El escritor francés ha sido nombrado este año caballero de la Legión de Honor.
El escritor francés ha sido nombrado este año caballero de la Legión de Honor.
Gabriel Meseth

La portada con la que Charlie Hebdo arrancaba el año 2015 exhibía una caricatura del escritor Michel Houellebecq en la que, cigarrillo entre dedos y disfrazado de brujo, suelta dos predicciones. “Este año pierdo todos mis dientes… En 2022, ¡practico el Ramadán!”, se lee en la burbuja. Un guiño a Sumisión, su sexta novela, que conjetura una futura Francia dominada por la ley del islam, llegada por vía democrática luego de que un partido musulmán se enfrentara en elecciones contra el Frente Nacional de la ultraderechista Marine Le Pen.

El lanzamiento de Sumisión coincidía con la salida del semanario satírico. Aquella mañana del 7 de enero, los hermanos Said y Chérif Kouachi, armados con rifles automáticos y al grito de Allahu Akbar (“Dios es grande”), irrumpieron en las oficinas de Charlie Hebdo durante la reunión editorial. Mataron a 12 personas e hirieron a otras 11. Con un millón de copias vendidas y el tour promocional cancelado por seguridad, la tinta de Sumisión parecía cobrar vida. Su autor, de ser considerado el gran alborotador de las letras europeas, fue visto como el profeta del derrumbe de la civilización occidental.

No en vano, el ganador del Prix Goncourt escribe recluido en un departamento próximo a la autopista que une a París con el sur de Francia, a fin de evacuar si se desata una guerra con radicales islámicos. Salvo por Paliza francesa, reciente muestra de su obra fotográfica en el Palais de Tokyo, Houellebecq estuvo haciendo vida de eremita. Hasta que una bomba remeció el mundo literario en vísperas del año nuevo. Su próxima novela, de argumento protegido bajo estricta reserva, saldría a la venta en Francia con una tirada monstruosa de 320 mil ejemplares y aparecería solo días después ya traducida al español, italiano y alemán. Un suceso editorial planeado más como un ataque terrorista, sorpresivo y simultáneo.

Portada del
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—La enfermedad y la cura—
Aparecida el pasado miércoles en España, Serotonina sigue las desventuras de Florent-Claude Labrouste, un burócrata en plena crisis de mediana edad que, tras descubrir a su novia japonesa en unos videos pornográficos, desciende hacia un tedio de pulsiones autodestructivas.

Un retrato que, provisto de un humor patético, amalgama el canon personal que el novelista ha diseminado a lo largo de su ficción: el horror cósmico de H. P. Lovecraft, el pesimismo radical de Arthur Schopenhauer y la decadencia de Joris-Karl Huysmans. Labrouste posee los atributos del típico antihéroe de Houellebecq. Es el europeo común de nuestros días que, mientras vive entumecido por la profunda desesperanza que le produce su entorno, se ve súbitamente enfrentado al último círculo del infierno.

Serotonina —llamada así en alusión a la supuesta ‘hormona de la felicidad’— embiste contra la dependencia farmacológica en la vida actual, al presentar un antidepresivo ficticio de nombre Captorix. Estimulante del neurotransmisor que regula el humor, el sueño o el apetito sexual, el remedio en cuestión es mostrado a través de los efectos adversos sufridos por el personaje principal, cuya existencia es más miserable a causa de sus episodios de náusea e impotencia.

No obstante, lo más ominoso en Serotonina es que Houellebecq vuelve a facultar sus dotes de vidente al imaginar una huelga de agricultores próxima a la guerra civil. Una fantasía peligrosamente cercana a las huelgas de los chalecos amarillos, ese movimiento en apariencia acéfalo que no se extingue y cuyos tentáculos han puesto en jaque al gobierno de Emmanuel Macron.

—Profeta del odio—
Nacido en la isla Reunión, al este de Madagascar, Houellebecq es hijo de un instructor de esquí y una anestesióloga, quienes rápidamente se desentendieron de él. Criado por sus abuelas en Argelia y Francia, Houellebecq vivió una infancia solitaria. Un aguafiestas de nacimiento.

Se recibiría de agrónomo y, aunque no ha ejercido la profesión, sus libros poseen un costado científico que vuelve aún más incómodas sus proyecciones distópicas. En Las partículas elementales (1998) examina las bondades de un fenómeno tan controvertido como la edición genética, mientras que en La posibilidad de una isla (2005) fantasea sobre la clonación a partir de un culto inspirado en la religión ovni del Movimiento Raeliano. Todo augura que, con Serotonina, Michel Houellebecq seguirá siendo un barómetro de tolerancia para los valores occidentales. Lo concreto es que este año se inaugura de manera muy distinta a aquel en el que Sumisión vio la luz. El 2019 se inició con su nombramiento como caballero de la Legión de Honor, el más alto reconocimiento de la República Francesa. Toda una declaración de principios, que afianza la incomodidad como virtud.

Querrás ver esto:
Aquí te dejamos una entrevista a Michel Houellebecq hecha por la BBC

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