Fotograma intervenido de "El gran dictador" (1940), de Charles Chaplin.
Fotograma intervenido de "El gran dictador" (1940), de Charles Chaplin.


Por Gabriel Meseth

La crisis que atraviesa Venezuela es evidencia de que la Historia, en su peor faceta, se repite a sí misma. La dramática transición del poder, la feroz represión de grupos opositores, los enfrentamientos intestinos, la escisión del gobierno con un sector de las fuerzas armadas, la creciente reprobación internacional y la demagogia con la cual se sigue escudando a un régimen estatista han puesto en evidencia los mecanismos de una corrupción sistematizada que en 17 años ha precipitado la debacle de uno de los países de mayor riqueza petrolera. A pesar de que el fracaso del “socialismo del siglo XXI” nunca había sido tan flagrante, la situación de Venezuela no es una novedad: pertenece al imaginario cultural de la región. La esencia de estos hechos se encuentra plasmada en la novela del dictador, género narrativo que cobró fuerza con el ‘boom’ latinoamericano.

Como subgénero literario, la novela del dictador se consolida a partir de la década del sesenta. Pese a que Augusto Pinochet fue uno de los más sanguinarios, aún no ha sido abordado completamente por la narrativa latinoamericana.[Foto: REUTERS]
Como subgénero literario, la novela del dictador se consolida a partir de la década del sesenta. Pese a que Augusto Pinochet fue uno de los más sanguinarios, aún no ha sido abordado completamente por la narrativa latinoamericana.[Foto: REUTERS]

     El escritor Alonso Cueto advierte que el tirano siempre ha sido una figura novelesca, pues “el mal es un centro de atracción para la literatura”. Lo dice con conocimiento de causa, desde que accediera a la esfera íntima de Vladimiro Montesinos —dictador desde la sombra— para escribir Grandes miradas (2003). “Cuando se indaga un personaje como este, uno se da cuenta de que quienes ostentan el poder absoluto son extraordinariamente banales, ambiciosos y egocéntricos, elementales y primitivos”.

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Grandes miradasAlonso Cueto
Editorial: Peisa
Páginas: 328
Precio: S/ 19,00

    Los orígenes de la fascinación literaria con el dictador se remontan a mediados del siglo XIX. Facundo (1845), tratado sociopolítico de Domingo Faustino Sarmiento, era una diatriba contra el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, y su hombre de confianza, el federal riojano Juan Facundo Quiroga. Pese a que Sarmiento —defensor acérrimo del modelo europeo para el desarrollo cultural de Sudamérica— considerase a Rosas y Quiroga como responsables del atraso y la barbarie rioplatense, en Facundo no oculta su interés por la fuerza magnética que posee la figura del caudillo, de enorme arraigo popular. Cueto intenta explicar este fenómeno cultural: “Lo terrible no es que exista un personaje así, sino que la dictadura se convierta en un estado de la psicología social. En el fondo, no es que un dictador domine por su temple, sino que existe una predisposición generalizada a la sumisión, que convierte a tantos en seguidores temerosos e incondicionales”.

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FacundoDomingo Faustino Sarmiento
Editorial:
Losada
Páginas: 384
Precio: S/ 35,00

    Como género literario, la novela del dictador se consolida a partir de la década del sesenta. El marco histórico en el que aparecen estos libros muestra una tierra fértil para regímenes castrenses, ubicados en ambos opuestos del espectro ideológico. Carlos Fuentes recordaba que, en 1967, empezó a cocinarse un proyecto coral, a titularse Los padres de la patria, que reuniría perfiles de tiranos abordados por varios escritores del ‘boom’. Por ejemplo, Vargas Llosa escribiría sobre Manuel A. Odría, Julio Cortázar sobre el clan Perón. La empresa quedó trunca, aunque avizoró el protagonismo del caudillo en la narrativa latinoamericana.

El general Manuel A. Odría, dictador del Perú entre 1948 y 1956, en la parada militar por Fiestas Patrias de 1955.
[Foto: Archivo El Comercio]
El general Manuel A. Odría, dictador del Perú entre 1948 y 1956, en la parada militar por Fiestas Patrias de 1955. [Foto: Archivo El Comercio]

     En el intento por socavar sus estructuras desde una aproximación crítica, los escritores del ‘boom’ representaron el paternalismo en una dimensión legendaria, cercana a lo divino, que deviene en la podredumbre moral de la vida doméstica. Bajo la estela de Joyce y Faulkner, la apuesta por la innovación de las técnicas narrativas y la exploración de un lenguaje próximo a la oralidad fueron elementos decisivos para que los representantes del ‘boom’ lograran adentrarse en la psique del dominador.

                                  — El Señor Presidente —
En la Navidad de 1917, pasadas las diez de la noche, dos terremotos redujeron a escombros la Ciudad de Guatemala. Las calles ondulaban como la marea, y los tejados y paredes emitían un crujido insoportable antes de desplomarse. La capital ceremoniosa, de iglesias coloniales y edificios barrocos, desapareció. Refugiados en parques y plazas, los pobladores advirtieron la aparición de una gigantesca nube negra que eclipsó la luna que los guarecía de la oscuridad. Una señal de los tiempos que se vivían bajo Manuel Estrada Cabrera, jefe supremo de la República de Guatemala.

    Miguel Ángel Asturias tenía 18 años cuando la tierra tembló. Lo motivó a escribir un cuento, “Los mendigos políticos”, que según el autor buscaba correr el velo de “la injusticia social que llegó a ser tan aparente” luego del desastre. Este relato constituye la fase germinal de la primera novela de Asturias: El Señor Presidente (1946).

Manuel Estrada Cabrera, Jefe Supremo de la República de Guatemala durante 22 años, entre 1898 y 1920. [Foto: Wikimedia Commons]
Manuel Estrada Cabrera, Jefe Supremo de la República de Guatemala durante 22 años, entre 1898 y 1920. [Foto: Wikimedia Commons]

     El escritor y diplomático nació en 1899, un año después de que Estrada Cabrera asumiera el poder luego del asesinato de su antecesor, José María Reina Barrios, cuyo cadáver fue hallado en plena vía pública. Estrada Cabrera, entonces secretario del Interior, fue el principal conspirador para el derrocamiento de Reina Barrios y, según creencia popular, el autor intelectual del magnicidio. Con el beneplácito de las fuerzas armadas y de compañías estadounidenses que convirtieron al país en una república bananera, Estrada Cabrera se enquistó en el gobierno por 22 años.

     Cuando estudiaba Derecho, Asturias participó de forma activa en las revueltas dirigidas por el Partido Unionista para derrocar a un Estrada Cabrera sexagenario que, luego de sufrir tragedias familiares como la tuberculosis de su esposa y el suicidio de su primogénito, desapareció del ojo público. Rodeado por una corte de adivinos, sanadores y chamanes que velaban por su salud, Estrada Cabrera vivía recluido, ajeno al remezón social originado por los terremotos de 1917. Declarado no apto para gobernar en 1920, se atrincheró en su palacete por ocho días, armado hasta los dientes. Al verse sitiado, se entregó a la justicia.

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El señor presidenteMiguel Ángel Asturias
Editorial: Alianza editorial
Páginas: 408
Precio: S/ 58,00

     Como secretario de la corte, Asturias lo visitó casi a diario en la cárcel. “La gente pensaba que no era posible que ese pobre viejo tras las rejas fuese Estrada Cabrera, que el verdadero se había fugado”, declaró Asturias acerca del mito que siguió acechando Guatemala después de la muerte del dictador, en 1924, por una neumonía.

     En su estancia en París, Asturias frecuentaba a los surrealistas, como también a César Vallejo y Arturo Uslar Pietri. En estas conversaciones, enhebraba sus recuerdos en los tiempos de Estrada Cabrera. Empezó a escribir El Señor Presidente, libro en el que el tirano sin nombre es retratado a partir de la lejana percepción de los demás personajes, quienes deambulan por calles atestadas de indigentes, tabernas de los bajos fondos y calabozos que silencian las voces disidentes. Son estos escenarios donde se tejen las leyendas en torno a un ente ubicuo cuya sombra se extiende por todos los rincones de un país asolado por la opresión, la miseria y la muerte.

    Con la creación de este demiurgo invisible, Asturias inició la ruptura de la tradición realista en la novela latinoamericana. Narrada con un pie en lo fantástico y una prosa afiebrada, El Señor Presidente es precursora del realismo mágico y, según el biógrafo Gerald Martin, se trata de la primera verdadera novela del dictador.

                                        — El Supremo —
Mientras que Asturias muestra la omnipresencia del tirano desde la distancia, Augusto Roa Bastos convierte al dictador en el centro gravitacional de la novela. Yo el Supremo (1974) penetra la conciencia del doctor José Gaspar Rodríguez de Francia, ideólogo de la emancipación del Paraguay que se declararía a sí mismo Dictador Perpetuo a lo largo de 26 años, hasta su muerte en 1840.

     Rodríguez de Francia “encarna la figura del Padre Fundador en el seno de la sociedad paraguaya”, según testimonio del autor. “Esta figura histórica, unida y confundida con su figura mítica, forma un personaje que domina inescrutable y severo el trasfondo de la sensibilidad de la nación paraguaya que tiene en él su prócer fundacional”.

Los dictadores de Paraguay (1954-1989) y España (1939-1975), Alfredo Stroessner y Francisco Franco, respectivamente, dirigiéndose a una ceremonia en Madrid, en julio de 1973. 
[Foto: AFP]
Los dictadores de Paraguay (1954-1989) y España (1939-1975), Alfredo Stroessner y Francisco Franco, respectivamente, dirigiéndose a una ceremonia en Madrid, en julio de 1973. [Foto: AFP]

     La obsesión de Roa Bastos por “el Supremo” despertó pronto, cuando vivía en una hacienda azucarera que su padre administraba en la provincia de Guairá. La experiencia en el campo le revelaría la miseria del pueblo guaraní. Una infancia bucólica cuyo eco es percibido en su primera novela, Hijo de hombre, evocación de la lucha de clases durante la guerra del Chaco. En ella se filtran las historias que Roa Bastos oía narrar a los ancianos en torno al Supremo, vigilante del país “con el rigor implacable de su voluntad y un poder omnímodo como el destino”.

     El privilegio imperial del cual gozó Rodríguez de Francia lo fue acercando a una locura caligulesca, con extravagancias como las órdenes que dictaba en latín a su ejército de nativos guaraníes, o los paseos a caballo por las noches de Asunción, donde quienquiera que se cruzara en su camino debía darle la espalda, pues nadie podía mirarlo a los ojos.

      El compilador que aparece en Yo el Supremo —sugestiva reflexión sobre el rol del autor— se nutre de archivos fragmentados que, décadas después de la muerte de Rodríguez de Francia, sobrevivieron al calor, la humedad y las plagas. Se entremezclan apuntes del diario personal, consignas al Congreso y notas del amanuense Policarpo Patiño, recipiente de las invectivas de su amo.

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Yo el supremoAugusto Roa Bastos
Editorial: RBA
Páginas: 540
Precio: S/ 93,00

     Se trata de un monólogo de profundidad oceánica, en el que los delirios de grandeza del Supremo confluyen con una polifonía de miles de voces provenientes de un amplio horizonte temporal, el cual abarca desde las misiones jesuíticas y el mestizaje colonial, hasta los acontecimientos que desencadenarían la dictadura de Alfredo Stroessner, activa mientras Roa Bastos gestaba la novela exiliado en Argentina.

     Stroessner fue el cerebro de la maquinaria de secuestros, torturas y ejecuciones extrajudiciales que desangró Paraguay por 35 años, hasta su derrocamiento en 1989. Años de la Operación Cóndor que, bajo tutela de la CIA, ejercía el terrorismo de Estado en el continente. La anécdota sobre la muerte de Miguel Soler, líder del Partido Comunista, que fue descuartizado vivo con una motosierra mientras Stroessner lo escuchaba todo al otro lado del teléfono, exhibe un paralelo con la furia de Rodríguez de Francia.

     Yo el Supremo se halla en las antípodas de una biografía novelada. Juego intertextual arriesgado y demandante, es el gran mosaico de toda la historia paraguaya, contenida al interior de su Dictador Perpetuo.

                                       — El patriarca —
En Aquellos años del boom, el periodista Xavi Ayén cuenta que Gabriel García Márquez nunca había vivido por largo tiempo bajo un régimen dictatorial, y que se mudó a Barcelona para experimentar una, con el propósito de escribir El otoño del patriarca (1975). Una historia que flotaba en el subconsciente de García Márquez desde su niñez en Aracataca, cuando escuchaba a su abuelo rememorar junto a otros veteranos la Guerra de los Mil Días.

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El otoño del patriarcaGabriel García Márquez
Editorial: Random house
Páginas: 304
Precio: S/ 69,00

     Intentaba escapar del éxito abrumador de Cien años de soledad. García Márquez buscaba una ruptura, alejarse de la fórmula, cuando empezó a escribir una fábula crepuscular, centrada en un viejo general aislado por su círculo de confianza. Creó un tirano a partir de la suma de varias identidades históricas, como el haitiano ‘Papa Doc’ Duvalier, quien ordenó exterminar a todos los perros negros porque creía que uno de sus enemigos había mutado en un animal; o el nicaragüense Anastasio Somoza, que en el patio de su casa albergaba un jardín zoológico donde convivían las fieras con sus enemigos políticos, separados apenas por una reja de hierro. García Márquez pasó casi una década documentándose para El otoño del patriarca, y aseguraba que el dictador era el verdadero animal mitológico surgido de América Latina.

     El resultado sería la obra más hermética y divisiva de García Márquez, de largos párrafos y multiplicidad de puntos de vista. También la más personal, al relacionar el aislamiento del poder con la soledad de su propia fama. “Cuando ostentas el poder absoluto, no hay ningún contacto con la realidad y esa es la soledad más imponente que hay”, declaró en una entrevista con The Paris Review.

La Habana, marzo de 2007. Gabriel García Márquez y el dictador cubano Fidel Castro, con quien cultivó una amistad de casi cincuenta años.
La Habana, marzo de 2007. Gabriel García Márquez y el dictador cubano Fidel Castro, con quien cultivó una amistad de casi cincuenta años.

     La cercanía al alma del dictador en El otoño del patriarca, que parece comprenderlo y humanizarlo, trascendió hasta la estrecha amistad que García Márquez cultivó con Fidel Castro y el panameño Omar Torrijos. Este último, luego de leer la novela, hizo una confesión que enorgullecía a García Márquez: “Es verdad, somos nosotros, así somos”.

                                             — El Chivo —
La aparición de La fiesta del Chivo, en marzo del año 2000, fue un acontecimiento con repercusiones que trascendieron el ámbito literario. Por primera vez desde La guerra del fin del mundo (1981), Mario Vargas Llosa se alejaba del Perú como escenario de su obra de ficción. En esta oportunidad relataba un thriller político, basado en una incisiva documentación histórica, sobre el generalísimo Rafael Leónidas Trujillo y la dictadura que tuvo en vilo a República Dominicana por más de tres décadas.

Agosto de 1955. Rafael Leonidas Trujillo, dictador de República Dominicana entre 1930 y 1961, protagonista de la novela La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa. 
[Foto: AFP]
Agosto de 1955. Rafael Leonidas Trujillo, dictador de República Dominicana entre 1930 y 1961, protagonista de la novela La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa. [Foto: AFP]

     La primera visita de Vargas Llosa al país caribeño se dio en 1975, cuando le fueron reveladas varias anécdotas en torno a la Era Trujillo y la conspiración para asesinar al genocida. Una regencia que cobraría más de cincuenta mil vidas y asentaría su poder en la criminalidad más atroz, operada desde el Servicio de Inteligencia Militar al mando de Johnny Abbes, y beneficiada por la complicidad de políticos como el presidente títere Joaquín Balaguer.

     Abocado a otros proyectos de novela, Vargas Llosa seguía cautivado por Trujillo cuando leía biografías y reportajes que fueron fortaleciendo la necesidad de escribir una ficción en aquel trasfondo. Durante tres años pasó largas temporadas en Santo Domingo, cotejando fuentes de la época y entrevistando tanto a víctimas como a colaboradores. A partir de la muerte de Trujillo como columna vertebral, fue entretejiendo las líneas narrativas: sus últimas horas, el complot para emboscarlo, la brutal cacería que siguió al asesinato, y la memoria de Urania Cabral, que simboliza el rol trágico de la mujer en una dictadura dominada por el machismo tropical.

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La fiesta del chivoMario Vargas Llosa
Editorial: Alfaguara
Páginas: 600
Precio: S/ 79,00

     “Cuando escribí Conversación en La Catedral, inspirada en el general Odría, el dictador no aparecía, […] lo hacía a través de las acciones de sus colaboradores”, ha dicho Vargas Llosa sobre el dictador como protagonista. “Decidí que esta novela tuviera como uno de sus ejes al propio Trujillo, y que el narrador entrara en la intimidad para contar desde ahí las motivaciones secretas y oscuras de su conducta política”.

Mario Vargas Llosa y Pericles Mejía, actor que interpreta a Joaquín Balaguer en la película "La fiesta del chivo" ( 2006 ), basada en su novela homónima, y dirigida por Luis Llosa. 
[Foto: AP]
Mario Vargas Llosa y Pericles Mejía, actor que interpreta a Joaquín Balaguer en la película "La fiesta del chivo" ( 2006 ), basada en su novela homónima, y dirigida por Luis Llosa. [Foto: AP]

     Ante la interpretación de La fiesta del Chivo como un libro de historia, Vargas Llosa ha demarcado la naturaleza ficticia de una obra “donde hay más invención y memoria, y donde los personajes y los hechos históricos están tratados con la libertad con la que escribe un novelista”. No obstante, la publicación se anticipó a la caída de Alberto Fujimori. El destino de Ciudad Trujillo fue una revelación para comprender los mecanismos detrás de la mafia institucionalizada que en ese momento controlaba al Perú.

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La evolución de América Latina y la globalización representan el antídoto contra aquel caudillismo retratado por el ‘boom’, pero aún quedan personajes como Augusto Pinochet o Fidel Castro, que no han sido asimilados debidamente por la ficción. Lo más cercano en este último caso es Persona Non Grata, libro en que el chileno Jorge Edwards narra el divorcio de varios intelectuales con la Cuba revolucionaria a partir del sonado caso Padilla.

Hugo Chávez y Nicolás Maduro, actual dictador de Venezuela. 
[Foto: Reuters]
Hugo Chávez y Nicolás Maduro, actual dictador de Venezuela. [Foto: Reuters]

      Novelistas de generaciones posteriores han aportado a la novela del dictador, como Tomás Eloy Martínez y su extraordinario díptico conformado por La novela de Perón y Santa Evita. Novelas que examinan a Juan Domingo Perón en su vejez, controlado por las especulaciones astrales del asesor José López Rega —el Brujo—, como también la leyenda del cadáver embalsamado de Evita, que permaneció sin entierro y fue convertido en fetiche erótico que hechizaba a sus custodios. Otro ejemplo es Patria o muerte (2015), de Alberto Barrera Tyszka, que toma el pulso a Caracas durante la enfermedad y muerte del comandante Hugo Chávez.

     Mientras tanto, la Venezuela de Nicolás Maduro sigue narrando su propia historia a diario, en su descenso a la anarquía. Si bien parece repetida por estas novelas del dictador, algún día merece ser escrita.


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