José Carlos Mariátegui dedicó sus 36 años de vida al aprendizaje y el pensamiento de la realidad nacional.
José Carlos Mariátegui dedicó sus 36 años de vida al aprendizaje y el pensamiento de la realidad nacional.

Por: Pedro Cornejo
Solía decir José Carlos Mariátegui que la peor manera de serle fiel al pasado es tratándolo como si fuera una “momia”, intentando “compendiarlo en una receta escueta y única”. No es menos cierto, sin embargo, que luego de su muerte comenzó la sistemática tarea de convertir al Amauta en una entidad —‘vaca sagrada’ o ‘bestia negra’— cosificada en el tiempo, atribuyéndosele a su pensamiento el carácter de una ‘doctrina’ o ‘ideología’ política artificiosamente pétrea que había que reverenciar o destruir. De ese modo, se encubrió la originalidad de su propuesta. Recién, a partir de mediados de los años setenta del siglo XX, investigadores como Robert Paris, José Aricó, Alberto Flores Galindo, Hugo Neira, Juan Carlos Valdivia y Guillermo Nugent, volvieron a la obra de Mariátegui para verla no como una teoría cerrada y monocorde sino como un discurso polifónico con una vitalidad y vigencia que solo se haría manifiesta en la medida en que se la comprenda desde la continuidad de su itinerario intelectual. Y es desde esta perspectiva que se intenta abordar su trabajo como fundador y director de la revista Amauta, entre 1926 y 1930, en la imperdible muestra que se presenta en el MALI hasta el 22 de setiembre.

Uno de los aspectos más destacables de esta muestra es que pone sobre la mesa la enorme variedad de temas culturales —desde la literatura hasta el cine, pasando por las artes plásticas, la filosofía y la poesía— que, además de sus consabidas preocupaciones sociales y políticas, estimularon y mantuvieron vivo el pensamiento de Mariátegui. Fresca, desinhibida y autónoma, su obra se caracterizó, precisamente, por su apertura a toda manifestación del espíritu verdaderamente renovadora. Su estadía en Italia fue, en este sentido, decisiva. No solo porque le permitió esclarecer y ahondar en su relación con la cultura europea y lo que él llamó “la escena contemporánea”, sino porque pudo comprender la magnitud de la crisis del racionalismo occidental, la importancia del mito en el comportamiento de las colectividades humanas y, fundamentalmente, porque le hizo tomar conciencia de su pertenencia a otro horizonte cultural cualitativamente diferente, el de América Latina. Por otro lado, fue allí donde, bajo la influencia de Benedetto Croce, consolidó su perspectiva historicista según la cual los asuntos, gestas, símbolos e instituciones humanos solo se entienden en relación al contexto espacio-temporal, es decir, a la época dentro de la cual se desarrollaron.

Pero comprender una época no significaba, para Mariátegui, reducirla a unos cuantos conceptos sino transitar sus múltiples caminos, sus heterogéneas manifestaciones. No es extraño, entonces, que se pusiera en contacto con el humus espiritual de su tiempo y con los hechos y personajes que iban perfilándolo. Desde Marx hasta Bergson, desde Lenin hasta Chaplin, desde Trotsky hasta D’Annunzio, desde Martí hasta Martín Adán, desde el movimiento internacional socialista y la Revolución rusa hasta el surrealismo, el dadaísmo y el futurismo, entre otras vanguardias artísticas. Una pluralidad de referencias que nutrieron y le dieron a Mariátegui esa independencia de criterio para articular un discurso tan heterodoxo como fundacional en la historia del pensamiento latinoamericano del siglo XX.

Izq.: portada de la edición 20 de "Amauta". Centro: Retrato de José Carlos Mariátegui realizado por el mexicano David Alfaro Siqueiros y publicado en la revista “Grito” en 1932. Der.: Portada de "El Amauta Atusparia" (1932), novela de Ernesto Reyna. Diseño de José Sabogal.
Izq.: portada de la edición 20 de "Amauta". Centro: Retrato de José Carlos Mariátegui realizado por el mexicano David Alfaro Siqueiros y publicado en la revista “Grito” en 1932. Der.: Portada de "El Amauta Atusparia" (1932), novela de Ernesto Reyna. Diseño de José Sabogal.

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