Jaco Pastorius empezó a tocar el bajo a los 13 años. Su talento y su avidez por la experimentación lo llevaron rápidamente al estrellato. [Foto: http://jacopastorius.com]
Jaco Pastorius empezó a tocar el bajo a los 13 años. Su talento y su avidez por la experimentación lo llevaron rápidamente al estrellato. [Foto: http://jacopastorius.com]


Cuando sus dedos transitaban entre las cuatro cuerdas de su bajo era como si caminara sobre sí mismo. Sus falanges se estiraban, tramaban, iban y venían en una coreografía fluida y temeraria: eran rock, eran reggae, eran funk. Dibujaban pasos de tango o vals que simulaban, a la vez, acrobacias de ballet y yoga sobre el instrumento, aunque hasta ahora muchos solo hemos atinado a llamar ‘jazz’ a las infinitas posibilidades que su talento propuso.

     Los dedos de Jaco Pastorius eran diez veces Philippe Petit, el funambulista que cruzó las Torres Gemelas en 1974 caminando por un cable: así se veían cuando desafiaban al silencio entre cuerda y cuerda. Eran el riesgo y la pasión, el corazón y el pulso, la carrera y el jadeo. La gran cuerda que sostenía a Pastorius era floja, sí, pero también tensa, suave, tierna, violenta, caprichosa. Comenzó con el instrumento a los 13 años en Oakland Park, Florida. Un talento descomunal y una enorme necesidad por ser diferente lo llevaron a una meteórica carrera solo frenada por la fatalidad una noche de setiembre de 1987.

     Lo suyo era tan cósmico como terrenal. Se dice que era un camaleón. Que tenía groove. Que estaba loco. Todo tiene algo de cierto y de ficción, como decir que su bajo aún hoy es hipnotismo, un prisma, Jackson Pollock explotando en colores mientras lo escucha. La música era su lienzo. Era todo ideas, corazón, sistema nervioso puro y desnudo. Al quitarle los trastes a su bajo para alcanzar la resonancia de un chelo y sonar como un contrabajo, revolucionó para siempre el instrumento, su presencia, su proyección. En Pastorius, el jazz fue un desafío constante, una carrera de velocidad, un intercambio de inteligencias y de audacias, un camino para la evolución. Él fue un bluesman, un rocker, un punk del jazz. Si B. B. King tuvo su Lucille, Jaco Pastorius tuvo a su Bass of Doom. Para él, presentarse ante el público era el rito mayor: una ceremonia de sangre, fuego y sacrificio.

La primera oportunidad real de Pastorius ocurrió cuando se convirtió en el bajista de Wayne Cochran, A partir de ahí se hizo cada vez más conocido.
La primera oportunidad real de Pastorius ocurrió cuando se convirtió en el bajista de Wayne Cochran, A partir de ahí se hizo cada vez más conocido.

                                   — Cuerdas para rito —
“¡Hola!, quiero presentarme. Me llamo John Francis Pastorius III, soy el mejor bajista del mundo”, dijo el muchacho. Joe Zawinul, fundador de Weather Report, amagó un grito para ahuyentar al atrevido. La respuesta fue un LP lanzado como un frisbee hacia su rostro. “Escúchame”, dijo Pastorius. Zawinul, uno de los principales referentes del jazz contemporáneo, no solo quedó sorprendido ante su talento y actitud, sino que convocaría a ese muchacho para unirse a su banda, en la que también tocaba el peruano Álex Acuña.

     Es irónico pensar que, en su adolescencia, Jaco Pastorius no tuviese otra ambición que tocar cada noche sin saber siquiera si se iba a dedicar a eso. Más tarde, cuando empezó con Wayne Cochran, tenía apenas dos pares de jeans y tres camisetas. Todo entraba en la funda de su bajo Fender, incluyendo sus escasos billetes, ocultos en una media cochina que metía allí. Pero a fines de los setenta ese chico ya estaba junto a los grandes: Pat Metheny, Herbie Hancock, Othello Molineaux, Blood, Sweat & Tears, Joni Mitchell, Toots Thielemans, Al Di Meola, John McLoughlin. Sobre el escenario eran dioses del Olimpo definiendo los contornos del mundo. “Él era un explorador. Yo veo una imagen de Jaco, como Charlie Parker, Coltrane, Miles. Es lo mismo que veía en los cómics: ¡superhéroes!”, ha dicho Wayne Shorter, excompañero en Weather Report. “Todo cambió cuando él comenzó a tocar, nunca volvió a ser igual. Trituró todo lo que hubo antes de él y jamás volvería a hacerse de nuevo. Cambió las reglas de lo que es posible en el bajo y de lo que no puede hacerse”, reflexionó Flea, el enorme bajista de los Red Hot Chili Peppers, en Jaco, documental producido el 2015 por Robert Trujillo, bajista de Metallica, y quien recuperó el célebre Bass of Doom —robado a Pastorius en sus peores días— hace pocos años.

                 — Paren el mundo que aquí me bajo —
     Cuando el guardia de seguridad Luc Havan lo agredió en setiembre de 1987, rompiéndole un brazo y vaciándole un ojo hasta dejarlo en un coma del que nunca se recuperaría, no solo lo golpeó él: el mundo mismo lo había noqueado hacía tiempo. Jaco Pastorius tenía apenas 35 años, pero ya sumaba dos conflictos matrimoniales, internamiento en una clínica mental, diagnósticos de bipolaridad —exacerbada por el consumo de cocaína y alcohol—, cárcel por robar un auto y varias noches durmiendo en parques, roto como otros jazzmen: Charlie Parker, Bud Powell, Lester Young, Chet Baker. “Escucho a todos los grandes cantantes. De allí logro buen tono en mis composiciones. Soy un cantante que tiene vergüenza de mostrar su voz. Esa es la realidad. Yo canto con el bajo, o al menos trato de que parezca que canto”, dijo. Precisamente. Preciosamente. Poco después de su muerte, Miles Davis y Marcus Miller le dedicaron el tema “Mr. Pastorius”. Muchos de los grandes bajistas de la actualidad, como Sting,
Les Claypool o los ya mencionados Flea y Robert Trujillo, han sido influidos por él. Eso prueba que, a pesar de su ausencia, Jaco Pastorius tiene cuerdas para rato. Y es que, como dijo Bob Moses, “tocar con Jaco era como saltar desnudo de noche y en LSD desde un avión. Era excitante. Era un gran viaje”.

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