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Por: Pedro Cornejo
1.

La razón, entendida como sinónimo de racionalidad científica, se define por su carácter constructivo en virtud del cual apunta a contribuir a que nuestros conocimientos estén debidamente justificados. En este sentido, la función crítica, inherente a la naturaleza de la razón, no tiene por objeto destruir la posibilidad del conocimiento, sino, por el contrario, garantizar su adecuada fundamentación, lo que asegura su avance. Cabe preguntarse, ¿por qué la tarea de fundamentar conocimientos es más constitutiva de la razón que la de cuestionarlos? Por otra parte, ¿dudar de la razón significa, necesariamente, apuntar a destruirla? ¿Cuestionar ese modelo de racionalidad universal, autosuficiente y normativa implica negar la racionalidad misma?

2.
La racionalidad tiene por función distinguir lo real de lo ilusorio, como diría Sócrates en el Teeteto. Lo racional, en este caso, no sería un tipo de conocimiento específico, sino una actitud que puede plasmarse o no, sea en el horizonte del saber científico, sea en el de la vida cotidiana, variando en cada caso la calidad y cantidad de razones exigidas en función de los fines perseguidos. Racional sería toda afirmación que vaya acompañada de pruebas suficientes para ser admitida en el seno de la comunidad intersubjetiva. Esto haría posible un diálogo entre los miembros de la comunidad sobre la base de un horizonte de inteligibilidad común. ¿Dificultades? Los intereses, expectativas y proyectos, muchas veces ajenos e incompatibles con la racionalidad, que movilizan a los individuos que forman la comunidad intersubjetiva.

3. 
No tiene sentido seguir hablando hoy de una racionalidad universal debido tanto a la comprobada heterogeneidad de las reglas que hacen posibles los juegos del lenguaje (Wittgenstein), como a que no es posible lograr un consenso que valide el saber científico. En consecuencia, como señala Jean-François Lyotard, la filosofía no puede aspirar ya a ofrecer una visión de la totalidad en su proceso de desarrollo, sino únicamente a presentar dicha totalidad como impresentable.

4.
Lo que está en crisis es un determinado paradigma de racionalidad: aquel inaugurado por la revolución científica del siglo XVI y tematizado por la filosofía moderna en los siglos XVII y XVIII. Esta racionalidad que alcanza su apoteosis con la idea de progreso ya no es concebida como puramente teórica, sino como racionalidad técnica que le permite al hombre penetrar en la naturaleza y despejar sus misterios con el objeto de modificarla poniéndola a su servicio. Esta confianza en el poder de la razón se funda en una nueva comprensión de la naturaleza como sustancia homogénea e inanimada pero manipulable, y alcanza su materialización en la tecnología que, ligada a la producción, empieza a hacer realidad este proyecto a partir de la revolución industrial.

5.
Esta racionalidad instrumental o técnica, tematizada en primer lugar por Bacon, Descartes y Hobbes, trae consigo una lógica de dominación del hombre sobre la naturaleza y sobre sí mismo. Como consecuencia de ello, en lugar de acercarse a las ‘utopías’ prometidas por la modernidad, la humanidad observa ya las consecuencias catastróficas de una explotación generalizada de la naturaleza a manos de la ciencia y de la técnica, el acrecentamiento del poder político e ideológico y la inédita posibilidad de la destrucción del planeta. Así la racionalidad moderna deviene generadora de violencia: esta ya tiene su núcleo en las pasiones si no en el frío seno de una razón científica. ¿Es posible escapar a esta “jaula de hierro”, como la denominó Max Weber, basada en la eficiencia, el control y el cálculo? La pregunta no es nueva, pero está más vigente que nunca. Porque la respuesta no aparece todavía en el horizonte.

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