¡Los Trembling Modefakers!
¡Los Trembling Modefakers!
Jaime Bedoya

Ahora que los Rolling Stones respiran humedad limeña y gozan de los mimos cortesanos de la otrora capital del Virreinato, es justo y necesario reconocer a los pioneros del temprano fanatismo stoniano local. Primeridad que no tuvo otra recompensa que la ilusión de lo que pudo haber sido.

La banda Los Trembling Modefakers fue un cuarteto que brotó del barrio de Lince en los años sesenta en el garaje de la familia Pomareda, apenas a cuadra y media de un ícono culinario y cultural del distrito, ese crisol de sentimientos y pulsaciones de la juventud linceña que fue la pollería Cotoc Cotoc. 

Sentados a una de las mesas del Cotoc Cotoc unos muchachos soñadores con música en el corazón y camisas floreadas sobre el torso decidieron enrumbar sus vidas hacia los caminos del rocanrol, inspirados en el espíritu blusero del Let it Bleed. El pacto 
fue sellado con simbólica partición de unas salchipapas en cuatro porciones aparentemente iguales. 

Roly (Rolando) y Tony (Antonio) Pomareda, cantante y primera guitarra del grupo respectivamente, junto con Ed (Eduardo) Mostajo en las baquetas y el reservado Lucio Salvatierra en el bajo habíanse enterado de la presencia de por lo menos dos Stones en Lima: Jagger y Richards. Valiéndose del compacto Fiat de doña Rosa Zañartu de Pomareda, abuela de Roly y Tony, enrumbaron hacia lo que los Trembling, tras deliberación interna en que se impuso la opinión despótica de Mostajo, consideraron el hotel más importante de entonces, el Riviera, en la calle Wilson.  

Al llegar se enteraron de que no había ningún Jagger o Richards alojados ahí. “Sí, están, los rockeros se cambian de nombre”, insistía Mostajo. Pero escucharon que había hippies criollos (sic) desde hacía dos noches haciendo escándalo a pocos metros, en la esquina con la Colmena. El grupo corrió hasta el Hotel Crillón, donde reinaba la tranquilidad. En efecto, dos pelucones británicos habían sido invitados a retirarse de ese hotel, y se habían ido caminando hasta la plaza San Martín. Los Trembling llegaron jadeando al Bolívar. 

No tuvieron que entrar. Los choferes de los lujosos remises de la puerta les indicaron que sí, se habían quedado ahí, tomando pisco sours y comiendo cebiche, y apenas hacía un par de horas los habían recogido en una camioneta roja. Dos mujeres iban con ellos y les escucharon mencionar la palabra Ancón. “Mostajo, ¡tú tienes la culpa!”, fue el grito de guerra que Roly le lanzó al baterista; mientras que Salvatierra, siempre con la mirada en el piso, recogía de ahí mismo un mondadientes con lo que parecían ser vestigios frescos de culantro y camote, y lo guardaba en un bolsillo. “¡Rápido, modefakers, a Ancón!”, arengó Roly con su voz de barítono.

El Fiat de la sra. Zañartu viuda de Pomareda se quedó plantado en la Panamericana Norte a la altura de Santa Rosa. Roly y Ed se fueron a las manos tras escalamiento progresivo de los reproches mutuos. En medio de la gresca fue que Salvatierra percibió a lo lejos los acordes de “Gimme Shelter” amplificándose conforme una esbelta station wagon Plymouth Belvedere color granate se dirigía en sentido contrario, rumbo a Lima. “¡Miren, modefakers!”, gritó. Al tener el auto al otro lado de la vía, los Trembling divisaron al interior a Keith Richards, Mick Jagger, rubias varias y otros pelucones que movían la cabeza al ritmo de la música. Salvatierra levantó mecánicamente el brazo. Jagger lo señaló con el gesto indiscutible de quién dice “You are the man”. Y se perdió en el horizonte.

Salvatierra insiste hasta la fecha en que esa tarde de 1969, en la carretera, Jagger llevaba un mondadientes en la boca. El aún conserva aquel que recogió del suelo hace más de cuatro décadas. 

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