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Jaime Bedoya

Lo peruano convoca sinergias cósmicas. Algo así como el concepto de los seis grados de separación[1], pero aplicado a la tierra del inca que el sol ilumina porque Dios lo manda.

La semana pasada coincidió el anuncio de la visita del papa Francisco con una maratón del canal Fox de la serie El papa joven y con la neumonía del actor peruano Ramón García, que aparece en ella.

La serie es un festín visual. Es obra del italiano Paolo Sorrentino, director de la ganadora del Óscar La gran belleza. Esto supone un lujo para un medio como la televisión, la misma que todos los sábados explora lo indescriptible con contenidos tales como Porque hoy es sábado con Andrés [2].

En la serie, el sacerdote norteamericano Lenny Belardo, oportunamente interpretado por el pecador Jude Law, es elegido como el papa Pío XIII. Su juventud y apostura desafinan con su conservadurismo extremo. Un papa que fuma compulsivamente y provoca a las mujeres, milita en lo reaccionario con un extremismo que hace quedar a los de #Conmishijosnotemetas como blandengues acaviarados.

Esa tensión entre forma y fondo es hermosamente decorada con la pompa, ajuar y rito católico, desde donde Belardo se regodea en el dilema existencial que supone ser representante en la Tierra de un dios en el que no cree.

Alimenta este agnosticismo la maña de una curia encarnada en el cardenal Voiello, torvo y carismático napolitano hincha de Maradona. Por su parte, el cardenal Aguirre —aquí es donde nuestro convaleciente compatriota Ramón García hace los honores actorales— demuestra que los cónclaves son lugar aparente para el chisme entre refrigerios.

Con la inteligencia de una institución milenaria, la Iglesia no ha dicho ni una palabra sobre esta serie. Pero un punto en que la estética y cínica indagación filosófica de la ficción se cruza con la realidad eclesial radica en los famosos zapatitos rojos del papa. El personaje de Law, ortodoxo amante de la tradición, luce el histórico calzado rojo papal que se remonta a tiempos del Imperio romano. Lejos de un fashion statement, tal como se le quiso achacar al poco carismático Benedicto XVI, el rojo simboliza la sangre de los mártires.

Bergoglio, el papa Francisco, desde un inicio tuvo un problema con esos zapatitos rojos. Ya ungido siguió usando austero calzado negro de pasadores que son los que ha empleado durante casi toda su vida.

Sumado a su compromiso con lo franciscano y la austeridad en un mundo consumista, el papa tendría otra razón más pedestre para esto: usa zapatos ortopédicos.

Carlos Samaria, nonagenario zapatero argentino, es quien le hace el calzado desde que Bergoglio hacía trabajo pastoral en los barrios pobres de Buenos Aires. Esto ha afectado, nuevamente, a otro peruano: Antonio Arellano, zapatero establecido en los ochenta en Borgo Pio, cerca del Vaticano. Este compatriota tenía a Juan Pablo II y a Benedicto XVI como clientes de los zapatos rojos.

Francisco sigue usando sus zapatos negros. Samaria ha referido que una de sus pisadas tiene una descompensación que requiere ser atendida y ha agregado que la ubicación exacta de esta diferencia es confidencial. Es el único que sabe de qué pie cojea el papa.

1. Hipótesis que sostiene que todos estamos conectados a cualquier persona a través de una cadena de referidos que no supera los cinco intermediarios.
2. El modificador causal del título —porque— define todo: el programa conducido por Chibolín es horrible, es formidable, es adictivo.

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