Si bebo vino aguado / berros me nacerán en el costado, escribió, en el siglo XVII, Lope de Vega tanto él como Quevedo y otros autores del Siglo de Oro español aluden con frecuencia en sus obras a la costumbre de los taberneros madrileños de bautizar el vino mezclándolo y alargándolo con agua.
Pero cuando hablamos de la relación entre el agua y el vino no nos referimos a eso. El hecho es que el agua, algunas aguas mejor dicho, están muy relacionadas con el vino. Con grandísimos vinos, para ser exactos: algunos de los mejores vinos del planeta se elaboran con uvas cosechadas junto a cursos fluviales bien conocidos. Son ríos de agua, sí, pero también ríos de vino.
LOS RÍOS DEL VINO Algunos están en la mente de todos. Quién no ha oído hablar de los vinos del Rhin, sean alemanes o alsacianos; quien no conoce, aunque sea por referencias, los vinos del Loira, que le dan tanta fama como sus castillos; los vinos del Ródano Ríos cuyo nombre va íntimamente asociado al de grandes vinos.
No siempre es así. No siempre el vino lleva el nombre del río que le da vida, pero el río está allí. Piensen en los vinos de Burdeos. O en los de borgoña. O en los riojas. O en los oportos. Llevan un nombre genérico geográfico, de regiones o ciudades determinadas. Pero no existirían sin sus ríos.
Burdeos es el río Garona. En ambas riberas, la izquierda y la derecha, surgen nombres que todo amante del vino venera: Pauillac, Médoc, Sauternes, Pomerol, Saint-Emilion, entre otros.
Menos conocido quizá sea el Saona, que en realidad es un afluente del Ródano, a cuyas orillas se elaboran algunos de los mejores vinos de la Cristiandad. Algo tendrá el agua del Saona (y, naturalmente, las uvas de la tinta Pinot Noir y la blanca Chardonnay) cuando sale de allí lo que sale: vinos que nos acercan a la gloria.
El rioja se debe al río Ebro, y a los cinco afluentes que le entran por el lado de estribor; en España hay otro gran río de vino, éste compartido con Portugal: el Duero (Douro para los lusos), del que nacen los grandes tintos llamados, justamente, de la Ribera del Duero. Y otro de los vinos míticos del planeta, ese invento angloluso que llamamos vino de Oporto.
Podríamos seguir, pero creemos que bastará con estos botones de muestra. Parece que tenemos que tener muy claro que donde hay buenas aguas hay buenos vinos.