La pureza de Franzen
La pureza de Franzen
Dante Trujillo

Durante la década de los treinta del siglo pasado, el semanario Time le dedicó su portada a 23 escritores (entre ellos O’Neill, Lawrence, Joyce —dos veces—, Mann, Dos Passos, Woolf, Hemingway, Malraux y Faulkner). En los ochenta y los noventa, la cantidad se redujo a cuatro. En el 2000 apareció por segunda vez Stephen King y, desde entonces, tuvieron que pasar diez años más para que, en agosto del 2010, apareciese el, hasta hoy, último de esta lista honorífica. Fue Jonathan Franzen. El titular lo presentó como el “gran novelista americano”, a propósito de la publicación de "Libertad". Ello, por supuesto, atizó el debate: a los millones de lectores que veían en Franzen la encarnación más genuina del Escritor, aquel que representa en sus libros los conflictos morales, sociales, políticos y económicos de los miembros de la familia norteamericana contemporánea; y quien mantendría viva la esperanza de esa vieja quimera llamada, precisamente, “la gran novela americana”, salvándola de la nadería superficial que cunde en los relatos de un mundo frívolo y automatizado; se enfrentaban los detractores, aquellos que acusaban al autor de retrógrado de las formas, convencional, premoderno, antipático, aburrido, soberbio, esnob. Los antiFranzen también recelaban —y de hecho lo siguen haciendo— de sus críticas al marketing y las redes sociales, aduciendo que dicha postura lo convertía en un inmejorable producto de aquel y en mercancía muy trajinada en estas. Desde el New York Times Michiko Kakutani —acaso la crítica de libros más influyente del mundo— dijo que Franzen escribió “una novela que resulta ser tanto una biografía cautivante de una familia disfuncional como un retrato indeleble de nuestra época”. B.R. Myers en The Atlantic sostuvo que “es un monumento de 576 páginas a la insignificancia”.
    A Franzen parece que todo ello le importa muy poco. Es más, afirma que casi nunca lee nada de lo que se escribe sobre él. Su vida transcurre entre las dos costas de los Estados Unidos, en Manhattan y en Santa Cruz, California, cerca de Silicon Valley, ese pequeño imperio geek que le da tanta grima. No rehúye a la polémica, pero da pocas entrevistas y, cuando no está escribiendo un ensayo o una novela de varios cientos de páginas (que generan la expectativa de los grandes estrenos cinematográficos), dispara contra el abuso de las redes sociales, el poder de los grandes conglomerados financieros (sobre todo los vinculados a la tecnología), los republicanos o los enemigos del conservacionismo. O relee a los clásicos. O mira series de TV. O se dedica a su más grande pasión: la observación de aves (de hecho, es casi con seguridad el birdwatcher más famoso del planeta).
    
Desde la publicación de "Libertad" y la portada del Time, ha publicado el exquisito conjunto de ensayos "Más afuera" y un libro muy difícil de catalogar, llamado "The Kraus Project", una selección de textos traducidos y anotados del libelista austríaco Karl Kraus (1874-1936). Hasta que hace unas semanas llegó a las librerías (del resto del mundo; al Perú arribará el 25 de este mes) su esperada nueva ficción: "Pureza", una novela de 700 páginas.

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Jonathan Franzen nació en Chicago en 1959. Por su edad, es uno de los hermanos mayores de esa disímil generación de narradores norteamericanos que hoy superan la cincuentena, compuesta también por Jonathan Lethem, Richard Powers, Lorrie Moore, Chuck Palahniuk, Bret Easton Ellis, Michael Chabon, Jeffrey Eugenides, Rick Moody, Dinald Antrim y, especialmente, David Foster Wallace (1962-2008), quien fuera el gran amigo de Franzen.
    
Una apretada biografía literaria consignaría que pese a su sólida formación académica —con beca Fulbright incluida—, no empezó a publicar tan joven: tenía 29 años cuando salió "Ciudad veintisiete", su primera novela, a la que siguió "Movimiento fuerte" (1992). Ambos son relatos que convendríamos en llamar posmodernos, ambiguos, de alambicados argumentos donde abundan la conspiración y las distopías, que igual le valieron ser seleccionado en 1996 por la revista Granta como uno de los mejores 20 novelistas jóvenes de Estados Unidos. Sin embargo, el autor estaba pensando en darle una vuelta de tuerca a su poética, y fue en ese mismo año que publicó en Harper’s un texto muy popular y —cómo no— polémico llamado “Tal vez soñar”, recogido en español en un libro de ensayos literarios francamente memorable llamado "Cómo estar solo". Ahí postuló una idea que convertiría en fe: la novela que se estaba escribiendo a fines del siglo XX se había terminado por desvincular de los intereses y preocupaciones de la gente, perdiendo peso, relevancia, “seriedad” —sus grandes virtudes— y, de paso lectores, frente al arrase de las nuevas formas de entretención. “La única manera de avanzar es retroceder”, afirmó. Así que para salvar la novela en el siglo XXI había que volver la mirada a los grandes clásicos del XIX. 
    
Tardó nueve años desde "Movimiento fuerte" para poner en práctica esta idea. El resultado se llamó "Las correcciones": la desopilante saga de los Lambert, padre, madre y tres hijos disfuncionales del Medio Oeste que buscan reunirse para celebrar la Navidad, ganó el National Book Award, entre otra veintena de distinciones (la más redituable, sin duda, el aval del club de lectura de Oprah Winfrey). Ahí está lo esencial del nuevo autor en que se convertiría: una familia desmenuzada en abundantes páginas; mucho músculo narrativo repartido en personajes, tramas y subtramas que se introducen psico y sociológicamente, con acidez, humor y compasión, en la desencantada Norteamérica urbana de hoy.
    
Después vinieron los libros de memorias "Zona templada" y "Zona fría". Ha contado varias veces que durante años estuvo atascado con su siguiente novela. Hasta que en setiembre de 1998 David Foster Wallace, luego de varios intentos, terminó colgándose y poniendo fin a su vida. 

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Jonathan Franzen no pudo salvar de la depresión a su gran camarada, con quien sostuvo una larga relación de amor-odio, encuentros y desencuentros, genialidad y rivalidad. Solo le quedó repartir un poco de sus cenizas en la isla de Masafuera, aquella que se dice alojó al verdadero Robinson Crusoe, y a donde el escritor se marchó también a huir del mundo, del ruido, para pensar y observar aves. Sin embargo, de la desgracia por la muerte del autor de "La broma infinita" le sobrevino la energía creadora que le permitió concluir su nueva novela, y en 2000 apareció finalmente "Libertad".
    
Esta, su consagración en el universo de la literatura contemporánea, es un fresco del matrimonio compuesto por Patty y Walter Berglund, su hijo quinceañero, y un rockero viejo que vuelve del pasado para involucrarse en sus vidas, de por sí en conflicto, mientras enfrentan los cambios inherentes al nuevo milenio. Se trata de una novela minuciosa, a ratos disparatada, a ratos tristísima, sobre las distintas formas que tenemos de ejercer la libertad, la caída de los valores que a veces damos por inamovibles, las oportunidades perdidas, la soledad, la falsedad. 
    
Y cinco años después, nos llega "Pureza".En este, el libro con más humor de Franzen, ya no es de un núcleo familiar alrededor del cual se desarrolla la historia, sino que se decanta a través de una serie de personajes —eso sí, todos provenientes de hogares “curiosos”— cuyas vidas, claro, se irán entrecruzando. Es, según su autor, una novela “contra las ilusiones de libertad que nos venden las grandes corporaciones de Internet”. Veamos: la protagonista es Purity “Pip” Tyler, una chica de veintipocos que vive de okupa y tiene una madre jipi e hipocondriaca, una deuda de 130 mil dólares con la universidad donde ha estudiado y la gran interrogante de la identidad de su padre. Al borde de la desesperación total, Pip se vincula con Andreas Wolf, una versión terrible y seductora de Julian Assange que proviene de la RDA, la Stasi, y termina reconvertido en gurú antiglobalización en la era digital con base en la selva boliviana, donde Evo Morales ha decidido alojar su organización. De ahí Pip viajará a Denver para trabajar con Tom Aberant, un viejo conocido de Wolf, quien edita de una revista de investigación online; y con Leila Helou, su amante, ganadora de un premio Pulitzer (esta pareja representaría el espíritu de resistencia del periodismo clásico frente al avasallador avance del amarillismo chismoso y simplón a la Wikileaks). La galería la completan el esposo de Leila, Charles Blenheim, un novelista cínico y discapacitado de cierto reconocimiento; y Annagret, brazo derecho del terrible Wolf. Todos ellos le sirven al autor para referirse, además de a la sobredosis de Internet y la caída del periodismo “serio”, a la violencia que conllevan las relaciones económicas, las injusticias propiciadas por las estructuras de poder —desde el gobierno hasta el hogar—, lo difícil que es sostener vínculos familiares saludables en tiempos de dispersión, los problemas de afinidad entre géneros, el fin de la intimidad, las crisis medioambientales, el poder y su abuso y, una vez más, la soledad. Es, hasta hoy, la novela más política de Franzen: aquí el autor ha practicado una especie de viaje inverso, pues en lugar de acercarse hacia el interior de las casas, las familias, las mentes de sus personajes; parece haber querido partir de ahí para tratar de abarcar lo universal. El resultado es una inmensa sátira, cautivante, memorable.
    
Toca a los lectores peruanos, muy pronto, decidir si, a cinco años de la portada de Time, la afirmación que acompañaba el retrato de Jonathan Franzen le hace justicia y es, realmente, el gran autor de su país en nuestros tiempos. Mientras tanto, a continuación y esperando la llegada de la novela, glosamos fragmentos de una entrevista reciente, sostenida por el periodista español Enric González con Franzen en Múnich, durante la gira de promoción.

Permítame una pregunta excéntrica: ¿de dónde sale su afición a los pájaros?
Amo los pájaros. ¿Ha mirado usted atentamente un pájaro? Hágalo alguna vez. Son hermosos. Tienen sangre caliente, vuelan, cantan, están en todas partes. En el desierto de Atacama, en Chile, donde no existe ningún tipo de vida, apenas bacterias, hay gaviotas sobrevolando. Constituyen una dimensión especial del mundo a la que prestamos poca atención. Yo empecé a observarlos hace unos 15 años. No tengo hijos y quizá mi cariño hacia los pájaros aporte algo necesario a mi vida. Es una teoría como otra cualquiera, porque los pájaros no me quieren, prefieren más bien que no me acerque a ellos. Y me parece bien.

Acaba de mencionar a los hijos. ¿Hay algo de usted en Tom, el personaje de "Pureza" que no quiere tener hijos?
Vengo de una familia con tres hijos y siempre pensé que algún día formaría mi propia familia y los tendría. Pero me enamoré de una mujer que desde el principio dejó claro que no quería descendencia. Lo asumí tranquilamente. Por lo cual resulta lícito preguntarse hasta qué punto los deseaba yo.

Cada una de sus novelas es resultado de un proceso largo y cuidadoso que dura años. Por ejemplo, lleva usted mucho tiempo dándole vueltas a un personaje con el apellido Aberant, que suena como aberrant (aberrante); ha figurado en borradores de anteriores obras y siempre se ha quedado fuera en la versión definitiva. Hasta ahora. "Pureza" tiene un personaje llamado Tom Aberant.
Sí, Aberant ha estado merodeando mucho tiempo. Verá, hay como un caldo primordial en el cerebro del escritor. Resulta tentador establecer un paralelismo entre el origen de la vida en el planeta, una combinación de elementos químicos que finalmente producen algo capaz de reproducirse por sí mismo, y lo que ocurre en la cabeza de quien está construyendo un personaje. Uno tiene una serie de ideas vagas, rasgos, situaciones. Eso flota por ahí durante unos años y en un momento dado, aplicando energía, coagula en un protopersonaje para una protonovela. No siempre funciona. A veces se queda ahí. Hace tiempo publiqué unas páginas sobre un tal Andy Aberant, pero no funcionó. Era un personaje sin vida. Cuando escribía "Pureza" pensé que podía tomar la pequeña nube de elementos en torno al protopersonaje Aberant e incorporarla a Tom. Ahí sí adquirió auténtica sustancia, peso en la página. Por fin nació Aberant.

Siguiendo con los personajes, las madres, en sus novelas, son difíciles, invasivas, a veces insoportables.
Lo acepto. Si hablamos de "Pureza", Katia, la madre de Andreas, es un problema ambulante. La madre de Pip está llena de amor aunque, como se dice pronto, está loca. Luego tenemos a la de Tom, con una historia personal tortuosa. Realmente, sí, las madres en mis historias complican la vida de sus hijos. ¿Existe alguna madre que no lo haga? El hecho es que venimos del cuerpo de alguien y eso no es una transacción del todo limpia. ¿Cómo puede no generar complicaciones ese hecho? Los hijos dependen de su madre por un largo tiempo. La relación psicológica entre ellos resulta interesantísima.

¿Aplica a su exploración de las relaciones materno-filiales su propia experiencia como hijo?
Me criaron de una forma relativamente normal. Describí a mi familia en "Zona fría". Pero la voz de mi madre se coló, de forma inesperada y con resultados bastante cómicos, en "Las correcciones". La madre de Tom Aberant, en "Pureza", tiene problemas de salud como los que tenía la mía. Hay ciertas cosas con las que estoy familiarizado. Sé por experiencia que una madre con problemas de salud —y ahora que lo pienso había otra en "Libertad" puede generar en un hijo cierta hipersensibilidad hacia los problemas de las mujeres.

Hablemos del humor en sus novelas. Usted sostiene que sus obras son cómicas. Estoy hasta cierto punto de acuerdo.
Creo que todas las situaciones que invento son potencialmente cómicas. En "Pureza", Pip, cuidando a los 23 años a una madre infantil. Andreas, viviendo en el sótano de una iglesia pero convencido de ser el hombre más importante del país. Solo me siento cómodo escribiendo cuando la situación de fondo es cómica.

Su sentido del humor es retorcido. ¿De dónde sale? A veces parece relacionado con Kafka.
Cierto, he leído muchísimo a Kafka, el escritor más serio y uno de los más divertidos. Llevo toda la vida tratando de convencer a la gente de lo divertido que es. Creo que mi propensión hacia el humor es anterior a mis inicios literarios. Forma parte de mi personalidad. Soy un hombre bastante payaso en privado. El humor fue mi fórmula para sobrevivir en mi familia. A partir de los 11 o 12 años descubrí que podía hacer reír a mis hermanos mayores contando chistes sobre nuestros padres. Ese era mi papel en la familia. Fui hijo menor y tardío, mis hermanos eran bastante mayores que yo y cuando llegué las estructuras familiares y las discusiones ya estaban creadas. Desde muy pequeño me habitué a ejercer como intermediario entre unos y otros. Recibía las quejas de cada uno contra los demás. Las tensiones en mi familia eran intrínsecamente hilarantes y creo que mi presencia resultaba un alivio. Mi madre, por su enfermedad, estaba todo el día quejándose.

El éxito literario le llegó a una edad relativamente tardía, con "Las correcciones" (2001), su tercera novela. ¿Lo lamenta? ¿Lo agradece?
Creo que fue positivo. Había obtenido ya cierto reconocimiento de la crítica antes de los 30 años, y fue alentador, pero la fama y el dinero no llegaron hasta pasados los 40, cuando ya era demasiado tarde como para que me cambiaran. No sé si habría encajado el éxito con entereza a los 25. Los músicos y actores que alcanzan muy jóvenes el éxito suelen meterse en líos importantes. Scott Fitzgerald fue probablemente una víctima de ese tipo. Hemingway fue literalmente destruido por el éxito prematuro. Ambos quedaron condenados de por vida a mantenerse al nivel de su propia leyenda. Faulkner, en cambio, había experimentado una generosa cantidad de fracasos cuando comenzó a escribir sus obras más formidables y se convirtió, finalmente, en el gran William Faulkner de Misisipi, y ganó el Nobel, y vio su rostro en la portada de la revista Time.

Usted también apareció en la portada de Time.
Cuando tenía 50 años. Ya no había peligro.

¿Piensa de vez en cuando en el Nobel?
Por supuesto, lo hago. Pero no creo que los académicos suecos tengan mucho interés en la literatura estadounidense. De hecho, alguno de ellos lo dijo explícitamente. Tengo la impresión de que algunos escritores esperan con ansiedad la llamada desde Suecia. No soy uno de ellos. No me hago ilusiones. Pero he sido feliz por el Nobel concedido a Svetlana Alexiévich, de la que hacía tiempo me hablaban sus editores. Está bien que una mujer gane el Nobel, porque en la lista de premiados son muy pocas, y está muy bien también que la no ficción sea reconocida como literatura. En el último medio siglo bastantes de las mejores obras literarias en Estados Unidos no pertenecen al género de ficción.

Usted suele quejarse de que las mujeres están minusvaloradas en la literatura y en la sociedad. Recibe, sin embargo, críticas muy duras desde sectores feministas.
Le aseguro que no soy machista. Prefiero no leer esas críticas a las que se refiere. Pero quizá eso ocurre justamente porque no soy un hombre macho y previsiblemente malvado. Quizá porque intento escribir para una audiencia amplia y eso no gusta en los sectores más extremos: ni a los escritores más comerciales, que llevan mal que un escritor literario venda muchos libros; ni a los más literarios, que llevan mal que mi obra funcione comercialmente. En Internet, lo que más se escucha son las voces extremistas. A nadie le interesa la moderación, ni en feminismo, ni en ecología, ni en nada. Quizá mi moderación personal irrita a ciertas feministas.

Internet está lleno de puritanismo, pseudomoralistas y gente escandalizada.
Completamente de acuerdo. Conviene recordar que hay una estructura económica en torno a la Red y que, a la hora de cliquear, la mayoría elegirá la opción más sensacionalista o más ruidosa. Mientras los clics sean la unidad de medida para quienes dominan la economía de Internet, las opiniones sensatas estarán condenadas.

Andreas Wolf, uno de los personajes centrales de "Pureza" Pureza, se las arregla muy bien en el antiguo régimen comunista de Alemania Oriental, y luego se las arregla muy bien en Internet. ¿Está comparando de alguna forma la Red con un sistema tiránico?
Bueno, Andreas se limita a fornicar con muchas chicas en Alemania Oriental. En cuanto a Internet, se familiariza con la Red a través de la pornografía, como tantos otros hombres, y luego descubre que su indiscutible carisma se multiplica en un universo virtual. Existen ciertas similitudes, creo, entre un sistema totalitario e Internet, pero no comparo ambas cosas ni digo, por supuesto, que Internet sea como la Stasi, la antigua policía política de Alemania Oriental. Me ofende que digan que soy enemigo de Internet. Lo que he dicho a veces es que Internet propicia la autopromoción, el trabajo gratuito y otras cosas perjudiciales para la comunidad a la que pertenezco, la de los lectores y los escritores. Yo, claro, puedo permitirme el lujo de permanecer ajeno a Internet. Los escritores más jóvenes y aún desconocidos no pueden permitírselo. En 10 años, en Estados Unidos, las tarifas de los escritores freelance han bajado el 50%, y el tiempo dedicado por esos mismos escritores a la autopromoción ha subido casi el 100%. Es decir, hace falta estar tuiteando todo el rato y no se cobra por lo que se produce. Las cosas eran más fáciles cuando yo era joven y desconocido. Podía vivir modestamente escribiendo unas cuantas reseñas de libros cada mes.

Bastantes escritores dicen que escriben para ser queridos, para gustar a la gente. ¿Por qué escribe usted?
Escribo porque sirvo para escribir. Tan sencillo como eso. Un martillo es feliz cuando lo utilizan para clavar clavos y es infeliz si lo usan para cavar un hoyo. Mi naturaleza consiste en escribir, y por fortuna me di cuenta de ello bastante pronto.

Sus relatos se extienden por largos períodos, años o décadas durante los que ocurren acontecimientos históricos y sus personajes van cambiando. ¿Cree que sus novelas servirán a los lectores del próximo siglo para saber cómo fue el tiempo en que vivimos ahora?
Quizá alguien eche un vistazo. Pero quien quiera saber realmente cómo fue el final del siglo XX y el principio del XXI mirará películas y series de televisión. Si pudiéramos ver buenas series televisivas británicas de finales del siglo XIX, nos darían una idea más concreta sobre la época victoriana que las novelas de Dickens.

Recientemente publicó un artículo en el que decía que ya no valía la pena luchar contra el cambio climático porque no había nada que hacer. Causó bastante polémica.
En promedio, las temperaturas han subido este siglo dos grados centígrados. La causa está perdida. Se mire donde se mire, la economía va antes que la ecología, los empleos van antes que la ecología... Solo percibimos el corto plazo y elegimos lo más fácil. Hace tiempo que sabemos que el calentamiento global es un problema gravísimo. Pero en el 2014 se batió el récord histórico de emisiones de gases a la atmósfera. Por eso digo que más vale hacer lo que aún es útil, preocuparnos por lo posible y lo cercano: la preservación de especies o el cuidado de los bosques.

Título: "Pureza"
Autor: Jonathan Franzen
Editorial: Salamandra
Páginas: 695
Precio: S/.85.00
(Disponible en librerías desde el 25 de noviembre)

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