Mo Yan, Nobel de Literatura 2012, es el invitado de honor de la FIL 2019. (Foto: GEC)
Mo Yan, Nobel de Literatura 2012, es el invitado de honor de la FIL 2019. (Foto: GEC)
Ricardo Sumalavia

La universidad [PUCP] ha tenido a bien encomendarme la tarea de ofrecer el discurso de orden con el que se le otorgará el doctorado honoris causa al escritor chino . Para mí, debo decirlo desde ya, es un alto honor estar aquí para referirme a un autor poseedor de una obra vasta y deslumbrante, que le ha permitido, con total justicia, recibir el Premio Nobel de Literatura el año 2012. Nunca antes le había estado más agradecido a la Academia Sueca, puesto que gracias a este otorgamiento, pude conocer la obra de un autor que no he dejado de seguir. La noticia de su premio la recibí mientras yo vivía en Francia. Fui de inmediato a la biblioteca de la universidad donde yo realizaba mis estudios de doctorado y encontré varias novelas, obviamente en francés, del escritor Mo Yan. Lo primero que llamó mi atención fue descubrir que su nombre no era Mo Yan, sino que se trataba de un seudónimo. Un seudónimo que significa ‘No Hables’.

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Nuestro autor nació en la comuna de Gaomi, en la provincia de Shandong, el 17 de febrero de 1955. Su infancia transcurrió en el mundo rural de su región. Fueron épocas muy difíciles, pero, asimismo, épocas que nutrieron su imaginación por el contacto permanente con las historias familiares y la rica tradición oral que lo ha rodeado siempre. En diversas oportunidades el escritor ha revelado que su formación literaria ha estado ligada a su infancia. De niño escuchaba los cuentos orales, mitos y leyendas de su pueblo, y él, cargado de entusiasmo, corría de vuelta a casa para contarles estas historias a su madre y familiares. En este ejercicio de la memoria, en determinado momento, decidió ampliar y modificar las historias que había escuchado en la calle. Este fue uno de los grandes estímulos de su imaginación. La oralidad no lo abandonaría nunca, ni siquiera en la escritura. Nuestro autor hablaba y hablaba, narraba y narraba. Hasta que un día su madre le pidió que se callara. “No hables”, le dijo. Pero él no lo pudo evitar. La palabra lo había dominado. Desde ese momento la persona que nació bajo el nombre de Guan Moye desaparecía para dar paso a la existencia del escritor Mo Yan.

Mo Yan se presentará este martes 30 y miércoles 31 de julio en la Feria Internacional del Libro (FIL) 2019. (Foto: Agencia)
Mo Yan se presentará este martes 30 y miércoles 31 de julio en la Feria Internacional del Libro (FIL) 2019. (Foto: Agencia)

Esta fuerza en la narrativa oral, que luego se volvería escrita, requirió de otras circunstancias capitales para la formación del escritor. Una de ellas fue el hambre. Las décadas del cincuenta y del sesenta, en tierras rurales chinas, fueron muy duras para aquellos que luchaban por sobrevivir. Hay una anécdota muy gráfica de esta situación que el autor ha referido en diversos textos. Sucedió en la primavera del año 61. A causa del frío extremo, llegó a la escuela un cargamento de carbón. Lo curioso es que los niños no habían visto antes el carbón. No sabían de qué se trataba. Hasta que uno de los pequeños se llevó un trozo a la boca y lo masticó. Al parecer le fue agradable. De inmediato todos los demás niños, incluyendo a Mo Yan, comenzaron a hacer lo mismo: masticar y tragar carbón. Lo disfrutaron mucho. Los adultos llegaron para poner orden, pero el hambre que ellos sentían fue más grande que toda razón lógica. Todos comieron carbón. En aquel momento, para nuestro escritor, comer se volvió un objetivo crucial en su vida. Debía desarrollar y dirigir todos sus talentos para satisfacer su apetito. En un pasaje nos dice: “El éxito, los ideales, la carrera laboral o el amor no valen nada con el estómago vacío”. 

Mo Yan las tuvo claras. Y no fue nada fácil. Dejó la escuela para trabajar en el campo. Aprendió los oficios correspondientes a estas labores rurales y se vinculó de otra manera con la naturaleza. Su mirada del entorno se afinó aún más. Estuvo rodeado tanto de personas como de animales. Este podría ser un dato clave, puesto que en su narrativa los animales poseen un rol preponderante. Son alimento y también son seres como nosotros. Fue un periodo de gran aprendizaje. Sin embargo estas labores no lograron satisfacer del todo el hambre que dominaba a nuestro autor.

Fue así que se enroló en el Ejército Popular de Liberación, entre otras razones, porque aquí dispondría de comidas diarias. Y lo que descubrió alguna vez, conversando con sus amigos luego de leer unos cuentos de la revista del ejército, fue que los escritores chinos comían tres veces al día. Lo dijo alguna vez: “Por la comida, comencé de verdad a escribir”. “No quería mejorar el mundo con la literatura, quería comer bien”. Fue por esa razón que, tras varias peripecias que son bellamente narradas en su libro Cambios, logró convertirse en profesor del Departamento de Literatura de la Academia Cultural de las Fuerzas Armadas. Con mucho empeño, sus colaboraciones en las revistas fueron cada vez más frecuentes y lograron mayor difusión. Su prestigio fue creciendo y alcanzó el reconocimiento general con la publicación de su novela Sorgo rojo, en 1987. Esta novela marcaría la ruta de un autor con voz y estilo propios. Tenemos la propuesta de una narrativa que se construye como una suerte de saga familiar. Vemos a tres generaciones en una narración que alterna espacios y tiempos. En este aspecto, vemos, asimismo, cómo se destaca la influencia de autores como William Faulkner, en la narrativa norteamericana; Lev Tolstói, en la rusa; y Gabriel García Márquez, en la literatura latinoamericana. Si bien esta notable novela se complejiza en un drama familiar, es posible vislumbrar el humor, la ironía y el desborde imaginativo que impregnarán sus siguientes novelas.

Publica a continuación amplias libros, de alrededor de 600 páginas cada uno, porque Mo Yan está convencido que su estética, no la del resto de escritores, le demanda un formato voluminoso, cargado de historias que se irán entrelazando y en las que el pasado vuelve hacia nosotros con una mirada fresca y cargada de seducción. “La belleza de la literatura reside en los malentendidos”, nos dice el autor. “Una novela compleja debe ser malinterpretada por los lectores”, acota. Precisemos que la malinterpretación a la que se refiere es aquella que surge de la demanda de un lector activo, no solo la de alguien que recibe únicamente buenas historias. Mo Yan cuestiona la realidad. Logra que los mitos y la ciencia moderna confluyan de una manera novedosa, enriquecida. Sin duda, en este punto, muchos de sus críticos han hecho hincapié en la influencia del escritor colombiano y también premio Nobel, Gabriel García Márquez. Pero es conveniente y justo precisar que el escritor Mo Yan ha logrado matizar lo que conocemos como el realismo mágico. En sus novelas hay una conciencia clara de sus recursos narrativos y sus influencias. Incluso hay divertidos pasajes en los que se ironiza sobre los libros que leen e investigan algunos de los personajes. Por ejemplo, en la novela La república del vino, un joven aspirante a escritor afirma haber realizado una tesina que lleva por nombre: “Las novelas del realismo mágico de Latinoamérica y la destilación del alcohol”.

Es obvio que la parodia bien lograda por nuestro autor permite que su narrativa logré altos niveles en el desarrollo de la novela como género literario. Sin intenciones de etiquetar su obra, vemos claros rasgos de una novela posmoderna. La fragmentación, la digresión, la parodia, el pastiche, el cuestionamiento de la propia voz de los narradores son elementos que están muy presentes en sus libros. Es más, en la obra de Mo Yan hay muestras de la ahora muy comentada y discutida narrativa de auto-ficción. Sin embargo, en sus novelas, es hilarante ver como el autor Mo Yan se burla y muchas veces desacredita al personaje-escritor Mo Yan. Este recurso, como ven, no busca la idealización del autor en su obra, sino, por el contrario, humanizar aún más la naturaleza del ser humano, inclusive desde experiencias que muestran nuestros lados menos amables. Es por esa razón que el autor nos dice: “los acontecimientos más gloriosos incorporan inevitablemente elementos de la naturaleza más despreciable”. Prueba de ello nos lo da Mo Yan cuando nos cuenta en una entrevista que al leer El general en su laberinto, de Gabriel García Márquez, se sorprendió al llegar a un pasaje en el que protagonista, el general Simón Bolívar, soltaba flatulencias mientras se daba un baño. Confiesa nuestra autor que él no sabía que eso se podía hacer con los personajes célebres en narraciones de corte histórico. Y lo hizo. Lo sigue haciendo con todos sus personajes en pasajes tan escatológicos como divertidos.

Con todo este dominio del arte de narrar que hallamos en Mo Yan, seguramente aprendemos mucho de la cultura china. Seguramente podremos conocer la historia y la idiosincrasia de un país que ha tenido tremendos cambios desde el punto de vista político, económico y social. Asimismo, la mirada de su entorno es también bastante crítica, como debe ser la mirada de todo escritor. Sin embargo, a mi parecer, el mundo narrativo de Mo Yan ya ha alcanzado universalidad.

Empecé hablando del hambre como motor de la narrativa primera de Mo Yan, pero sus libros también han sabido crecer y ampliar sus registros narrativos. Con mucho sarcasmo y una afinada mirada crítica hacia la sociedad y el sistema político chinos, nos hallamos con novelas cargadas de la gula más soberbia. Quizás su novela más pantagruélica sea La república del vino, en la que un policía es enviado a una región para investigar si es cierto que los adinerados del pueblo tienen, entre tantos manjares hiperbólicos, un plato secreto y exquisito: un niño estofado. Y la exuberancia no solo la despliega en la gula, sino también en la carne, en la sinuosidad de las formas y el deseo que ello despierta. Sus personajes seducen y se dejan seducir, a veces con delicadeza, otras con una fuerza pasional desbordante.

En este breve recuento de las principales cualidades de la narrativa de Mo Yan, debemos destacar su honda preocupación por los personajes femeninos. Si bien se ha referido a estos personajes en tanto fuerzas opuestas que se complementan: lo femenino y la tierra, frente al hombre y el cielo, según los principios filosóficos y religiosos expresados en el yin y yang, la mujer ha cobrado fuerte protagonismo en sus novelas. Una novela que ya es un clásico y que muestra perfectamente el interés por los personajes femeninos es Grandes pechos, amplias caderas. Una novela que es un fresco de la historia china, pero que sobre todo es una indagación del ser humano desde los avatares de la mujer en esta región. También hallamos en sus historias otros personajes que le son muy queridos. Por ejemplo: los enanos. Él afirma que esta influencia le proviene de una de las novelas del también Premio Nobel de Literatura, el escritor alemán Gunter Grass, El tambor de hojalata. Y si de personajes complejos hablamos, no podemos dejar de resaltar una vez más a los animales; al gran protagonismo que ellos desarrollan. Y que mejor ejemplo que su novela La vida y la muerte me están desgastando, en la que un terrateniente es enviado, como castigo, al inframundo. Allí, luego de mucho sufrimiento, logra volver a la vida, pero reencarnado en burro, como también en otros animales en sus siguientes reencarnaciones. Y todo ello con la misma conciencia y memoria.

Quiero concluir diciendo que el escritor Mo Yan ha cimentado una obra que se complejiza de modo magistral libro a libro, y que establece un permanente diálogo con su propia obra, tejiendo múltiples relaciones intertextuales, prestándose personajes, narradores y situaciones. Quiero pensar que lo hace para demostrarnos que nuestra vida puede también articularse de esa manera, que nuestras vidas no son una suma de capítulos, sino libros que dialogan, y que ahora mismo todos podemos ser una narración futura, una narración pasada, la narración permanente, y que de algún modo maravilloso estamos masticando un trozo de carbón, con mucha curiosidad, sintiendo el calor de la obra enorme de Mo Yan.

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