La noche del 16 de julio de 1992 los terroristas de Sendero Luminoso hicieron estallar un coche bomba en el centro de Miraflores. Murieron 25 personas y más de 150 quedaron heridas.
La noche del 16 de julio de 1992 los terroristas de Sendero Luminoso hicieron estallar un coche bomba en el centro de Miraflores. Murieron 25 personas y más de 150 quedaron heridas.


Por Guillermo Nugent

Hoy 16 de julio se cumplen 25 años del atentado de Sendero Luminoso en la calle Tarata de Miraflores. A las 21:20 de esa noche estalló un coche bomba con unos 400 kilos de explosivos, en un lugar estrecho de edificios altos. Murieron 25 personas, cinco de las cuales no pudieron ser identificadas; asimismo, hubo cinco desaparecidos y 155 heridos. Cuatro años después, la Dincote capturó a los autores inmediatos, que dos años más tarde recibieron condenas. Esta es la información básica, el esqueleto de los acontecimientos. Insuficiente para entender la persistencia en el recuerdo y su carácter de hito en la memoria pública de lo sucedido en esos años.

El clima político y emocional en el país —y en particular en Lima Metropolitana— estaba marcado por la crispación. Los coches bomba eran algo que formaba parte de un escenario que precisamente buscaba crear el terror en la población. Entre enero y julio de ese año habían estallado 37 de ellos, todos en Lima. El sobresalto era una característica de la realidad cotidiana.

La noche del 16 de julio de 1992 los terroristas de Sendero Luminoso hicieron estallar un coche bomba en el centro de Miraflores. Murieron 25 personas y más de 150 quedaron heridas.
La noche del 16 de julio de 1992 los terroristas de Sendero Luminoso hicieron estallar un coche bomba en el centro de Miraflores. Murieron 25 personas y más de 150 quedaron heridas.

Se sabe que el lugar inicialmente planeado para el atentado era la fachada del Banco de Crédito, en la esquina de la avenida Larco y la calle Schell. Un lugar bastante más concurrido. La vigilancia del banco no dejó que el auto con explosivos estacionara y la alternativa fue dejarlo en la calle lateral. Fue empujado para que llegara al local del banco desde un costado pero estalló a la mitad de la cuadra.


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De los recuerdos se puede decir algo similar que sobre el río de Heráclito: nadie tiene los mismos dos veces. Nuestras maneras de recordar cambian permanentemente, a veces con sutilezas casi imperceptibles, otras de manera drástica, como sucede usualmente con las decepciones. Las realidades del presente son el paso obligado de cualquier recuerdo de lo vivido.

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En 1992, la mayor parte de nuestros países vecinos debatía sobre el sentido de los 500 años de la llegada de Colón al nuevo continente. En el Perú, y especialmente en la capital, el presente era demasiado apremiante. El manto de la zozobra cubría las actividades de quienes entonces éramos —y ahora minoritariamente somos— los habitantes de la ciudad. Ya había sucedido en febrero el espantoso asesinato de María Elena Moyano, la carismática dirigente de Villa El Salvador; en abril ocurrió el autogolpe. En mayo, un cruento desalojo y traslado de senderistas en el penal Castro Castro. Apenas dos días después del coche bomba de Tarata, el grupo Colina secuestró, mató y desapareció a nueve estudiantes y un profesor de la Universidad La Cantuta, en un acto que tuvo todas las características de una ilusoria represalia.

Cuando una frase se repite demasiadas veces, fuera de los espacios rituales, inadvertidamente su significado se desvanece. La agudeza inicial se convierte en un tanteo romo. Algo de eso sucede con “recordar la historia para que no se repita”. ¿Cómo podemos recordar, entender, formar una memoria de las atrocidades de hace 25 años de una forma que nos conecte de una manera más realista con nuestro presente?

Hace exactamente 25 años, el grupo terrorista Sendero Luminoso estalló dos coches bomba en el jr. Tarata, Miraflores.
Hace exactamente 25 años, el grupo terrorista Sendero Luminoso estalló dos coches bomba en el jr. Tarata, Miraflores.

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Los acontecimientos mencionados tienen algo en común: la falta de límites. Una sabia antropóloga inglesa escribió una vez que “el desorden es ilimitado”, que el orden consiste en poner límites. La violencia de Sendero Luminoso parecía no tener límites, y la disolución del Congreso era otra ruptura de límites. Las respuestas del Estado a la violencia terrorista, en ocasiones como las del grupo Colina, también se caracterizaban por la falta de límites. Cuando hablamos de legalidad, de derechos humanos, fundamentalmente estamos hablando de límites. No son en primer lugar impedimentos, son la formación de un espacio que permite compartir sentidos de justicia, libertades, necesidades, propiedades. Un espacio de encuentro, en suma. Esos son los límites de una legalidad democrática, muy opuestos a la imposición autoritaria que persigue y aniquila.

Tal vez destaco este aspecto porque las tragedias que hoy nos conmueven muestran en toda su crudeza la falta de límites, como las condiciones de trabajo en las que murieron los jóvenes en el incendio de Las Malvinas hace unas pocas semanas. De una manera menos cruenta, por cierto, pero dentro del mismo espectro emocional, están esos videos que de manera intermitente aparecen en las redes sociales y que muestran a gente que pierde el sentido de los límites y empieza a vociferar insultos racistas en espacios públicos. O la corrupción misma, que lamentablemente se aborda solo desde el lado punitivo —“que se vayan a la cárcel”—, y no desde lo más grave, es decir, la falta de límites en el manejo de la cosa pública.

Monumento en conmemoración de las víctimas del atentado en Tarata de 1992. 
[Foto: Alonso Chero / Archivo]
Monumento en conmemoración de las víctimas del atentado en Tarata de 1992. [Foto: Alonso Chero / Archivo]

Las tragedias que conmemoramos tienen sentido pleno si nos comprometen a mantener un sentido crítico ante nuestro presente. Es demasiado optimista creer que ya estamos en un momento completamente distinto al de hace un cuarto de siglo. La mejor manera de honrar la memoria de nuestros muertos —y nuestros son todos— es terminar con esta falta de límites, con este reino del antojo, la prepotencia, del miedo a pensar libremente.


Ceremonia de conmemoración
Hoy, a las 15:30 en el (bajada San Martín 151, Miraflores), se rendirá un homenaje a las víctimas del atentado de Tarata. Luego habrá una peregrinación al Bulevar de la Solidaridad.
Más información: https://goo.gl/yYFtPo

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