La partida de Paco Miró Quesada ha motivado a miles de personas a escribir sentidas muestras de afecto
La partida de Paco Miró Quesada ha motivado a miles de personas a escribir sentidas muestras de afecto

Francisco Miró Quesada Cantuarias fue un ser humano superlativo. Aparte de gran filósofo, destacó como periodista, matemático, diplomático, político, teórico de la política, lingüista, figura pública, lector asiduo de exquisiteces literarias, saxofonista secreto y (en los años cincuenta) campeón de baile. Lo llamaré Paco, no por razones de confianza sino por la familiaridad que inspiraba a todos. Reconocido en todo el mundo, los elogios a su persona abundan dentro y fuera del Perú. Escuchemos, por ejemplo, a Hilary Putnam (Harvard) hablar de Paco:

“Hace unos años, visité el Perú y conocí a un admirable filósofo, Francisco Miró Quesada. Miró Quesada ha sido un idealista toda su vida, siendo, al mismo tiempo, un hombre de gran experiencia (miembro de varios gobiernos y embajador en Francia). Encontré que representaba la visión socialdemócrata en su forma más pura”.

Promotor de la lógica y la filosofía analítica en nuestro medio, socio fundador de la Sociedad Peruana de Filosofía y miembro de número de instituciones académicas consagratorias como el Institut International de Philosophie y la Académie Internationale de Philosophie des Sciences, la labor de Paco en beneficio de la filosofía y la cultura ha sido enorme, admirable y constante de los años cincuenta en adelante. Desde Lima, Paco logró dialogar en condiciones de igualdad intelectual con los mejores filósofos de la época. En el Congreso Mundial de 1993, realizado en Moscú, fue candidato a la presidencia de la Federación Internacional de Sociedades de Filosofía, iniciativa que se tradujo rápidamente en expresiones de respeto y admiración por su obra. Su elección ocurrió por mayoría abrumadora.

—Vocación universalista—
Un detalle —en mi opinión fundamental— es el valor de Paco como “prueba de posibilidad” del quehacer filosófico en el Perú y América Latina. En los años cuarenta del siglo pasado, con las instituciones culturales europeas debilitadas por la Segunda Guerra Mundial, Leopoldo Zea interpretó con agudeza la tragedia del Viejo Continente como una oportunidad para la participación igualitaria de los pensadores latinoamericanos en el diálogo filosófico mundial. La idea cobró especial intensidad en pensadores ‘regionalistas’, abocados a desarrollar una filosofía acorde con las necesidades de nuestras sociedades. Argüiblemente, sin embargo, quienes mejor lograron el ideal de Zea en nuestro subcontinente fueron (ironías del mundo) pensadores de vocación primariamente universalista, en particular, Francisco Miró Quesada Cantuarias, Mario Bunge, Newton da Costa Silva, Roberto Torretti y Ulises Moulines, cuyas obras principales llegaron a ser lectura obligada en las grandes escuelas de Europa, Estados Unidos, Canadá, Australia y Latinoamérica. Estos pensadores demostraron que, desde nuestros países, a pesar de conocidas dificultades institucionales, es posible hacer filosofía de pertinencia universal. En el caso de Miró Quesada, esto queda claro en múltiples áreas, especialmente el estudio de la razón, la lógica filosófica, la lógica del derecho y la filosofía política.

—Un espíritu feliz—
Paco fue un intelectual que interactuaba con todos y no escatimaba tiempo para hacerlo. Empecé a conocerlo bien a principio de los setenta, cuando él aceptó integrarse al Departamento de Humanidades de la Universidad Cayetano Heredia, donde yo era entonces profesor auxiliar en el Departamento de Física y Matemáticas. Se inició una relación de creciente amistad que para mí ha sido de decisivo provecho filosófico y personal. Por aquella época el ambiente universitario era más plácido y esclarecido que ahora, dominado como está hoy por erudiciones ingenuas acerca del precio de todo y el valor de nada. En los sesenta y setenta —en algunos centros hasta los ochenta— las administraciones universitarias tendían al idealismo humanista y mostraban sensibilidad a los llamados de la educación liberal. Cuando Paco llegó a Cayetano Heredia, la universidad era pequeña, dirigida por un grupo de médicos-científicos, en particular Alberto Cazorla, Enrique Fernández, Ramiro Castro de la Mata y Carlos Monge, a los que se sumaba el psicólogo Leopoldo Chiappo, entre otros (Paco los llamaba “médicos humanistas”).

Por mi parte, a lo largo de casi medio siglo, con Paco he aprendido a degustar la buena vida, tanto filosófica como “parafilosófica”. Juntos, en numerosos encuentros por el mundo, buscamos sistemáticamente portentos en parques zoológicos, planetarios, museos, y circos mayores. Con similar deleite, en caminatas memorables, jugamos a descubrir leyes naturales o al menos correlaciones “científicamente promisorias” (una de Paco, especialmente perceptiva, permite predecir aspectos estructurales del rostro de una persona a partir de cómo luce por detrás). En ciudades de la antigua órbita soviética, contra la tesis del peor mundo posible, tratamos de explicar los desajustes del entorno personificando temerariamente a Voltaire. (¿Por qué a principios de los noventa en Moscú tantos ascensores públicos tenían todos los focos de luz quemados? Para facilitar que la gente desarrolle y eduque el sentido del tacto).

Pensaban los antiguos filósofos que en el universo cada parte tiene una función y que la felicidad consiste en realizar dicha función a cabalidad. Desde esa sabia perspectiva, Paco fue (y continuará siendo) un espíritu feliz, pues ejerció como nadie la generosidad, el buen humor y la lucidez.

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