Retrato al óleo de Alexander von Humboldt en Sudamérica, por Friedrich Georg Weitsch (1806) (Créditos: Alienationale Galerie)
Retrato al óleo de Alexander von Humboldt en Sudamérica, por Friedrich Georg Weitsch (1806) (Créditos: Alienationale Galerie)
Alessandra Miyagi

El 30 de junio de 1804, la fragata Favorite, perteneciente a la
armada imperial francesa, partió de la desembocadura del río Delaware, en Filadelfia, Estados Unidos, y enrumbó hacia el noreste. Durante seis semanas recorrió casi seis mil kilómetros a través del océano Atlántico hasta las costas de Burdeos, en Francia, llevando consigo un tesoro de incalculable valor. Más de 40 baúles repletos de miles de dibujos; meticulosos apuntes astronómicos, geológicos, botánicos y meteorológicos; y alrededor de 60 mil ejemplares de plantas, dos mil de las cuales eran desconocidas en Europa.

Aunque el viaje fue largo y, en algunos puntos, bastante peligroso —no solo por la violencia del viento y el mar, sino también por la constante amenaza de los barcos enemigos—, para Alexander von Humboldt (Berlín, 1769 – 1859), esta fue una travesía ordinaria. Después de todo, tras cinco años de aventuras indecibles por el Nuevo Mundo, no solo había navegado las aguas de varios ríos y mares americanos, sino que había logrado sobrevivir a los traicioneros rápidos del Orinoco y a un furioso huracán caribeño que estuvo a punto de arrojar a la tripulación entera hacia las aguas repletas de tiburones.

A bordo del Favorite, Humboldt se dedicó a escribir en su diario, revisar apuntes, planear futuras publicaciones y, sobre todo, a recordar. La impactante visión del Chimborazo, el volcán ecuatoriano que tanto lo había obsesionado, cubierto por una densa capa de nieve; el aroma y sabor de las frutas desconocidas; la sensación de la tierra que convulsionaba bajo sus pies; las constelaciones nunca antes vistas del hemisferio sur; el vértigo que recorría su espinazo cada vez que avanzaba por montañas abismales; los colores intensos de los animales y plantas exóticos; el permanente acoso de mosquitos descomunales. Los recuerdos se agolpaban en su mente con la intensidad que solo podía evocar una memoria tan prodigiosa como la suya. Pero, al final, todo ello se mezclaba para recrear una imagen absoluta: la salvaje exuberancia de la naturaleza, perfecta y total.
Con la piel tostada por el sol y la brisa marina, cicatrices de viejas ampollas supurantes en todo el cuerpo, y la ropa desgastada por el uso, Humboldt reapareció en París a principios de agosto, donde unas diez mil personas corrieron a recibirlo. Su travesía a lo largo de las tres Américas —donde recorrió Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Cuba, México y los Estados Unidos— lo había convertido en el hombre más famoso de su tiempo, únicamente por detrás de Napoleón Bonaparte.

Schiller, Wilhelm y Alexander von Humboldt con Goethe en Jena. Dibujo de Adolph Müller (Ca. 1797). (Fuente: www.friedrich-schiller-archiv.de)
Schiller, Wilhelm y Alexander von Humboldt con Goethe en Jena. Dibujo de Adolph Müller (Ca. 1797). (Fuente: www.friedrich-schiller-archiv.de)


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Con poco menos de 35 años, el menor de los hermanos von Humboldt no solo había desarrollado las facultades intelectuales de una persona promedio —cosa que sus maestros de la infancia dudaban—, sino que fue la mayor celebridad del mundo científico. Podía presumir, además, de un vastísimo conocimiento en diversos asuntos; de ser el primer científico en explorar varios ecosistemas, montañas y volcanes ignotos; de haber escalado más alto que ningún otro hombre hasta entonces —5.917 metros, para ser precisos—; de ser el inventor de las isotermas —las líneas en los planos cartográficos que marcan la temperatura y presión de la atmósfera—; de haber descubierto el ecuador magnético; y de ser el primero en advertir sobre el nocivo cambio climático provocado por la interferencia del ser humano.

Pero, como anota Andrea Wulf, profesora del Royal College of Art de Londres y autora de La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt —un exhaustivo y precioso recorrido por la vida y obra del naturalista berlinés—, su mayor aporte fue haber refundado el concepto mismo de naturaleza y, con él, haber impulsado el desarrollo de las ciencias. La naturaleza, había concluido Humboldt, no se trataba de una gran máquina inerte, como pensaban los ilustrados, sino de una fuerza global sostenida por un delicado equilibrio, en la que cada elemento, incluso el más insignificante, jugaba un papel fundamental en la cadena de la vida. Con este nuevo enfoque holístico, Humboldt sentó las bases de nuestra cosmovisión moderna.

Sin embargo, no todo fue razonamiento puro y mediciones exactas para él. Al lado del escritor Johann Wolfgang von Goethe, su íntimo amigo, Humboldt aprendió a utilizar las emociones y la imaginación como “nuevos órganos” con los cuales entender el mundo. De igual modo, sus observaciones no se limitaron únicamente a las ciencias naturales. América le mostró las miserias de la esclavitud, la brutal explotación de los pueblos indígenas y las injusticias que soportaban los ciudadanos de las colonias. Y, aun cuando ya era un feroz crítico de la esclavitud y el colonialismo, este viaje consolidó su ideología y le permitió contribuir, aunque indirectamente, con la causa independentista. “Bolívar afirmó que Humboldt ‘despertó América con su pluma’. Con ello se refería a que sus descripciones de Sudamérica como una región majestuosa infundieron en los criollos un sentimiento de orgullo por su tierra, lo cual avivó los deseos de libertad”, nos dice Wulf desde su casa en Londres.

El último retrato de Alexander von Humboldt, por Julius Schrader (1859), a los pies del Chimborazo.
El último retrato de Alexander von Humboldt, por Julius Schrader (1859), a los pies del Chimborazo.


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Durante las dos décadas posteriores a este viaje iniciático —que complementaría con una única expedición posterior por Rusia—, Humboldt fue publicando, junto con Aimé Bonpland —botánico francés y compañero de viajes— sus impresiones y teorías en el colosal Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, un exhaustivo estudio compuesto por 30 folios bellamente escritos, que es junto con Cosmos (1845-1858) su obra más importante. Tales eran la popularidad y el interés que despertaban los textos de Humboldt en toda Europa que los lectores sobornaban a los libreros para ser los primeros en obtener los preciados ejemplares.

Al cabo de unos pocos años, su fama había logrado trascender todas las fronteras. Cientos de monumentos, parques, montañas, ciudades, bahías, ríos, glaciares y regiones enteras de todo el mundo —desde Alemania, pasando por China, Tasmania y América, hasta la inclusive la luna— fueron bautizados en su honor. De hecho, hasta el día de hoy, Humboldt sigue siendo la persona cuyo nombre ha designado más lugares en la tierra, eso sin contar las 300 plantas y los más de 100 animales —como el calamar y el pingüino de Humboldt— que también llevan su nombre.

Su agudeza mental y su capacidad analítica fueron elogiadas por miles, e incluso ejerció una influencia considerable en muchas de las figuras más destacadas de su tiempo. Thomas Jefferson, Charles Darwin, Simón Bolívar, Samuel Taylor Coleridge, Henry David Thoreau, Friedrich Schiller y, en especial, Goethe —a quien incitó a retomar sus investigaciones científicas, y sirvió como modelo para crear a su inmortal Fausto— descubrieron en las conversaciones y textos del polímata refrescantes fuentes de inspiración.

Con el paso del tiempo, no obstante, su legendaria figura se fue desvaneciendo del mundo académico hasta verse relegadoa la categoría de viajero. Para Wulf, cuyo libro es un intento por reivindicar a este inagotable personaje, existen diferentes razones que explican su injusta posición en la repartija de la gloria científica. “Primero que nada, no hay un solo descubrimiento asociado a su nombre. Humboldt no formuló una teoría a la manera de Darwin, sino que propuso una visión holística, y sus ideas se volvieron tan evidentes que el hombre detrás de ellas desapareció. En segundo lugar, fue el último de los grandes polímatas y, cuando murió en 1859, las ciencias habían alcanzado un nivel de especialización tal, que los científicos menospreciaron a los pensadores como él por considerarlos demasiado generalistas. En tercer lugar, un científico que insistía en utilizar los sentimientos y la imaginación como herramientas para comprender la naturaleza no era aceptable desde el enfoque científico del siglo XX. Y, por último, pero no menos importante, con el estallido de la Primera Guerra Mundial, el sentimiento antigermánico se hizo tan fuerte en el mundo angloparlante, que ya no era momento de celebrar los logros de un alemán”, nos explica la especialista inglesa.

Cincuenta años después del viaje que moldearía su destino, Alexander von Humboldt moría de una apoplejía en su casa de Berlín. Aunque sumido en la pobreza, sus funerales estuvieron a la altura de su legado. “¡Qué gloriosos son estos rayos de sol, parecen llamar la tierra a los cielos!”, se dice que fueron sus últimas palabras. Hoy, a más de 150 años de aquella tarde brillante, Wulf nos invita a redescubrir al otro gran descubridor de América.

Andrea Wulf, autora de "La invención de la naturaleza". (Foto: Getty Images)
Andrea Wulf, autora de "La invención de la naturaleza". (Foto: Getty Images)


Humboldt en el Perú

A fines de octubre de 1802, tres años después de iniciada su travesía, Humboldt llegó a Lima. Aunque originalmente no pensó pasar por nuestro país, su breve visita dejó una estela imborrable en la historia nacional. Durante su estancia, tuvo ocasión de estudiar las propiedades fertilizantes del guano de las aves en la agricultura, estudios que posteriormente incitaron al Gobierno a exportar esta materia prima. Asimismo, se dedicó a medir la temperatura de las aguas heladas que discurren por las costas del Pacífico. Y pese a que él mismo rechazó todo crédito por el “descubrimiento” —pues, como dijo, la gente local tenía conocimiento de su existencia desde hacía siglos—, años más tarde este sería bautizado como la corriente de Humboldt.

Pero, sobre todo, opina Wulf, “la contribución más resaltante de este viaje fue su retrato de la cultura inca. Cuando regresó a Europa, lo hizo cargado con grabados espectaculares de la impresionante arquitectura y la sofisticación de las ancestrales culturas indígenas, lo cual inspiró a muchos otros investigadores a estudiarlas”.


Sobre el libro

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Nombre: La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt
Autora: Andrea Wulf
Editorial: Taurus
Páginas: 584
Precio: S/ 99,00

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