MARÍA PÍA BARRIENTOS Redacción online

Aristóteles Onassis, el que fue el hombre más rico del mundo, llegó a su restaurante y tras probar sus delicias quiso llevárselo con él. “Me ofreció su yate y su casa y le dije que no. Le dije que yo era un huaco arqueológico, propiedad nacional del Estado, y que no puedo salir del país. A mí no me saca nadie de mi cocina, afirma tajante Pedro Solari, quien a sus 91 años es uno de los más grandes cebicheros del país.

En el día de este platillo nacional, repasamos la historia del gran patriarca de su sabor, el hombre al que, según comenta Solari, Javier Wong llama ‘Papá’.

EL CREADOR Nadie le enseñó a cocinar. Jamás siguió una receta. Desde chico se metía a hurtadillas a la cocina. A su madre no le gustaba que estuviera allí. Le decía que no iba a ser “un vulgar cocinero”, que los hombres no pertenecían a la cocina. A él no le importaba.

“A los 12 años creé el cebiche (como lo comemos hoy)”, recuerda. Este platillo se hacía macerando el pescado en limón por unas 5 horas. “Quedaba como corcho”. Él decidió hacerlo al instante, en menos de 5 minutos. A sus familiares les encantó.

Después, a los 14 años, fue a trabajar a un consultorio. Lo que más lo emocionaba era la gran cocina del lugar. “Así que yo dije, estoy en mi garbanzal, aquí haré mis experimentos”. Y así fue. Un día el doctor Colichón lo descubrió haciendo sus potajes y comenzó a llevarle clientela. Un italiano para el que también trabajó le prestó luego su cocina. Años después se mudó a Jesús María y creó un restaurante a puerta cerrada: solo pasaban sus conocidos.

LIBRE E INDEPENDIENTE Ahora camina lento. Apoyado en un bastón. Sin embargo, no deja que nadie lo ayude. “Yo todo lo hago solo”, afirma.

Don Pedrito jamás se casó, pero tiene 8 hijos postizos. Tres veces estuvo a punto de dar el rotundo “sí, acepto´”. Su primera novia murió de fiebre tifoidea. La segunda le preguntó cuánto ganaba y, con todo comprado, Solari canceló el compromiso. La última vez que pensó en boda tenía 28 años.

“La tercera novia no quería que fuera a ninguna fiesta y yo era jaranero, todos los días tenía fiestas. Me decía que no tuviera muchos amigos, que no tomara mucho. Así que un día le dije, ‘vamos a tomarnos un tiempito’. Así se pasó el tiempo, yo seguía en juerga. La pobre me esperaba en su balcón. Después la vi con otro muchacho y dije, ‘gracias a Dios’”, dice pícaro, con una sonrisa.

A SU MANERA Su restaurante mide solo unos metros y en él solo hay unas 5 mesas. Parece transportarnos a otro tiempo.

“No le he hecho reformas ni nada. Lo tengo a la antigua. Si tuviera un restaurante más grande no podría conversar con el público. Si buscara un cocinero ya no sería la misma mano. A mí me gusta cocinar cuando la gente está sentada a la mesa. Me gusta que la comida salga de la olla a la mesa”, comenta.

Pedro Solari parece vivir el momento. Disfruta de lo que la vida le dio y no se queja.

“Soy feliz a mi modo. No le doy recetas a nadie porque nadie va a ser la comida como la hago yo. Acá esto muere conmigo”, sentencia.

¿DÓNDE IR? El restaurante de Pedro Solari se enclava en el Jr. Cahuide 945, en Jesús María.