Manuel Burga nació en Chepén, La Libertad, en 1942, y es autor de diversos libros que reflexionan sobre nuestro pasado, como "Nacimiento de una utopía", "Apogeo y crisis de la república aristocrática", y "La historia y los historiadores en el Perú". (Foto: Grupo El Comercio)
Manuel Burga nació en Chepén, La Libertad, en 1942, y es autor de diversos libros que reflexionan sobre nuestro pasado, como "Nacimiento de una utopía", "Apogeo y crisis de la república aristocrática", y "La historia y los historiadores en el Perú". (Foto: Grupo El Comercio)

El director del Lugar de la Memoria, Tolerancia e Inclusión Social (), , es también un reconocido historiador y un destacado catedrático universitario. En esta entrevista, se recoge su particular lectura de lo que el Perú vive en este tiempo de pandemia, elecciones, desinformación y amnesia política.

­—En medio de una pandemia y de una campaña electoral, son muchas las mentiras que se comparten en redes y en algunos medios. Y si bien las campañas de desinformación no son exclusivas del siglo XXI, ¿qué tanto afectaron estas nuestra historia?

Estas no son nuestras primeras elecciones en pandemia. En 1918, cuando la gripe española afectó al Perú, se vivía un año preelectoral. En 1919, hubo elecciones presidenciales en medio de secuelas de la gripe y la pandemia. La siguiente elección importante fue en 1931, cuando se usó por primera vez un padrón electoral y en el que los dos candidatos principales fueron Víctor Raúl Haya de la Torre y Luis Miguel Sánchez Cerro. Ambos ofrecían sacar al país de las dificultades, reinstalar la democracia, descubrir el verdadero Perú. Y se estableció un sistema de acusaciones mutuas: el grupo de los Sánchez Cerro “terruqueaba” a Haya y le decía socialista y comunista, y el grupo de Haya de la Torre acusaba a Sánchez Cerro de “continuista” del regreso de la oligarquía, del regreso del civilismo. Ambos se atacaron en un proceso electoral que duró 4 meses, muy rápido, y en el que aparecieron fake news, folletitos que eran publicados para desprestigiar a Haya de la Torre y que decían: “Este es el Apra, y su relación con el comunismo y el socialismo”, supuestamente impresos en la editorial del Ministerio del Interior, pero eso era falso. Las fake news son parte de las campañas electorales en el país. Se acusa y descalifica con falsedades, y casi siempre están presentes el “terruqueo” hacia unos y el acusar de partidarios de la oligarquía a otros, pero usando el lenguaje vigente en cada época.

­—¿Las campañas de desinformación tienen o han tenido algún efecto directo en la forma en la que se recogen los hechos que luego cuenta la historia?

Si el historiador no es experimentado ni riguroso, sí; en cambio, si el historiador tiene mi edad y es riguroso, se recoge como hecho, pero no con el afán de distorsionar la verdad.

­—En cada momento de la historia, hay quienes tienen el poder de contarla desde su punto de vista y esto puede afectar la forma en la que construimos nuestra memoria como país. ¿Cómo hacerle frente?

Desde el punto de vista metodológico y epistemológico, los historiadores estamos muy seguros de eso de que cada generación y cada grupo social recoge y cuenta su historia. Cito a Benedetto Croce, el historiador italiano, que dice: “La única historia verdadera es contemporánea”. Entonces, la historia, bien recogida, responde a las realidades del presente y a las preguntas del presente. Por ejemplo, si la historia que se escriba de los últimos 100 años no incluye al cambio climático, a la corrupción y a las pandemias, no responderá las preguntas de la actualidad. Las inquietudes del presente tienen que ver con la pandemia; la corrupción; y con aquello que se preguntó Basadre, sobre qué pasó con la promesa del Perú de una vida mejor. ¿Qué ha pasado con eso? ¿Cuáles han sido las trampas fundamentales que ahora nos hacen sentir que esa promesa no se ha realizado? Y un historiador trata de responder de la manera más objetiva posible esas preguntas.

—Pero el pasado también interpela el presente.

Sí, en algunos casos. Desde el presente, nos preguntamos mucho lo que sucede desde la perspectiva de qué es lo que ha sucedido en el pasado.

Fragmento de la pintura de Tadeo Escalante hecha sobre cuero, a inicios del siglo XIX. Se presenta en la exposición "Túpac Amaru y Micaela Bastidas: Memoria, símbolos y misterios", en el Lugar de la Memoria (LUM).
Fragmento de la pintura de Tadeo Escalante hecha sobre cuero, a inicios del siglo XIX. Se presenta en la exposición "Túpac Amaru y Micaela Bastidas: Memoria, símbolos y misterios", en el Lugar de la Memoria (LUM).

El valor de la memoria

­—Usted, como director del Lugar de la Memoria, ¿cómo ha ido revisitando las historias de los “no vencedores”, de los que no llegaron a escribir la historia oficial?

Bueno, el LUM es una propuesta de la CVR. Y, al recomendar la creación de un Lugar de la Memoria, se recomendó también recordar las vulneraciones de los derechos ciudadanos. Lo que el Lugar de la Memoria ha hecho es identificar, a partir de las audiencias públicas de la Comisión de la Verdad, a las personas que habían visto sus derechos ciudadanos vulnerados. Pero esta recomendación fue de 2003, y hasta 2015, que es cuando se inaugura el LUM, pasaron 12 años en los que hubo también esta confrontación entre los que eran partidarios de recordar y los que querían olvidar. Para mí, ambas cosas pueden ser legítimas, dependiendo de quien lo formule. El siglo XXI, hasta hoy, ha sido un período de sucesión de gobiernos democráticos que tomaron la decisión de recordar y de fundar el LUM, y de encargar a sus funcionarios recordar lo sucedido a través de las memorias particulares de las personas que sufrieron esta vulneración.

—¿En qué momento esta memoria ciudadana se convierte en parte de la historia oficial?

Justamente al hacerse pública, porque permite la confrontación de puntos de vista de lo que dicen los testimoniantes con lo que realmente ocurrió. Los testimoniantes no hacen historia propiamente, sino que comunican sus memorias, y la memoria puede servir para el análisis histórico posterior. Veamos el caso del descubrimiento del Holocausto en Europa, la muerte de seis millones de judíos en los campos de concentración. ¿Cómo se descubren? A través de múltiples memorias de aquellos que habían sobrevivido, porque los campos de concentración no dejaron documentos ni estadísticas. Se incendiaron en 1945, pero muchos escaparon y escribieron memorias, y esas memorias —poco a poco hilvanadas por los historiadores— permitieron descubrir el fenómeno del Holocausto de la población judía. Nosotros no tenemos tantas esperanzas de descubrir algo semejante, pero sí de ver a quienes narran sus memorias, los testimoniantes, y entender cómo recuerdan y cómo asumen los recuerdos, cómo los procesan y cómo se confrontan con la realidad actual. Eso es lo que nos interesa y eso es lo que le interesa al país. No para vivir pegado en la memoria, sino para utilizarla en la comprensión de nuestra historia contemporánea. Y eso es lo que hacemos en el proyecto “Narradores de Memorias”.

­—¿Qué memorias se recuperan en este proyecto?

Se trata de 12 historias de personas, de familias que vieron sus derechos afectados. Así como hay una narrativa de los historiadores, hay una narrativa de la memoria; y las memorias pertenecen a personas y familias, en algunos casos, en lo colectivo. En este caso, las memorias son interesadas porque uno recuerda lo que le interesa, y lo que le interesa en determinadas circunstancias. Los testimoniantes son padres que perdieron a sus hijos, hermanos que perdieron a sus hermanos y, a veces, personas que perdieron a sus comunidades (como con el tercer testimoniante, que narra lo que sucedió en Accomarca). En todos estos testimonios, la memoria son puntos de vista de las personas que tratan de presentarnos casos que ellos consideran verdaderos y, en tanto consideran que lo son, piden justicia por muertes, por desapariciones, por masacres en algunas poblaciones; y la justicia se traduce en reparaciones. A nosotros nos interesa el último punto, que esa experiencia, que es contada a través de los testimoniantes, nos permita desarrollar una cultura ciudadana de la no repetición de esos acontecimientos y, más bien, del fortalecimiento de una vida ciudadana en democracia, en igualdad y en paz. Esa es la aspiración máxima que tiene el LUM.

— ¿Cree que estamos utilizando bien la memoria para comprender nuestra situación?

Bueno, hay ejemplos que sí. Por ejemplo, José Carlos Agüero con su libro Los Rendidos tuvo una justa cuenta con sus padres, con Sendero... Igual Lurgio Gavilán, también hace lo mismo y en su último libro Carta al teniente Shoghún, él incluso ha permitido descubrir el teniente Shoghún porque muestra que en el ejército, en las fuerzas del orden, habían personas como el teniente llevó un que le salvó la vida. La historia de uno de los que está narrando, por ejemplo, es uno de los que dice que perdonó a la persona que fue probablemente el culpable del secuestro de su padre. Y hay otra testimoniante como Daina D’Achille, hija de Bárbara D’Achille, dijo que hay que ajustar cuenta con ese pasado y mirar hacia adelante. Eso es lo que ha hecho Alemania, y lo he hecho muy bien. En Alemania hay una política de Estado y una política ciudadana de recordar a Hitler y recordar el fascismo para que eso no se vuelva a repetir. Es decir, siempre hay esa tendencia de decir que voy a conocer la historia para aprender de la historia... Sí es una gran esperanza, una gran expectativa, pero la historia construye conductas ciudadanas y esa es una expectativa que tienen todos ¿no? Hasta nuestros abuelos no dicen “Oye Aprende de los errores” ¿no? Y esos que dicen “Aprende de los errores” es un gran proverbio, una gran lección de un filósofo de la historia que dice ‘conoce los errores del pasado para que no los vuelvas a repetir.’ Ahora hay que tratar de definir, cada generación, cada época define cuáles son los errores del pasado.

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