[Foto: AFP]
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Claudio Cordero



Es sabido que Vincent van Gogh murió por decisión propia a los 37 años, sin haber podido vender ninguno de sus cuadros. Un lustro después, en 1895, los hermanos Lumière presentaron su revolucionario invento, el cinematógrafo, en París, a 27 kilómetros de la comuna donde el pintor vivió sus últimos días y permanece enterrado.

Coexistían un arte moderno y un arte nuevo, aunque a las primeras películas les faltaba aquel elemento que se había convertido en la quintaesencia del estilo de Van Gogh: el color. Incluso después de la Segunda Guerra Mundial, la implementación del color avanzaba a paso lento, pero el joven Alain Resnais no pudo esperar más: Van Gogh (1948), su cortometraje documental en blanco y negro, ganó el Óscar en dicha categoría, un intento por reconstruir la vida del pintor posimpresionista exclusivamente a través de sus obras.

No fue hasta 1956 cuando Hollywood se vio en la necesidad de expandir su paleta para no ceder más terreno a la televisión. Era el momento perfecto para deslumbrar al público con imágenes y colores que jamás encontraría en la pantalla chica. Y también con historias poco convencionales, de aquellas que suelen incomodar a los anunciantes de la TV. El éxito de Moulin Rouge (John Huston, 1952) demostró que la América de la posguerra estaba dispuesta a abrazar a los artistas decadentes de la belle époque. Basada en la novela homónima de Irving Stone, Sed de vivir (1956) arribó a los cines de todo el mundo en glorioso Cinemascope y Metrocolor.

Pero para que Hollywood se fijase en un excéntrico como Van Gogh hizo falta otro artista enamorado del color y dispuesto a experimentar con sus posibilidades expresivas: fue el propio Vincente Minnelli quien solicitó hacer esta película, la primera de su carrera filmada fuera de los estudios, más precisamente en los mismos lugares visitados por Van Gogh en Francia, Bélgica y los Países Bajos. Hoy la película es mejor recordada por la sensacional interpretación de Kirk Douglas como Van Gogh, aunque Anthony Quinn estuvo cerca de robarse la película en los 22 minutos que aparece en pantalla como Paul Gauguin, su amigo y ocasional rival. Pero no todo el mundo amó Sed de vivir: cuenta Kirk Douglas que John Wayne le llamó la atención por haber aceptado encarnar a un hombre tan débil.

Lo que pasó por alto el Duque Wayne es que Van Gogh no fue cualquier hombre, sino un mito: nuestra fascinación por su arte es indesligable del tormento que acompañó su existencia de forma casi permanente. Que haya trascendido la pobreza, la locura y la misma muerte a través de su obra ha hecho de Van Gogh el pintor más cinematográfico de toda la historia del arte, ubicándose una oreja por encima de genios mucho más celebrados que él, por ejemplo,
Rembrandt, Goya o Picasso. El vínculo de Van Gogh con el cine va más allá de las películas que se han hecho sobre su legado: recordemos al director Theo van Gogh (bisnieto del hermano de Vincent), asesinado a tiros en las calles de Ámsterdam allá por el 2004, crimen cometido por un fanático religioso en represalia por un documental de Van Gogh crítico con el islam.

Escena de "Sed de vivir", con Kirk Douglas en el papel del atormentado Vincent Van Gogh. [Foto: MGM/ UA]
Escena de "Sed de vivir", con Kirk Douglas en el papel del atormentado Vincent Van Gogh. [Foto: MGM/ UA]

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1990 fue clave en la carrera póstuma de Vincent van Gogh, justo cuando se conmemoraba un siglo de su desaparición. Ese año, su cuadro “El doctor Paul Gachet” se vendió al precio récord de 82,5 millones de dólares. El director norteamericano Robert Altman (entonces autoexiliado en Europa) tenía algo que decir al respecto. Su película Vincent y Theo fue estrenada ese mismo año y empieza con una escena real que encierra una cruel paradoja: las millonarias subastas de las obras de Van Gogh, quien alguna vez fuera juzgado como un incompetente. En palabras de Altman, su intención original “no era hacer una película sobre un pintor famoso, tampoco sobre pintura; iba a hacer una película sobre un artista fracasado y su relación con su hermano”.

De hecho, lo que distingue a Vincent y Theo de otras biografías de Van Gogh es que ambos hermanos (interpretados por Tim Roth y Paul Rhys, respectivamente) son contemplados con la misma fascinación y respeto; el artista maldito y el merchante de arte como iguales, dignos de descansar sus restos uno al lado del otro. Pocos meses después llegaba a los cines Los sueños de Akira Kurosawa (1990), memorable entre otras cosas por el capítulo dedicado a Van Gogh y su cuadro “Trigal con cuervos”. Kurosawa escogió a su colega y discípulo Martin Scorsese para ser Van Gogh, un rol pequeño que logra transmitir la intensidad deseada.

La expectativa por el estreno de Loving Vincent (Dorota Kobiela y Hugh Welchman, 2017) está más que justificada, no solo por la grandeza del personaje al que se aproxima (más que una cinta biográfica, es una indagación en torno al artista y su vida íntima), sino también por la maravillosa técnica de animación empleada en esta coproducción de Polonia y Gran Bretaña: cada uno de sus fotogramas es un cuadro hecho sobre óleo; se convierte, así, en el primer largometraje totalmente pintado, una proeza técnica que ha sido posible gracias a la participación de 115 artistas que rindieron homenaje a su héroe recreando su técnica inconfundible.

Mientras esperamos a Loving Vincent, podemos declarar que la última gran cinta sobre el tema fue Van Gogh (1991), dirigida por el francés Maurice Pialat. En ella asistimos a los últimos meses de vida del artista, desde su salida del sanatorio mental y arribo a Auvers-sur-Oise (noroeste de París), hasta su muerte a causa de un disparo de bala. Definitivamente esta es la versión más naturalista y desdramatizada, tono perfectamente acorde con la actuación protagónica del cantante Jacques Dutronc, un Van Gogh a años luz del maniaco depresivo que muchos imaginan.

Al mejor estilo de las cartas entre los hermanos Van Gogh, un conmovido Jean-Luc Godard le escribió a Pialat: “Mi querido Maurice, tu película es asombrosa, totalmente asombrosa; mucho más allá del horizonte cinematográfico cubierto hasta ahora por nuestra miserable mirada”.

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