Pedro Cornejo de dedica su columna de esta semana al recuerdo de una las más importantes figuras de nuestra historia republicana.
Pedro Cornejo de dedica su columna de esta semana al recuerdo de una las más importantes figuras de nuestra historia republicana.

Por: Pedro Cornejo
Hace poco menos de un año se cumplió un siglo de la muerte de Manuel González Prada (1844-1918), uno de los pensadores más agudos, levantiscos y frontales de la historia del Perú. Su prosa virulenta, polémica y contundente fue el vehículo para realizar una severa disección de la impostada cultura de su tiempo y desenmascarar una sociedad despersonalizada, dividida y alienada que, como dice en Pájinas libres, niega su sustratum (el indio) y, por ello, termina por no reconocerse a sí misma. Implacable acusador de infamias y corruptelas, González Prada fue también un verdadero azote para la clase política a la que consideraba responsable directa de la catástrofe que significó para el país la guerra con Chile. Todo ello hace que su obra no pierda vigencia a pesar del tiempo transcurrido. De ahí la necesidad de volver sobre ella independientemente de la extemporaneidad de estas líneas respecto de la efeméride mencionada al principio.

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Anticlerical convicto y confeso, fervoroso admirador del espíritu de la Ilustración y, por ende, abanderado de la ciencia moderna, González Prada estaba convencido, sin embargo, de que la verdadera piedra de toque de la razón no puede ser otra que la acción moral y su consiguiente perfeccionamiento que, como señala en Nuevas Páginas Libres, “no estriba en poseer la verdad ni en formarse un concepto preciso de la justicia, sino en profesar lo que estimamos verdadero y en hacer lo que nos parece justo”. De nada vale la inteligencia si es que no revierte en un comportamiento intachable tanto en la esfera privada como en la pública, pues entre una y otra no existe —o no debe existir— separación alguna. De esta forma González Prada reivindica la implicación entre ser individual y ser social como fundamento de una férrea moralidad cívica que, para él, era el único antídoto contra la simulación y la componenda políticas. “Menos hipócritas que nosotros, los antiguos [griegos] no separaban el hombre público del hombre privado y observaban el aforismo: a mal individuo, mal ciudadano. Implícitamente reconocían que una vida no merece respeto si carece de unidad, si los actos contradicen las palabras” (Bajo el oprobio).

González Prada es recordado por títulos como Pájinas libres y su discurso en el Teatro Politeama
González Prada es recordado por títulos como Pájinas libres y su discurso en el Teatro Politeama

No bastan, pues, la lucidez, la honradez o la eficiencia. Es necesario que todo ello esté gobernado por un compromiso inclaudicable del ciudadano consigo mismo y con la comunidad en la que vive, pues de ello depende su cohesión. El verdadero político, según González Prada, es “el que consagra su vida al mejoramiento, a la crítica y a la dirección de la cosa pública. Los otros son los politicastros de la fauna zoológica que rondan y camelan el poder y negocian con el presupuesto”. Porque ser ciudadano no quiere decir cumplir ciegamente las leyes, sino que, lejos de atenerse a lo aparentemente inevitable, busca modificar la realidad de acuerdo a aquello que es razonablemente justo. “Quien estima el valor de su personalidad no venera ni obedece una ley por el único motivo de venir ungida con el óleo de un parlamento. La examina, la somete a análisis y si la juzga buena la cumple, si no, la rechaza” (Prosa menuda). Incisivas, provocadoras y controversiales palabras que resuenan aún hoy en el Perú.

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