Una escena del tráiler de la secuela de "Una verdad incómoda", el documental  que nos demuestra que el cambio climático existe.
Una escena del tráiler de la secuela de "Una verdad incómoda", el documental que nos demuestra que el cambio climático existe.
Claudio Cordero


Era el año 2006 cuando Al Gore estremeció al mundo con la conferencia más impresionante jamás hecha con una serie de diapositivas. De pronto nos dimos cuenta de que los vaticinios de El día después de mañana (2004) —una fantasía de desastre al más puro estilo de Hollywood— podían cumplirse en un futuro no tan lejano; fue casi como descubrir que Día de la Independencia (1996) estuviese inspirada en hechos reales. Sin duda, estratégicamente ayudó que Al Gore fuera rival político de George W. Bush y, al mismo tiempo, un personaje respetado, para darle credibilidad a una causa relativamente desconocida por la mayoría de la población. Él tuvo la ventaja de anticiparse a cualquier otro ambientalista preocupado por el destino del planeta, y el momento para propagar el mensaje fue perfecto: luego de los atentados del 11 de setiembre y el devastador impacto del huracán Katrina, los estadounidenses empezaban a sentirse por primera vez vulnerables dentro de su propio territorio.

     Es sabido que los científicos no son expertos comunicadores y que tal vez por eso tardaron décadas en hacer popular el término “calentamiento global”. Todo eso cambió gracias a la espectacular acogida que tuvo Una verdad incómoda, coronada con el Óscar, y el Nobel de la Paz para Gore. Como no podía ser de otra manera, este modelo de éxito inspiró a otros cineastas con corazón de activistas, aunque los resultados evidencian que son pocos los activistas con corazón de cineastas. Efectivamente, son contados los casos de documentales sobre calentamiento global que trasciendan el puro carácter divulgativo; peor aun, son muchos los que solo valen como panfleto. Los mejores ejemplos son aquellos que privilegian a los personajes por encima de sus discursos o, en todo caso, les dan el mismo valor, ya que comprenden que los documentales también narran historias.

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     El director de Una verdad incómoda 2 se llama Jon Shenk, y llegó a este trabajo avalado por su documental The Island President (2011). Si Al Gore la tuvo difícil siendo vicepresidente del país más poderoso sobre la tierra, imagínense lo que puede hacer el líder de las remotas islas Maldivas, uno de los países más pequeños del continente asiático con una superficie de 300 km. Pero el tamaño no es lo que inquieta a sus ciudadanos como sí el hecho de ser el país más bajo (1,5 m s. n. m.) y con la altura máxima menos elevada (2,3 m), récords mundiales absolutos que la convierten en candidata de fuerza para desaparecer ante la más mínima variación en las condiciones climáticas. El “presidente de la isla” es el político Mohamed Nasheed, un hombre cuya apariencia frágil y amable esconde un carácter decidido y audaz: hay que verlo en la Cumbre de Naciones Unidas celebrada en Copenhague allá por el 2009, encarando a los emisarios de las potencias más tóxicas y empujando a sus colegas a no claudicar. La historia de Nasheed es un testimonio elocuente sobre la dignidad de aquellos pueblos considerados pequeños e inferiores pero cuyas bellezas naturales son envidia de los desarrollados.

     Otro personaje real que parece sacado de una ficción es James Balog, un fotógrafo de la naturaleza que se ha convertido en uno de los grandes referentes de los activistas ambientales. Lo inusual es que Balog ha alcanzado esa posición sin necesidad de dar conferencias o publicar ensayos científicos: es un aventurero con ojo de artista que confía plenamente en el poder de las imágenes. Más allá de las estadísticas o las profecías apocalípticas, Balog se dio cuenta de que la mejor manera de persuadir a la gente sobre la crisis climática era capturando fotos y dejar que hablen por sí solas. En Chasing Ice (2012), descubrimos que esta dedicación al trabajo se acerca peligrosamente a un tipo de adicción por las situaciones extremas. A Balog le debemos los registros más impresionantes del desprendimiento de los glaciares —el más grande, de la magnitud de la ciudad de Manhattan—, espectáculo extraordinario y siniestro a la vez. El documental se atreve a mostrar el costo de sus logros, los sacrificios emocionales y físicos detrás de sus acciones.

     Si Mohamed Nasheed parece sacado de un drama de Kurosawa, y James Balog de un épico de David Lean, Leonardo DiCaprio es simplemente el taquillero actor y el activista más célebre después de Al Gore, además de productor de La última hora (2007), una efectiva pieza de propaganda que alarmaba y generaba consciencia. Ahora con Before the Flood (2016) —título inspirado en El jardín de las delicias, del Bosco— nos encontramos a un divo más maduro y notoriamente insatisfecho con los alcances de su cruzada. A lo largo del documental, DiCaprio viaja por el mundo y constata que la especie humana sigue empecinada en su autodestrucción. La mayoría de la población no es consciente de ello, pero son cómplices de un suicidio colectivo y un acto de egoísmo sin precedentes. Quizá lo más revelador de la película sea constatar un cambio de tono en el discurso ambientalista.

     El daño sigue en aumento y las profecías del fin del mundo no han dado los resultados deseados. Cuando Donald Trump es el líder del mundo libre, ya no tiene sentido hablar de desgracias futuras, solo queda apelar a la condición moral del ser humano. La buena noticia, según DiCaprio, es que el presente aún nos pertenece.

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