[Ilustración: Manuel Gómez Burns]
[Ilustración: Manuel Gómez Burns]



Primero de enero del 2006 
7.30 a. m.

La Habana un primero de enero parece el desierto del Sahara con mar. Polvo, piedras y silencio. Luego el azul de fondo que transcurre como si nada y nos salva la vida.

Conozco poco el amanecer en otras partes; a estas horas, un día como hoy, yo nado en el Caribe. Quiero que el mar se lleve lo malo que traigo en mi cabeza y en mi cuerpo. “En ninguna cabeza cabe el mar”. Los días primero de enero aquí se conmemora todo y no se festeja nada. Primero de enero a esta misma hora: Triunfo de la Revolución, efemérides y banderas colgando de los balcones junto a la ropa interior. La calle parece una pista de patinaje sin hielo, está vacía; no hay carro que frene en la avenida. Todo duerme.

Ya tengo todos los planos de lo que voy a quemar en los jardines de Calder en Francia. Mis esculturas son héroes de hielo y de fuego. Se derriten o se incineran, pero esos son mis héroes.

Me cuentan que en el castillo de Sachè está nevado el patio.

Cada día fabricaré dos esculturas: una de fuego y otra de hielo.

La de fuego: una gran estructura a escala humana, hecha de hojas y de ropas, va a ser quemada. Encendida cada noche sobre el blanco, se verá fabulosa. Ese es el héroe con la cara de mi padre.

La de hielo: una estructura similar, esculpida en la nieve, sostenida con varillas de alambre moldeado hasta lograr un cuerpo de heroína con la cara de mi madre.

Del hielo al agua, del fuego al frío helado. Una se quema y la otra se derrite.

Soy pirómana, me fascina encenderlo todo, debe ser que he crecido entre apagones.

Voy a inmortalizar a mi padre y a buscar a mi madre, es un gesto personal y efímero. Es mi ritual nocturno en la nieve de Calder. “Quiénes son los héroes para el altar de hielo o fuego” sobre el hielo insípido de mi cuerpo se derrite esa agua que viene de mí.

Segunda idea:
La figura de fuego será la guerrillera. Como una de esas estatuas de cera, pienso en las del Museo de la Revolución.

Materiales: hojas, estropajo, botas militares, gorras, uniformes verde olivo. La cara de una guerrillera conocida, al acercarte se ve claramente la cara de mi madre, una entrañable desconocida que arde y se extingue.

La de hielo es mi padre, pero a gran escala, barbudo y monumental, ese es mi propio héroe, creo que me lo he dicho una y mil veces. Varillas, alambres, uniformes verde olivo, botas militares. Maquillajes y pelucas para ambos.

Papá duerme en el sofá. Mañana me voy a París y extrañaré la casa, extrañaré Cuba, me extrañaré a mí misma. Voy a nadar. Querido diario: feliz Año Nuevo.

Hacer la maleta y llevar la isla
Puse tu libélula rota al fondo de mi maleta vacía. Luego mantas y medias para este frío absurdo en primavera.

Ya sé que leen mis diarios, pero los llevo conmigo. Me quitarán artefactos, clavarán la mano en mi ropa interior.

¡Ah! Pedir permiso para sacar mi cuerpo desnudo en los dibujos, allí van, solapados en la maleta de mi vida. En el vidrio de mis lágrimas. Mamparas de dudas, a contraluz en el deseo de este viaje eterno.

Los discos de mi generación, gritando el miedo, disimulando. Sobrepeso de ideas ocultas, pertenencias que no quiero declarar. Me aterra esto.

Libros de los muertos para sobrevivir.
Libros de los vivos que yo extraño cuando leo sus manos sobre el papel mojado.

Originales, anclas, algas que me hacen emerger de un sentimiento ahogado.

Al fondo de todas las cosas unos mangos pintados, de Pinar del Río, de contrabando; olorosos, delatores.

Arena de Santa María, rones de Santiago y una virgen que ampara para llegar al fondo sin dolor.

Aleteando se va, esta libélula rota, esta cubana despeinada que intenta meter su isla en la maleta.

Trajes de invierno, trusas para el sol.
Viaje interminable en la maleta sin fondo.

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Novela
Nunca fui Primera Dama
Wendy Guerra
Editorial: Alfaguara
Páginas: 301
Precio: S/73,00

2 de enero del 2006. (Libreta roja)
El aeropuerto de La Habana, lágrimas como perlas regadas sobre el suelo saltan sobre “el mármol de los adioses”. Resbalo y caigo al piso sin remedio.

Aviones, personas pronunciando sus “hasta luego”. Mi padre de pie como un soldado, mi padre diciendo adiós no sé hasta cuándo. Recuerdo hoy su historia loca sobre mi dramática inclinación al llanto. Aquella madrugada en que no dejé de llorar: lo tenía desesperado. Mi madre había atravesado la puerta, yo tenía cinco meses y estábamos papi y yo solos. Probó a darme un biberón de leche. Medicarme con goticas para los cólicos. Mecerme a toda velocidad en el sillón de la sala. Me acostaba y sacaba de la cuna sin resultado. Hasta que por fin, con cara de susto, me puso en su tetilla; el hombre que es mi padre (treinta años más joven) notó que me dormía.

Mi madre volvió más tarde, pero esta vez para dejarnos del todo. Yo tenía diez años. En 1980 se escapó de Cuba. Nunca hemos sabido por qué, al menos no me lo han dicho. Destetada (de ella), acostumbrada ya a los brazos de mi padre, casi sin extrañarla, continuamos nuestra vida juntos.

—Adiós, adiós, nos vemos pronto.

Lloro en silencio mientras la aduana revisa mis libros, mis papeles, haciendo preguntas sin respuestas. La rutina se encarga de ordenarlas. Pienso en mi padre y recuerdo aquella obra: “una parada en el viaje hacia Egipto”. El oficial me pregunta muchas cosas, yo le regalo dos perlas de mis ojos made in Cuba.

Cansado de decir adiós mi padre vuelve a casa. Yo me quedo en ese limbo situado entre Cuba y el Mundo. “Aguas Territoriales”, Isla, Padre, Adiós.

3 de febrero del 2006. París.
Muy temprano
Un mes para conocerlo, cinco minutos para desvestirlo. Una hora para despertarlo.

Pienso en Marguerite Yourcenar: “Nunca me gustó ver dormir a los seres que amaba, descansaban de mí, lo sé, pero también se me escapaban”.

Cuando lo vi llegar con su maleta me encerré en el baño para no saludarlo. No quise hablarle. Me lo presentaron y escapé. Aunque tras el pretexto de estas becas busco a mi madre, puse la mano en el bolsillo de mi abrigo y saque la foto de mi padre.

Saúl se parece a papá. Mi psiquiatra me quitaría la penitencia. Ya no es un hecho inconsciente, persigo a mi padre hasta la cama. Mi padre en otro cuerpo, mi padre dentro de mí. Selo dije a Saúl mientras fabricaba sus obras de madera. Él terminará haciendo crítica y curaduría, su mente estropea la buena obra que pueda estar por hacer. La fuerza de su inteligencia mata el resultado.

Teclas de un piano a gran escala. Tierra y nieve a la vez. Saúl no se espantó. Entiende todo. Afeito su cabeza con una máquina que recuerda un artefacto de cortar césped. Saúl mira cómo fabrico a mis padres; él sabe que pronto desaparecerán. Arte efímero. Matar a los padres, decía el psiquiatra sentencioso. Por el momento afeito con la máquina el escaso pelo que queda en la cabeza de Saúl.

Hacemos el amor con misma precisión con la que su cuchilla rasga los bordes de madera. Es más hermoso verlo desvestirse que verme lanzar mi ropas al suelo. Se desviste perfecto, como una mujer. Posee las claves del desnudo. Cinco minutos y estamos dentro uno del otro. Saúl y yo sin conocernos, atrapados en la nieve de Sachè. Me golpea sobre la madera y el golpe me gusta, el deseo que contengo me hace derramar lágrimas, las mieles que mi cuerpo esconde van a parar a la boca de Saúl. Abro las piernas como el puerto dejando pasar las luces bajo los puentes. Apetito y sed. Apetito y miedo. Saúl parece cubano, pero no lo es. Huele a ostras cuando se duerme y bajo a beber de su sexo, a tragar de él, acurrucada en él, perdida en sus descuidos, gimiendo.

Con Saúl la verdad es mentira. Le llaman mujeres de todas partes a este atelier en el fin de Francia. Saltan correos en varios idiomas. Saúl no dice que me ama. Yo me invento el amor de Saúl. Lo obligo a mentir, lo ayudo a mentir, le doy las herramientas para mentir. Dice que me estima y que está solo. No conoce mi país, ni a mi padre, ni mi casa, ni mi absurdo pedigrí. Ignora los hombres que he sido en cada vida.

Las mujeres que él encarna siguen sostenidas en la línea del teléfono y en su olor. Saúl miente y yo lo dejo herir y herir mi cuerpo con su espada muda, hasta que lo ahogue el dolor de haberme lastimado.

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vida & obra
Wendy Guerra (La Habana, 1970)

Se graduó en Dirección de Cine. Conoció a Gabriel García Márquez cuando fue su alumna en un taller de guiones; este encuentro le cambió la vida, pues el escritor se convirtió en su mentor literario.
Ha sido actriz de cine y televisión, y ha publicado libros de poemas, como Ropa interior ( 2008 ), y novelas como Todos se van ( 2006 ). Tiene el título de Officier de l’Ordre des Arts et des Lettres en Francia.

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