La primera compra de Brenton Tarrant tuvo lugar el mismo mes en el que obtuvo el permiso de armas de las autoridades de Nueva Zelanda. (AP)
La primera compra de Brenton Tarrant tuvo lugar el mismo mes en el que obtuvo el permiso de armas de las autoridades de Nueva Zelanda. (AP)

Por: Gabriel Meseth
Antes de irrumpir en una mezquita de Christchurch para atentar contra la comunidad musulmana que celebraba el azalá de cada viernes, provisto de un arsenal de fusiles semiautomáticos y transmitiendo el ataque a través de Facebook Live, el neozelandés Brenton Tarrant se sirvió de sus redes sociales para difundir un manifiesto en el que se define a sí mismo como ecofascista. Se trata de un documento plagado de teorías conspirativas como el Gran Reemplazo, que pretende denunciar un complot liberal, el cual acoge a inmigrantes en países de Occidente con el fin de desplazar a las poblaciones locales. A ello se suma una aberración de la conciencia ecológica, pues romantiza la vida rural previa a la Revolución Industrial y exhorta a defender la tierra que le pertenece a la raza aria.

Este episodio nefasto en la historia de Nueva Zelanda, el cual ha llevado a su primera ministra Jacinda Ardern a prohibir la venta de armas de asalto, coincide con los 100 años de la aparición de los Fasces Italianos de Combate, primer movimiento político que Benito Mussolini fundó en Milán, un 23 de marzo de 1919. A lo largo de este siglo, la ideología fascista ha azuzado el temor y el descontento de las masas, inclinadas a la aceptación de regímenes totalitarios en defensa de ideales como el nacionalismo identitario o la pureza étnica. De acuerdo a Isaiah Berlin, se trata de un fenómeno que ha socavado los pilares de la civilización occidental, en el cual el culto a los líderes ha dado paso a un “irracionalismo brutal y la opresión de minorías”. ¿Por qué esta filosofía de la fuerza y la violencia sigue siendo atractiva en la actualidad?

—Un socialista renegado—
Paradójico que el fascismo germine de un socialista renegado. Hijo de herrero e institutriz, Benito Mussolini vio frustrada una carrera literaria tras pasar hambre, dormir bajo los puentes y trabajar de albañil cuando se hallaba en el exilio. En sus diarios de trinchera cuando fue combatiente de la Gran Guerra, como también en las columnas que firmó en su paso por diarios proletarios, fue ensayando su imagen de líder magnánimo al mando de una Italia jerarquizada.

Mussolini supo aprovechar la desazón que se apoderó de los veteranos tras los escasos beneficios económicos obtenidos tras el Tratado de Versalles y los temores de la clase dirigente italiana por el auge de la Revolución rusa.

Desde su aparición, el fascismo italiano se expresó a través de una simbología críptica que aludía al pasado de la Antigua Roma. La estética fascista fue uno de sus elementos más seductores, como luego se vería con la esvástica nazi o las flechas franquistas. El Duce declamaba sus discursos montado sobre un caballo, e instauró el popular saludo del brazo en alto entre huestes que vestían camisas negras y lucían el águila legionaria, la loba capitolina y los fasces —atado de treinta varas que sujetaba un hacha—, arma que representaba la unión por la fuerza.

—Símbolos y signos actuales—
El fascismo ha cosechado adeptos en lugares lejanos a su origen. Echó raíces en el Perú con la fundación de la Unión Revolucionaria, grupo político que en 1931 llevó a la presidencia al caudillo Luis Sánchez Cerro. Gobierno breve, interrumpido por el magnicidio perpetrado por el militante aprista Abelardo Mendoza. El diplomático Luis Alberto Flores tomaría las riendas del partido urrista —de uniforme oscuro— para arreciar la batalla contra el “aprocomunismo”.

En un mundo en permanente transformación, hoy el fascismo parece un volcán dormido que amenaza con resurgir. No solo se atisba en expresiones como las ocurridas en Nueva Zelanda o la isla de Utøya, sino en el Make America Great Again inscrito en la gorra roja de Trump y en el muro que pretende detener el ingreso de ilegales por la frontera con México. En las banderas nacionalistas que marchan por la independencia de Polonia. En el discurso racista de Marine Le Pen y el apetito destructor de los Chalecos Amarillos. En el peligro que enfrentan las minorías y las comunidades nativas de la Amazonía brasileña en el gobierno de Bolsonaro. En el autoritarismo que hoy golpea a Venezuela, lo que demuestra de manera flagrante que el fascismo no solo se asocia a la extrema derecha.

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