La selección italiana hace el saludo fascista en la final del Mundial de 1938. Ese día, presionados por Mussolini,
los italianos vencieron 4 a 2 a Hungría. [Foto: AP]
La selección italiana hace el saludo fascista en la final del Mundial de 1938. Ese día, presionados por Mussolini, los italianos vencieron 4 a 2 a Hungría. [Foto: AP]


“El corazón tiene razones que la razón no entiende”. La frase, atribuida a Pascal, podría definir perfectamente la emoción que hemos vivido en todos los confines del país por haber conseguido la clasificación a un Mundial de fútbol después de 36 años.

La épica que rodea el torneo de selecciones más grande del planeta no ha estado desprovista de hechos conflictivos, violentos o polémicos, cuya resonancia ha sobrepasado los límites del campo de juego, superando el pique, atarantando el amague y enredando la gambeta. Desde el Maracanazo de 1950, que tantas tristezas le dio a Brasil como alegrías a Uruguay; pasando por el “partido del siglo”, que la Alemania de Beckenbauer, Müller y Uwe Seeler protagonizara junto a la Italia de Facchetti, Mazzola y Riva en México 70; hasta el polémico robo de Gwangju, la tarde del 2002, en que el árbitro ecuatoriano Byron Moreno —que años después sería condenado por narcotráfico— perjudicó escandalosamente a España en su enfrentamiento contra Corea del Sur por el pase a la semifinal del Mundial que este país organizaba junto a Japón.

Lo mismo había sufrido Italia en un partido anterior, lo mismo les ha pasado a muchos otros equipos, y peores cosas también. En 88 años de mundiales hay muchos partidos que merecen recordarse por el fútbol, sí, pero también por motivos insospechados. “Pronto aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga”, escribió alguna vez Albert Camus. De eso se trata este texto.

                                      —Vencer o morir—
Ahora que tenemos aún fresca la imagen del enorme Gianluigi Buffon llorando amarga pero valientemente por la eliminación de Italia rumbo a Rusia 2018, no estaría mal recordar que el primer Mundial europeo fue organizado por Italia, en 1934. Mussolini lo utilizó como propaganda fascista del mismo modo que Hitler haría luego con las Olimpiadas de Berlín en 1936.

Gracias a un gran equipo dirigido por Vittorio Pozzo —y a algunos arbitrajes favorables—, Italia resultó campeón. En el Mundial de Francia 1938, la selección, aun dirigida por Pozzo, también llegó a la final, donde enfrentaría a Hungría. Poco antes del partido, el equipo recibió un telegrama enviado por el mismísimo Duce, con un mensaje corto, pero inapelablemente motivador: “Vincere o morire”. “Nunca en mi vida me sentí tan feliz por haber perdido. Con los cuatro goles que me hicieron, salvé la vida de once seres humanos”, contó años después el arquero húngaro Antal Szabó luego de aceptar que sus compatriotas también sabían lo que decía aquel telegrama firmado por Mussolini, y lo que significaría para los italianos en caso de volver a casa derrotados.

El partido acabaría 4-2, Italia campeón. Sin embargo, no siempre dieron pena: en encuentros anteriores contra Francia y Noruega, los italianos vistieron de negro e hicieron el saludo fascista, gesto hoy castigado con dureza y que entonces despertó la hostilidad de los espectadores.

                        —Por la razón o por la fuerza—
Chile sorprendió al mundo cuando obtuvo la sede para el Mundial de 1962. “Porque no tenemos nada, queremos hacerlo todo”, fue la famosa frase atribuida a Carlos Dittborn, uno de los gestores del torneo junto a Juan Pinto Durán. Aunque ambos fallecieron antes del evento, varios equipos se tomaron en serio la frase, pero no con la misma intención: selecciones como la Unión Soviética o Yugoslavia se enfrentaron con mucho juego sucio, y dejaron como saldo una de las lesiones más graves de la historia de los mundiales, la que sufrió el defensa ruso Eduard Dubinski.

Pero aquel Mundial estuvo marcado por la llamada “Batalla de Santiago”, el Chile contra Italia considerado uno de los episodios más violentos de los campeonatos. La prensa italiana había calentado el ánimo, dando una triste y prejuiciosa descripción de Chile, lo que ofendió gravemente a su hinchada. Pese a que los jugadores italianos salieron a la cancha lanzando claveles blancos en señal de buena onda, fueron sonoramente abucheados por la multitud y rápidamente ‘acariciados’ por sus rivales. La primera falta fue a los 12 segundos, y, a los siete minutos, el italiano Giorgio Ferrini fue expulsado. Ante su negativa de abandonar el campo, tuvo que ser sacado por los carabineros. Más tarde, el duelo de patadas voladoras y puñetes que protagonizaron el chileno Leonel Sánchez y el italiano Mario David, en jugadas distintas, acabó con la única expulsión de este último. Curiosidad mayor: Ken Aston, el criticado árbitro del encuentro, fue más tarde el creador del sistema de tarjetas amarillas y rojas para castigar el juego brusco.

Maradona contra los ingleses en el memorable partido del Mundial de México 1986. [Foto: AFP]
Maradona contra los ingleses en el memorable partido del Mundial de México 1986. [Foto: AFP]

                             —Clasificación sangrienta—
“En América Latina, la frontera ente el fútbol y la política es tan tenue que resulta casi imperceptible”, escribió Ryszard Kapuściński en su libro La guerra del fútbol, inspirado en los hechos que vivió él mismo en Tegucigalpa, cuando Honduras fue bombardeada por El Salvador y se inició un conflicto bélico que duraría solo cuatro días —conocido también como la guerra de las Cien Horas—, pero que, para el reportero, encontraba su origen en los partidos clasificatorios para México 70 que enfrentaron a salvadoreños y hondureños.

Cada uno ganó el partido jugado en su país, y ambos encuentros estuvieron rodeados de tensión, violencia callejera, maltrato a los visitantes y la sensación permanente de que la vida de los jugadores corría peligro. Incluso, luego de la victoria por 1-0 de Honduras en el primer partido, una hincha salvadoreña de 18 años se suicidó de un disparo en el corazón y se convirtió en mártir, con funeral de Estado incluido, lo cual encendió más los ánimos durante la visita de los hondureños a San Salvador. Como cada equipo ganó un cotejo, se pactó el desempate en la Ciudad de México, y fueron los salvadoreños quienes celebraron su primera clasificación a un Mundial.

Esto ocurrió el 27 de junio de 1969. La guerra fue entre el 14 y el 18 de julio. Aunque la verdadera razón del conflicto fuera un problema social mal manejado por ambos países, debido a la deportación masiva de granjeros salvadoreños de Honduras, la cercanía del partido eliminatorio —que se convirtió en pírrica revancha— y del ingenio de Kapuściński hicieron que se le conozca para siempre como la “guerra del fútbol”.

                             —Pinochet también jugaba —
Luego de eliminar sorprendentemente al Perú, Chile decidiría su clasificación al Mundial de Alemania 1974 en un repechaje frente a la Unión Soviética, vigente subcampeona de Europa. Pero no era este un partido cualquiera, pues la ida se jugaría en setiembre de 1973, apenas semanas después de que Augusto Pinochet derrocara al gobierno socialista de Salvador Allende en un sangriento golpe de Estado, que tuvo entre sus consecuencias la represión de toda forma de protesta y la tortura y desaparición de los disidentes.

Chile y la URSS no tenían relaciones diplomáticas. Puestas así las cosas, Chile decidió viajar a Moscú para dar una imagen internacional de normalidad. Eso, a pesar de que las familias de todos los jugadores estaban siendo celosamente vigiladas “por si acaso”. Con la tenebrosa sombra de Pinochet velando sus noches, los chilenos consiguieron un histórico 0-0 de visita. Antes del partido de vuelta, programado para noviembre, los rusos se negaron a pisar Santiago, aduciendo falta de garantías por la situación política y pidieron un cambio de sede, denunciando que el Estadio Nacional de Chile era un centro de detención “manchado con la sangre de patriotas chilenos”. Aunque los rusos ganaron el ‘partido moral’, el general negó todo, la FIFA estuvo de acuerdo con él, y se declaró que los soviéticos habían perdido el partido. Eso sí: se obligó a Chile a saltar simbólicamente a la cancha de aquel sombrío estadio, y anotar un gol a un equipo fantasma para ‘legitimar’ su victoria. De este modo, Chile clasificó al Mundial sin un solo gol válido en su repechaje y llegó a Alemania 1974 a anotar uno solo y quedar eliminado en primera ronda. Entonces, sin duda, Leonid Brézhnev sonrió silenciosamente en el Kremlin.

                                —Las Malvinas de Dios —
“… barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina?”, gritó el periodista Víctor Hugo Morales en una narración que al oírla, aún hoy, estremece como el primer día. Pocos minutos antes de que el pie y la cintura de Dios amargaran a los ingleses con el mejor gol en la historia de los mundiales, la mano divina ya había hecho lo suyo: Maradona fue maña y genio en el mismo partido. Sucedió el domingo 22 de junio de 1986 en México. Era, para muchos, la revancha de la Guerra de Malvinas, perdida ante el mismo rival en 1982. “Las Malvinas son argentinas… y Maradona también”, podían decirse los albicelestes. Quedaba claro que el 10 fue el más grande ejército que tuvo nunca Argentina, que el Estadio Azteca había sido un campo de batalla pacífico y asombrado, que hay quienes pueden izar la bandera del triunfo y la épica sin derramar una gota de sangre, aunque sí muchas de llanto y sudor. El Diego no recuperó unas islas, pero sí el honor.

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