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La crítica gastronómica de Paola Miglio a Freshii de Miguel Dasso
Paola Miglio

Paso por la calle Miguel Dasso, esquina con Álvarez Calderón, y me llama la atención Freshii, con su logo simple, su amplia terraza y pulcro salón. Es una cadena canadiense de comida casual y saludable que abrió hace un tiempo en Lima y ya tiene dos locales. Casi siempre veo un par de mesas llenas, pero a la hora del almuerzo, el local revienta. No hay silla libre y hay que hacerse espacio. El nombre claramente evoca a la frescura, el espacio también, la propuesta va a lo vegetal, a los granos, a lo sano. Te puedes preparar tu propio bol de ensaladas o puedes elegir uno ya preparado. Hay con tintes mexicanos, tailandeses, de la India. Como toda franquicia de cocina rápida, imagino, tiene ya todo listo para que la cosa salga veloz.

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Y comienzo a indagar. A probar. A preguntar, como quien no quiere la cosa, de dónde viene el salmón que ofrecen como proteína. No lo saben. Ni el encargado de tienda. La carne, la quinua. Nada. Trazabilidad, no encontramos. ¿No es ese acaso un valor agregado en esta tendencia? ¿Saber de dónde viene lo que se come? Eso sí, se muestran atentos y amigables. Luego llega la orden: el tiempo de espera no es mucho (claro, a fin de cuentas, es un 'fast food'), el encuentro con los primeros platos es casi un descalabro.

Unos fideos de arroz en una pincelada de salsa de huancaína de almendras con una porción grande de aceitunas negras y zanahoria. Ah, me olvidé de contarles que la idea es que en cada lugar donde se abra un Freshii, el espacio recoja data local (insumos, preparaciones). Volviendo a la pasta, el punto de cocción no es malo, lamentablemente la salsa es insulsa y escasa, lo que hace que casi todo sepa a aceituna, el pollo que agrego como proteína arrastra un ligero sabor a guardado. Mi compañero de aventura tiene más suerte, se engancha con un burrito que se muestra generoso: mezcla arroz integral (todo el arroz que sirven es integral y no tiene mal punto), con frejolillos negros, maíz amarillo, palta y vegetales.

Le doy otra oportunidad, vuelvo por ensaladas, por un bol de arroz con curry y otro de quinua. Una vez más por un burrito, que vuelve a salvarse. La proteína de esta vez es lomo fino, el precio se eleva, pero la carne es suave y está picada en dados importantes. El resto, confirmamos, carece de sentimiento. Y entonces, comienza a descascararse esa pintura bonita. Entiendo que es un lugar de cocina rápida que vende una ilusión de frescura. Que lo que podía haber estado crujiente y jugoso, llega seco y desolado (aquí he probado la lechuga más triste y crocante, la zanahoria de anaranjado más intenso y más insulsa). Que todo es una fórmula que funciona a la hora del almuerzo, pero que al final se vende una idea, se conquista con la foto y el discurso.

Pisé el palito. El local está ubicado estratégicamente al lado de una reconocida tienda de venta de productos de calidad y bien escogidos. Es más, comparten espacio. La idea es interesante, la practicidad y la variedad invitan al retorno. Sobre todo en estos tiempos sin tiempo, en los que es un trabajo extra cocinar en casa, en donde casi todo llega por delivery, en donde comienza a hablarse de lo saludable con más intensidad. Una propuesta de este calibre se convierte en una tentación. ¿En una buena solución? Por el momento, lo dudo. Menos para el día a día, pues el precio es elevado. Un ingrediente fresco habla, cruje, vibra, tiene sabor y te cuenta una historia. Quizá si se tiene eso en consideración, la cosa mejore.

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