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Jaime Bedoya


La raza humana es una sola, pero el odio entre las personas puede ser infinito. Prueba de esto es lo que está sucediendo en los Estados Unidos, donde su presidente pretende homologar la intolerancia racial con la lucha contra la discriminación. Trump piensa como se peina: horrorosamente.

     Los términos pueden ser confusos, especialmente en un país como el nuestro, tributario de castas y sistemas históricos de dominación racial. Para transmitir tranquilidad y pertenencia a una fobia familiar, se ofrece aquí una breve, improbable y reprobable guía de desencuentros nacionales. Que nadie se quede sin mirar con recelo al otro.

Machotu. Abreviatura de Más cholo que tú, grupo que reivindica una pureza cobriza no negociable marcando distancia crítica de matices ambiguos como el sacalagua, el cuarterón, y el café con leche. Desconfía de ese canto de sirena llamado inclusión, un montaje escenográfico apoyado en los poderes fácticos y el falaz boom gastronómico. Aunque cada vez que sale en la foto, renace la esperanza.

Blanasia. Colectivo caucásico limeño que, impulsado por el venido a menos carácter exclusivo de las playas del kilómetro 97,5, introdujo la estética Chibolín (camisas con logo) a las terrazas de playa. Suelen ser beligerantes cuando intoxicados, proclives a atropellar policías y a relacionarse celebratoriamente con personajes bajo apremio judicial. Ser un machotu es su peor pesadilla.

Brayanismo. Colectivo que se instala inadvertidamente a la izquierda de los machotus, motivados por una pulsión primaria antes que reivindicativa. Al brayan le interesa la velocidad de su mototaxi y seguir reinando sobre las ruinas digitales del Hi 5, siendo activo protagonista del noticiero nacional. El brayan sobrevive, luego existe.

Blamis. Blancos limeños de ajustada situación económica (“blancos misios”) con habilidades naturales bajo la premisa del pintoresquismo. Así como antes se decía: “tengo varios amigos gays”, ahora se dice: “tengo varios amigos blamis”.

Capucuties. Muchachas y muchachos de piel capulí que hace dos décadas hubieran sido calificados de cholitos con gracia y que ahora suelen encontrar una profesión en el campo del modelaje internacional. Los machotu los pueden ver como felipillos. Los blamis no entienden por qué los famosos no son ellos.

Ponllonja/ Chinonja. Orientales al margen de las tendencias de valoración de sus aportes étnicos, culinarios o estéticos. Se refugian en los códigos del barrio como autenticidad respecto a amaneramientos burgueses tales como tomar té de kion con aguaymanto mientras se lee a Baricco antes del yoga entre enemas. El escupitajo al suelo es su guiño.

Nikkitucos. Nikkeis pitucos cuya situación económica les permite destacarse estética y materialmente, sin desprecio pero con claridad, de raíces históricas que jalan hacia lo ponllonja.

Pisiems. Élite tecnocrática caucásica adscrita a la Presidencia del Consejo de Ministros que chatea en inglés. Cuentan las horas para que el desembolso de la reconstrucción se deje notar en la economía peruana, y Central abra antes del 2021 una sede en Paseo de Escribanos que acabe con la deprimente ubicuidad de la sopa a la minuta en el Cercado de Lima.

Etnocacheristas. Nueva generación de bricheros pragmáticos que prefieren ir al grano respecto a su interacción en lo que al turismo receptivo se refiere.

Pieliféricos. Masa no interesada en definirse según su tipo de piel y que, según barrios, guachimanes o tribus que los señalen, pueden ser leídos como adscritos a uno o más grupos, taxonomía que les da igual. Descreen del ruletazo genealógico peruano: alguna vez escucharon que la única raza pura del planeta, la pigmea, está en peligro de extinción.


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