Mundo retro. Muchos de los conciertos contemporáneos son, ante todo, un viaje al pasado.
Mundo retro. Muchos de los conciertos contemporáneos son, ante todo, un viaje al pasado.
Óscar  Bermeo Ocaña

Partamos de un ejercicio sencillo. Revisemos nuestros reproductores de música. No tardaremos en hallar muchas canciones que corresponden a otros tiempos, quizás más esperanzadores y menos comprometidos. Temas que conocimos años atrás, en ese revoltoso tránsito llamado adolescencia. La vida transcurrió, las responsabilidades y la adultez cayeron encima, pero se conservan anclas en el pasado. ¿Por qué estas canciones siguen formando parte de nuestro soundtrack cotidiano?

Diversas aproximaciones desde la neurociencia y la psicología apuntan a que esta conducta no responde a un impositivo cultural aplicado a la nostalgia, sino que podría leerse como un rasgo natural del comportamiento humano.

“La música influye de manera potente en las personas. En la adolescencia adquiere mayor relevancia porque es un periodo de crisis y de fuerte sensibilidad, en el cual se construye la identidad. Todo lo que influya en esa construcción nos lo llevamos a futuro”, refiere Lorena Pastor, psicóloga y psicoterapeuta.

El concepto de golpe de reminiscencia, traído de las ciencias de la mente, precisa que tendemos a recordar con mayor nitidez los sucesos ocurridos en esa franja etaria previa a la adultez. La adolescencia es un periodo de múltiples descubrimientos, como los enamoramientos y las salidas nocturnas; además, empiezan a gestarse nuestras creencias ideológicas o vivimos los primeros ratos de autodescubrimiento. Y, en ellos, la música dirá presente de diversas formas. La conexión básicamente es emocional.

“Como hay tantos cambios, neurobiológicos, psicológicos, físicos, el adolescente se refugia y busca afianzar su identidad a través de la música. Las canciones de esta etapa nos van a marcar porque las conectamos con situaciones y experiencias trascendentes. Van a tener mayor significado que las que conozcamos en otras edades donde ya no haya tanto caos”, anota Pastor.

En ese periodo el mundo parece tener una banda sonora incorporada. Las estadísticas ponen en papel lo que ya sabemos. Diversos estudios de hábitos de consumo identifican que el nicho adolescente es el que mayor tiempo le dedica a la escucha musical. Aquella aproximación quizás explique por qué casi siempre que hablemos de ‘la música de moda’ nos estamos refiriendo a la que consumen los adolescentes del momento.

FOTO 7 |  Discman. Otro ingenio de Sony, pero esta vez diseñados para reproducir CD. El ‘discman’ ofrecía ciertas ventajas con respecto al ‘walkam’ como la mayor duración de la pila y las ventajas propias que ofrecía el CD frente al casete (pasar de una a otra canción al instante).  No era nada inusual ver a personas en las calles, buses o parques portando su equipo portátil y escuchando su música favorita. (TheSometimePhotographer/Flickr)
FOTO 7 | Discman. Otro ingenio de Sony, pero esta vez diseñados para reproducir CD. El ‘discman’ ofrecía ciertas ventajas con respecto al ‘walkam’ como la mayor duración de la pila y las ventajas propias que ofrecía el CD frente al casete (pasar de una a otra canción al instante). No era nada inusual ver a personas en las calles, buses o parques portando su equipo portátil y escuchando su música favorita. (TheSometimePhotographer/Flickr)

—Ecos en el tiempo—
Camisetas, pósters, discos. En esos años cuando las habitaciones se tornan depósitos de souvenirs de ídolos, forjamos nuestras preferencias. En cierto modo, es un momento de autodeterminación, de liberación de los gustos impuestos por los mayores. En esta etapa formativa la música constituye un vehículo de definición y de socialización. Entonces, como dice Pastor, las canciones se vuelven “relevantes y disfrutables”.

Otra de las características de esta relación es la alta recordación que tenemos de las letras aprendidas entre nuestra pubertad y temprana juventud. ¿Por qué luego ese ejercicio se torna más complejo y no fluye tan natural?

El doctor Nilton Custodio, director del Instituto Peruano de Neurociencias, indica que “durante la adolescencia la capacidad de aprendizaje es mucho mayor. Con los años, van disminuyendo nuestras capacidades ejecutivas (que no es lo mismo que la inteligencia)”.

Las letras pueden hablar también de un tiempo particular. Pero no es la razón principal de la conexión. De hecho, las asociaciones van más allá de la literalidad. Si bien hay empatía por retóricas que generan proximidad con las vivencias personales, eso no quiere decir que haya correspondencias directas. No se puede adosar personalidades puntuales a un estilo específico.

“Les atribuimos significados a las canciones que no solo están en las letras, sino en el estilo de vida que llevamos. Una canción puede ser un encuentro muy personal. Hay ciertas relaciones que se han tratado de establecer entre el carácter de una persona y la música, pero no podemos generalizar y postular un patrón. Por ejemplo, hay gente introvertida a la que le encantan géneros estridentes”, señala Pastor.

Viajar en el tiempo a través de la música es irremediable. Una canción, un estribillo, activa postales del pasado. “Eso explica el éxito de los empresarios que traen artistas de décadas pasadas. Porque a través de sus canciones muchos vuelven a vivir su adolescencia”, dice Custodio. Y quizás aquello sugiera alguna pista sobre las programaciones de nuestras radios, estancadas entre los 80 y 90, tiempos de adolescencia para el grueso de la actual población económicamente activa.

Cuando no había grandes responsabilidades, teníamos canciones. Y como dice David Levine, autor de This is Your Brain on Music, nuestras canciones adolescentes son Nuestras Canciones.

Para ver:
No dejes de dar click a la conferencia de David Levine.

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