca temor. Es como ser acosado por un hermoso tigre. Cualquier movimiento fallido puede provocar una hemorragia tremenda y puede causar la muerte del paciente o dejarlo discapacitado para siempre. Esta combinación de belleza, ansiedad y temor es como una adicción para mí”.

* * *

Nacido en Oxford en 1950, Marsh nunca pensó ser médico. Su padre era un eminente abogado inglés y su madre una refugiada de la Alemania nazi. Hasta los 21 años su futuro parecía dirigirse hacia la filosofía, en la enseñanza de la literatura inglesa o la economía. Sin embargo, una crisis amorosa lo llevó a abandonar la universidad y a emplearse como camillero en un antiguo hospital, lejos de Oxford. “Tras haber pasado medio año viendo operar a cirujanos, decidí que quería dedicarme a eso”, escribe en Ante todo, no hagas daño. Pero después de pasar un buen tiempo en las prácticas médicas tampoco parecía muy satisfecho. Hasta que un día, al ver su aburrimiento, un amigo anestesista le pidió que lo ayudara a preparar a un paciente que iba a ser operado de un aneurisma en la sala de neurocirugía. No se parecía en nada a lo que había visto antes. No se hurgaba en vísceras viscosas, sino que todo parecía un ejercicio de relojería. La operación se llevaba a cabo con un microscopio a través de una pequeña abertura al costado de la cabeza de una mujer. Con un instrumental endoscópico se manipulaban los vasos sanguíneos del cerebro, unas finísimas estructuras de pocos milímetros de diámetro. El objetivo del cirujano era sellar con una grapa el aneurisma —un frágil globo ubicado en la pared de una arteria cerebral— para evitar que llegara a romperse y produjera una hemorragia devastadora. “Se trataba en efecto de una cacería, con el cirujano abriéndose paso con cautela hacia la guarida del aneurisma en las profundidades del cerebro, tratando de no perturbarlo. Y entonces, cuando le daba alcance, llegaba el clímax: le tendía una trampa y lo acorralaba con una reluciente grapa de titanio, salvando con ello la vida de la paciente”, escribe Marsh.       

Entonces se produjo su “epifanía quirúrgica”. Más tarde le comentó a su mujer que quería dedicarse a eso el resto de su vida. Treinta años después, Marsh —casado por segunda vez y a punto de jubilarse— no ha perdido la ilusión, aunque sus muchos éxitos no hayan podido paliar sus fracasos. Por eso la cita inicial de su libro conmueve: “Todo cirujano lleva en su interior un pequeño cementerio al que acude a rezar de vez en cuando, un lugar lleno de amargura y de pesar, en el que debe buscar explicaciones a sus fracasos”.  

* * *

Un día antes de su presentación en el teatro Adolfo Mejía, el doctor Marsh me recibe apenas unos minutos después de haber bajado del avión que lo trajo a Cartagena. Luce cansado, pero con una sonrisa me dice que está dispuesto a conversar.  “Los triunfos en cirugía solo son tales porque hay desastres”, es lo primero que dice sobre la idea de que el libro pueda ser un intento por expiar los fracasos cometidos en su carrera. “Siempre hay el riesgo del desastre… Hace dos meses, en Ucrania, dejé a una niña muy, muy mal, con daño cerebral. Y eso todavía sigue pesándome. Pero hay un momento en que simplemente tienes que aceptarlo. O dices: ‘voy a parar, no debo ya ser cirujano’, o dices: ‘bueno, ¿qué he aprendido? ¿Qué hago diferente la próxima semana?’. Lo importante es que debes encontrar un balance entre el desapego profesional y la preocupación y el amor por tus pacientes”. 

En el libro dice que lo difícil no es operar, sino decidir cuándo hacerlo. ¿Por qué?
Sí, operar es fácil, de cierta forma. Quiero decir que es fácil porque no puedes parar. Una vez que la operación ha comenzado, sabes qué estás intentando hacer. Puede que falles pero ya estás haciéndolo;  es fácil en ese sentido. Lo realmente difícil es decidir cuándo operar o no. Mientras más experiencia tienes como neurocirujano, te das cuenta de que estás operando a mucha gente que tal vez no necesite la operación. Me refiero a que cuando dices: “estos son los riesgos de operar y estos son los peligros de no hacerlo”, son probabilidades, no certezas. Y muchas veces en las cirugías cerebrales los riesgos de ambas opciones son similares. Si no hacemos nada tal, vez el paciente viva bien por 20 años; y, si operamos, hay la opción de que muera. Pero, al mismo tiempo, si no hacemos nada y el paciente no tiene mucha suerte, podría tener una hemorragia cerebral en cualquier momento. Así que la toma de decisión es bastante difícil; todo está cubierto de incertidumbre.

Usted ha dicho que sabemos más de la Luna que del cerebro. ¿No es temerario ingresar a un terreno casi desconocido?
Bueno, es…  uno opera porque el riesgo de no operar es aun más grande. Esa es una respuesta.  Pero tiene razón, el nivel físico de la cirugía cerebral es crudo, duro. Los neurocirujanos somos como fontaneros: trabajamos en tuberías a través del microscopio. Como neurocirujanos, no estudiamos las estructuras microscópicas del cerebro, no sabemos cómo funcionan. Lo que sí sabemos es la naturaleza de las enfermedades, los tipos de tumores cerebrales, esas cosas.

¿Llegaremos a entender algún día cómo se forman los pensamientos?
No puedo predecir el futuro, pero hay dos buenas razones para pensar que nunca llegaremos a entenderlo. Primero, no podemos experimentar. La ciencia está basada en la experimentación y no podemos experimentar en el cerebro humano en la forma en que lo hacemos en animales. La segunda razón es puramente filosófica: nunca nos hemos encontrado con un cerebro antes. Es decir, cuando aprendemos algo lo hacemos relacionándolo con algo que ya hemos entendido anteriormente. El gran científico inglés J. B. S. Haldane dijo sobre el universo algo que se puede aplicar perfectamente al cerebro: “El universo no solo es más difícil de entender de lo que pensamos, sino que podría ser más difícil de entender de lo que podríamos pensar”. 

Sé que no cree en Dios, pero ¿no se siente un poco dios cuando empieza a operar a un paciente y sabe que su vida depende de usted?
No, el problema es que cuando somos pacientes estamos muy asustados y queremos que alguien nos guíe. Aunque la decisión final siempre será del paciente o de su familia, uno tiene que ayudar a tomar esa decisión. Yo estoy convencido de que los doctores no deben actuar como dioses… Yo puedo fallar pero siempre intento tratar a los pacientes como a mis iguales, como a mí mismo me gustaría ser tratado. Yo he sido paciente. Mi hijo tuvo un tumor cerebral cuando era bebé, así que tengo cierta experiencia personal en el ‘otro lado’, y sí creo que muchos doctores son muy arrogantes y tratan muy mal a los pacientes.

¿Cuánto pesó esa experiencia con su hijo en su decisión de ser neurocirujano?
Fue un año después de la cirugía de mi hijo que vi por primera vez una operación cerebral. ¿Me habrá influido subconscientemente? No lo sé. Y no sé qué clase de doctor hubiera sido si no hubiera tenido la experiencia de la enfermedad de mi hijo. Yo creo que haber pasado por eso ha sido importante. Hay demasiados médicos jóvenes y saludables que no entienden qué es estar enfermo y enfrentar a la muerte.

Sobre el libro

Nombre: Ante todo no hagas daño
Autor: Henry Marsh
Edición: Salamandra
Páginas: 346
Precio: S/85.00

Contenido sugerido

Contenido GEC