El escritor español busca nuevas formas expresivas. Una novela, un documental sobre los motivos literarios y una performance narrativa lo traen al Hay Festival de Arequipa.[Foto: Rosario Seminario / archivo]
El escritor español busca nuevas formas expresivas. Una novela, un documental sobre los motivos literarios y una performance narrativa lo traen al Hay Festival de Arequipa.[Foto: Rosario Seminario / archivo]
Dante Trujillo



Hasta que no cumplió los 35 años —pese a que desde pequeño tuvo el afán de convertirse en escritor—, Ovejero no había publicado nada. No solo ningún libro: ni un cuento, un artículo, un verso. Ni un renglón. Tampoco fue por falta de entusiasmo, simplemente parecía, como tantos, invisible para los editores. O acaso invendible. El hecho es que esa condición de inédito que amenazaba perpetuarse, sin embargo, se acabó tras ganar el Premio de Poesía de Irún. El resultado se llamó Biografía del explorador, un conjunto de poemas inspirados en la figura y los trabajos de Henry Morton Stanley, el aventurero y explorador británico de África Central que dio con el cadáver de Livingstone.

Ello ocurrió en 1993, y desde entonces muchísima agua ha corrido bajo los puentes, ríos de palabras. José Ovejero (Madrid, 1958), que había estado tan a punto de desistir, se propuso vivir de y para la escritura, y si los premios le permitían los medios para ello, se lo tomó en serio. En 1998, cuando todavía se ganaba la vida como traductor e intérprete, se hizo del Grandes Viajeros por una crónica sobre sus arduas experiencias en China (China para hipocondriacos). Luego, ya en el 2005, recibió el Premio Primavera de Novela por Las vidas ajenas. Hasta entonces ya había publicado crónicas, poesía, novelas y cuentos, a los que se sumarían luego piezas teatrales y ensayos. En estos casi 25 años transcurridos, Ovejero ha firmado 22 libros de diversos géneros, lo que da cuenta de su fertilidad y su versatilidad.

Sin embargo, el verdadero reconocimiento, digamos el éxito en la forma de aceptación de crítica y multitud de lectores, llegó entre el 2013 y el 2014, cuando ganó los premios Anagrama de Ensayo por La ética de la crueldad, y Alfaguara de Novela por La invención del amor.

El primero es un texto brillante y en parte una especie de arte poética que defiende una literatura cruel, no por su carga de violencia —que puede tenerla como que no—, sino porque “obliga al lector a mirar lo que no quiere ver”, y es entonces cuando se darían las verdaderas revelaciones del arte. La invención del amor, su libro más vendido y traducido, es una novela sobre el miedo a la soledad y a envejecer, y los trucos y las trampas del amor, los riesgos que estamos dispuestos a tomar, las narrativas del sentimiento en medio de un Madrid crispado. Para terminar de mencionar sus libros más populares, del 2011 es Escritores delincuentes, una sabrosa recopilación de semblanzas relacionadas al título.

José Ovejero (Madrid, 1958 ) es uno de los autores más versátiles de las letras castellanas. Ha cultivado la crónica, el ensayo, la poesía, la narrativa, la dramaturgia, el ensayo y, ahora, ha incursionado en las artes escénicas y el documental. [Foto: AFP]
José Ovejero (Madrid, 1958 ) es uno de los autores más versátiles de las letras castellanas. Ha cultivado la crónica, el ensayo, la poesía, la narrativa, la dramaturgia, el ensayo y, ahora, ha incursionado en las artes escénicas y el documental. [Foto: AFP]

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Hijo de un albañil y un ama de casa sin muchos estudios, Ovejero no vivió una niñez fácil ni demasiado estimulante, ni fue un lector de los clásicos de la literatura infantil. Leyó clásicos a secas, y eso fue suficiente para meterle las ganas literarias. La vida, el futuro, sin embargo, se veían complicados, así que estudió Geografía e Historia. Para saber de otros campos, dice, pero también porque, realista, se imaginaba enseñando en un colegio.

Graduado se fue a Bonn, siguiendo a una alemana que ya tenía dos hijas. Su novia laboraba de manera regular, así que Ovejero cuidaba a las niñas mientas escribía, mucho. Tenía 24 años. Estudió para traductor, y luego se fue a Bruselas a trabajar de intérprete. Ahí vivió 15 años pasando del inglés, alemán y francés al español “charlas de expertos en carne picada o negociaciones de paz de la antigua Yugoslavia”. Seguía escribiendo, maniáticamente siempre de pie, y mandaba sus textos a unas editoriales que ni se tomaban el trabajo de responderle. Cuando ganó el premio de Irún, tenía también dos novelas y dos libros de cuentos listos. Nunca los publicó, los tiró a la basura.

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Hoy José Ovejero vive en Madrid, su ciudad. Su ritmo no baja, parece siempre revigorizado. Tiene algo de rockero viejo en lo que hace, en lo que escribe y en cómo vive. Tiene inéditos un libro de cuentos y un poemario, y hace poco entregó su más reciente novela: La seducción (Galaxia Gutenberg).

Esta es un thriller que sale de una anécdota que le contaron en Montevideo, donde por error le habían dado una paliza a un chico hasta dejarlo en coma. Es el germen de David, el joven que se recupera pero, aún lisiado, involucra a su mentor en su cruenta revancha. Este es Ariel, el narrador de la historia.

La seducción es un libro sobre la mediocridad, el ego herido, las crisis de todas las edades, la violencia sin sentido, el incumplimiento de objetivos y de promesas. Nuevamente con un Madrid convulsionado de fondo, Ariel, un escritor de cierto éxito pero que hace tiempo perdió la fe en el fuego de la literatura, un cínico simpático, termina apadrinando al hijo de un amigo, un escritor de menos éxito.
David halla en Ariel una figura inspiradora, y es a él a quien recurre cuando decide vengarse de sus agresores, un remolino de furia que termina “seduciendo” a Ariel. Así, si La invención del amor era una novela sobre el poder de la imaginación para redimirnos y enamorarnos, esta se trataría sobre los efectos de ese mismo poder, pero para el odio.

Afiche de Vida y ficción, un documental sobre las motivaciones que sostienen el oficio de escritor.
Afiche de Vida y ficción, un documental sobre las motivaciones que sostienen el oficio de escritor.

Como Ariel, José Ovejero necesita experiencias, “vivir”, para alimentar su escritura. Por eso anda buscando nuevos medios, otras formas de relacionarse con la creación y con la manera de llegar a los lectores. Hace poco estrenó el documental Vida y ficción, sobre las motivaciones que sostienen el oficio de escritor, y donde intervienen, entre otros, Rosa Montero, Juan Gabriel Vásquez, Antonio Orejudo y Andrés Neuman; y un espectáculo que lleva el mismo título de un libro de cuentos del 2000: Qué raros son los hombres. En él da un paso más allá de todo, y se sube a un escenario para representar tres de sus relatos.

Todo ello se presentará el próximo fin de semana durante el Hay Festival de Arequipa. Mientras tanto, conversamos con él.

La cuestión que vertebra Vida y ficción es por qué los autores siguen escribiendo, pese a todo. Aunque dejas entrever tus propias motivaciones en el documental, te lo pregunto: ¿por qué escribes tú? ¿Por qué persistes?
Es una pregunta difícil de responder.
Y cuando me planteé rodar el documental con Edurne Portela intuía que otros escritores encontrarían la misma dificultad.
Por eso, aunque sea el tema central, no hicimos la pregunta directamente a los escritores. Lo que hacemos es buscar el que nos parece el tema central de su escritura y hablar con ellos de él. Pensábamos que preguntar “¿por qué escribes?” daría lugar a respuestas poco profundas, a meros intentos de salir del paso.

Así que si me aplico la misma técnica, tendría que indagar en el eje de mi obra literaria, que, muy resumido, sería el intento de sacar a la luz lo oculto, en el individuo, en las relaciones familiares, en la sociedad. Como escritor soy un arqueólogo que excava, que horada la superficie para intentar descubrir lo que lleva mucho tiempo enterrado. ¿Por qué lo hago? ¿No viviría más tranquilo sin hurgar en las profundidades? Supongo que sí. Pero desde niño he tenido la inquietud de que las cosas no son como nos dicen, de que la cara amable que a menudo se nos presenta oculta un gesto atroz que es necesario desvelar. Solo conociendo la realidad podemos defendernos de ella, y dominarla. En definitiva, tendría que decir que escribo en defensa propia.

Eso es interesante en tu trabajo: tienes algo que decir, y ese algo recorre todo, en el formato que sea, aunque no sea evidente. Como un río subterráneo.
Hace muchos años, acababa de publicar mi segundo libro, escribí que la literatura es la voz de nuestra sombra. Para mí sigue siendo cierto. Aunque escribo sobre temas muy distintos, con estilos y géneros diferentes, sigue habiendo ese gusto por atisbar por la mirilla lo que hace la gente cuando cree que nadie la ve. También en libros como La comedia salvaje o Los ángeles feroces, menos realistas y en los que los personajes son secundarios en relación con las atmósferas o con el contexto, creo que hay un deseo de subvertir las narraciones tradicionales, un intento de mostrar la realidad desde ángulos poco habituales, como cuando miramos un espejo cóncavo: lo que está ahí es un reflejo de la realidad, distorsionado, pero precisamente por eso muestra rasgos que normalmente no vemos.

Ovejero interpretando "Qué raros son los hombres", un espectáculo escénico que surgió a partir de su libro de relatos homónimo ( 2000 ). [Foto: Archivo José Ovejero]
Ovejero interpretando "Qué raros son los hombres", un espectáculo escénico que surgió a partir de su libro de relatos homónimo ( 2000 ). [Foto: Archivo José Ovejero]

Algo que llama la atención de tu literatura es su versatilidad: escribes en casi todos los formatos. ¿Cuándo sientes que debes tratar un asunto desde la poesía (aunque la tienes un poco abandonada), o la ficción, o el ensayo o ya mismo otros formatos, audiovisuales, por ejemplo? No creo que sea solo querer huir del encasillamiento.
Tienes razón en que mi interés por cultivar muchos géneros no responde a un deseo de huir del encasillamiento. Tampoco a un afán coleccionista. Es solo que cada género me permite acercarme de manera distinta a los dos aspectos que me interesan de la literatura: el juego expresivo (encontrar las maneras de decir) y la relación con la realidad que rodea a ese juego expresivo —y de la que es parte—. Cada género es una forma de establecer esas relaciones, de resituar la manera de contar, de jugar, de investigar, de exprimir las posibilidades expresivas.

Pero no me digo nunca: voy a escribir una novela o voy a escribir un libro de cuentos. Más bien, hay algo que tengo en la cabeza, una escena, un momento de tensión entre dos personajes, un puñado de palabras, y empiezo a planear como un buitre alrededor de ese despojo. Le doy vueltas en la cabeza y va tomando forma, que puede ser un cuento, una novela, un ensayo. Lo que sí hago, cuando descubro una línea o una atmósfera común, pongamos en un par de cuentos o en unos pocos poemas, es buscar maneras de expandirlas.

¿Por ejemplo?
Por ejemplo, después de escribir un par de cuentos sobre personajes que estaban realizando un viaje, me di cuenta de las posibilidades que tiene esa situación en la que se sale uno de sus rutinas y de sus seguridades, y decidí escribir un libro de cuentos de gente viajando (así fue en Mujeres que viajan solas).

Por cierto, la poesía no la tengo tan abandonada como parece. Acabo de terminar un libro de poemas al que me voy a poner a buscarle editor.

¿Existirá un vínculo entre esa versatilidad y tu propia vida nómade?
No sé hasta qué punto están relacionados ese nomadismo estético y el hecho de haber vivido tanto tiempo fuera de mi país de nacimiento. El único vínculo que veo es haber pasado de una tradición literaria principalmente española y latinoamericana durante mis años de instituto y universidad a leer sobre todo a autores extranjeros en varios idiomas. ¿Esa exposición a distintas culturas ha hecho que no me haya enraizado en ninguna poética, en ninguna tradición? Es posible.

Pero tampoco he vivido en tantos lugares (España, Alemania, Bélgica). Lo hice por razones personales, igual que volví por razones personales a España hace cuatro años.

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La seducción
José Ovejero
Editorial: Galaxia Gutenberg
Págs.: 224
Precio: S/ 80,00

Siempre te ha interesado desplazar los textos de lo solo escrito a lo oral (están los cuentos narrados en tu web). Pero desde hace un tiempo has dado un paso más, llevando a escena algunas de tus historias (mientras la mayoría se pertrecha tras la máquina), tomando contacto directo con los lectores, convertidos en espectadores. ¿Cómo nació la idea?
Es una pregunta difícil de responder. Siempre he creído que de no haber sido escritor habría sido actor. De hecho creo que un narrador de ficción puede compartir bastante con un actor, en el sentido de intentar darle voz al personaje, entenderlo, sentir como él. Pero lo mío era una de esas fantasías que a veces tiene uno sobre sí mismo pero no puede saber si son ciertas hasta no ponerlas a prueba. Y decidí intentarlo. Adapté tres relatos a la escena, ensayé y, cuando creí estar a punto, ofrecí el espectáculo. Me pareció que el resultado estaba bien, pero que se podía mejorar. Y empecé a trabajar con un director de teatro.

¿Qué te da el contacto directo con el público?
Yo creo que mi deseo de actuar tiene que ver con ese interés por exprimir todas las posibilidades expresivas de la literatura al que me refería antes. Y actuar los cuentos les da otra dimensión, los hace crecer de formas que no es posible alcanzar por escrito. Y, por supuesto, te hace experimentar una sensación muy aguda de riesgo y al mismo tiempo te permite sentir las reacciones de los espectadores en el momento. Cuando escribes, el lector reacciona tiempo después y, en general, sin que tú estés presente. Al actuar sientes inmediatamente el efecto del texto.

A propósito de los otros lenguajes expresivos y de lo que dice Aixa de la Cruz en la película (se pregunta si crear series de televisión no le resultaría hoy más seductor), ¿crees que si hubieras nacido treinta años después igual escogerías contar historias “literarias”?
Al contrario que Aixa yo no estoy fascinado por las series televisivas. Las pocas que he visto —algunas de las más famosas— me han parecido muy bien escritas, muy bien actuadas, y tremendamente conservadoras. No sé si tendría la misma impresión de haber nacido treinta años después, pero sospecho que sí, que las series no satisfarían mi deseo de experimentación, de búsqueda. Hay que tener en cuenta que las producciones costosas de cine y televisión necesitan millones de espectadores para ser rentables, por lo que tienen que acomodarse al gusto de amplios grupos de población. Yo, como escritor, puedo sobrevivir con que mi libro le guste a cinco mil lectores. Mi editor no se arruina si no pasamos de ahí; al contrario, gana dinero. Luego soy más independiente. Hago, estrictamente, lo que me da la gana, con la esperanza de que entre los millones de lectores posibles, le interese mi trabajo a un grupo muy reducido. No es que busque llegar solo a una minoría; es que no tengo que plantearme ese problema. (Y, por supuesto, si lo que hago le interesa a muchos lectores, mejor que mejor).

José Ovejero ha dirigido talleres de escritura en universidades, como Carleton College y en la Universidad de Berkeley, y en instituciones culturales, como la Casa Biblioteca Concha Meléndez. [Foto: Rosario Seminario / archivo]
José Ovejero ha dirigido talleres de escritura en universidades, como Carleton College y en la Universidad de Berkeley, y en instituciones culturales, como la Casa Biblioteca Concha Meléndez. [Foto: Rosario Seminario / archivo]

España atraviesa un tiempo complicado, y la realidad no te es ajena. ¿Es tiempo de ser un “escritor español”?
Aunque he pasado casi toda mi vida adulta fuera de España, sí, creo que soy español, aunque con muy poco sentido patriótico. Los símbolos nacionales me son indiferentes, como me es indiferente la unidad del país; si me preocupa la posible secesión catalana es por lo que puede suponer de imposición ilegítima a los propios catalanes no porque atente contra la unidad de la patria (qué palabra horrorosa, patria).

Así que la preocupación social que hay en buena parte de mi literatura es más amplia que la realidad nacional; de todas formas, los fenómenos sociales y económicos más importantes de nuestra época están menos ligados a lo local de lo que puede parecer. La explotación es local, pero las estructuras que la posibilitan son globales. Quizá por eso escribí Los ángeles feroces, que ocurre en un lugar que es una mezcla de numerosas ciudades.

Tras recibir algunos premios muy importantes, ¿cómo se sigue? No creo que sea casual que luego de La invención del amor aparezca Los ángeles feroces, un libro retador, complejo, grande, el más metafórico, acaso.
En esos años recibí un premio que a mí me parecía fuera de mi alcance, el Anagrama de Ensayo, porque era un género en el que era un recién llegado; y un premio de novela, el Alfaguara, que, aunque algo más en mi rango de posibilidades, también me parecía una eventualidad muy remota. Pero obtuve esos dos premios en años consecutivos. ¿Cómo se sigue después? Igual que siempre: esforzándome en ser independiente, en continuar mi trabajo literario de forma seria; esto es, intentando que me guíe la pasión por lo que escribo y no el deseo de agradar.

Si hubiese deseado agradar, vender, explotar el filón, después de La invención del amor habría escrito un libro similar, intimista, capaz de llegar a un público amplio, un libro algo más amable de lo habitual en mí. Pero lo que me atraía en ese momento era escribir una novela que llevaba tiempo pensando, una novela oscura, de atmósfera distópica, con personajes muy, muy peculiares. Y confieso que dudé, que me planteé continuar con otra novela menos lejana a aquella que me había dado a conocer a muchos lectores. Pero no era lo que me interesaba en ese momento. Desde un punto de vista comercial, la decisión de escribir Los ángeles feroces fue una catástrofe. Desde un punto de vista literario estoy muy satisfecho y creo que es una de mis novelas más ambiciosas y más logradas.

Jorge Ovejero recibió en el 2014 el Premio Bento Spinoza de Ensayo por su  obra "La ética de la crueldad".
Jorge Ovejero recibió en el 2014 el Premio Bento Spinoza de Ensayo por su obra "La ética de la crueldad".

Ariel, el protagonista de La seducción, aprovecha un pedido de auxilio para despercudirse de un exceso de normalidad y decide inyectarse realidad, vida. No voy a preguntarte qué tanto hay de ti en el protagonista, pero ¿te pasa? ¿Tú también necesitas esas inyecciones?
Ariel comparte conmigo una serie de rasgos, pero también somos muy diferentes. Pero es verdad que él necesita esa inyección de realidad para escribir y yo también. Nunca he deseado que la literatura fuese un sucedáneo de la vida. Me desconciertan esos escritores que dicen que la literatura es para ellos más importante que la vida. O, más que desconcertarme, me entristecen. Yo no quiero una literatura que sustituya la vida. Yo quiero vivir, intensamente, y que la literatura sea una parte de esa vida intensa.

En La seducción se habla de la furia gratuita, del cinismo, de lo difícil que es crecer y lo fácil que resulta “fallar”. La seducción del título —aquí se emparenta con La ética de la crueldad— es la que ejercen la violencia y la venganza. ¿La realidad te reclama el tema? ¿Cuánto permea, o quisieras que lo haga, lo que escribes en lo que vives?
A veces me preguntan por qué me interesa tanto la violencia. Mi respuesta habitual es que estoy, estamos, rodeados de violencia. La escritura, al menos mi escritura, surge de la tensión, en el individuo o en la sociedad; son sus posibles líneas de fractura las que nutren mi literatura. En un mundo estable y seguro la literatura no sería más que un adorno. En nuestro mundo es una forma de confrontar, examinar y expresar sus violencias, sus miedos, también sus deseos (que es otra parte esencial de mis historias). Así que no puedo separar mi literatura de la realidad que me rodea. Soy muy poco metaliterario, no dialogo con otros libros ni juego a relacionarme con ellos —salvo porque algunos han influido en mi manera de escribir—: mi interlocutor es la realidad, y mi estilo no es una decisión puramente estética, sino la elección de un lenguaje para realizar ese diálogo.

Actividades Ovejero en el Hay Festival Arequipa
Viernes 10

Proyección del documental Vida y ficción, presentado por sus creadores: José Ovejero y Edurne Portela.

Desde las 12:00 hasta las 13:30 en el Instituto Cultural Peruano Alemán.

“¿Por qué seguimos escribiendo en un mundo en el que la literatura cuenta cada vez menos, está peor pagada, tiene menos prestigio social…?”. Así arranca el documental Vida y ficción, dirigido y realizado por José Ovejero y Edurne Portela. Bajo esta premisa, 16 escritores y escritoras conversan sobre sus procesos de creación y su necesidad de literatura.
 Duración: 57 minutos.
 Con el apoyo de Acción Cultural Española

Sábado 11

Renato Cisneros y José Ovejero en conversación con Clara Elvira Ospina.

Desde las 12:00 hasta las 13:00 en el Teatro Municipal de Arequipa.

Dos autores nos presentan sus últimas novelas. Con el escritor y periodista Renato Cisneros (Perú), autor del celebrado La distancia que nos separa, libro que batió récord de ventas en Perú y ha sido traducido ya a varios idiomas. Cisneros presentará su nuevo trabajo, Dejarás la tierra, en el que explora de nuevo su historia familiar. Por su parte, el escritor José Ovejero (España) hablará sobre su último trabajo, La seducción, en el utiliza el concepto de la venganza, llevando al protagonista a abandonar una vida monótona para dejarse llevar por el rencor, cuestión que el personaje se plantea a lo largo de todo el libro. Ovejero ha escrito varias obras literarias como novelas, ensayos, cuentos y poesía, entre ellos La invención del amor, Premio Alfaguara 2013. Conversan con Clara Elvira Ospina.
Con apoyo de Acción Cultural Española

Representación de la obra teatral Qué raros son los hombres Con José Ovejero.

A las 20:00 en el  Centro Cultural Peruano Norteamericano (auditorio).

Un escritor escribe, corrige, publica, presenta... e interpreta. Así piensa José Ovejero, autor ya consagrado que en 2013 obtuvo el Premio Alfaguara por su novela La invención del amor. Nos presenta la versión escénica de varios de sus relatos en el espectáculo Qué raros son los hombres, obra dirigida por Eusebio Lázaro en la que el propio Ovejero ha adaptado sus historias para el teatro y ha decidido interpretarlas. 
Duración: 75 minutos. 
Con el apoyo de Acción Cultural Española

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