MARÍA PÍA BARRIENTOS @pia_barrientos Redacción online

Me dice que se va a cambiar. Regresa enfundado en una camisa que reza “Juan Aymar”, el nombre de su hijo, ese que “se fue al cielo” hace tres meses ya, tras estrellar su camioneta contra un árbol, ese que Fidel Aymar no cesa de recordar. Juan, aquel que quería abrir restaurantes en el extranjero, el que, al añadirle leche, ideó la gran insignia de El Verídico de Fidel: su leche de tigre. “Él me superó”, me dice orgulloso Fidel, mientras continúa recordando. Hoy sigue trabajando. A veces el trabajo ayuda a olvidar, reflexiona el patriarca de una de las cebicherías más reverenciadas de la capital. Aquí las alegrías, luchas, tristezas y triunfos de un símbolo de nuestra comida.

LA CUNA DEL REY DEL PESCADO “Prácticamente nací en un balay (una canasta de mimbre en la que se llevaba antiguamente el pescado)”, cuenta el cebichero. Aunque sorprenda, su declaración es casi literal. “Cuando mi mamá iba a comprar pescado al Callao (tenía un puesto en La Victoria) me metía ahí como si fuera mi cuna, hasta esperar que compre y así crecí yo”, recuerda.

A los 10 años se quedó huérfano. Dejó el colegio antes de culminar la primaria. “Eso me cambió la vida y trabajé. Vendía limones, gaseosas, tomates, he vendido de todo”. Las calles del distrito en el que nació, La Victoria, se convirtieron en su escuela. “En la calle se aprende un montón”, sentencia.

Cuando quiso perfeccionarse en el arte de la cocina decidió entrar a trabajar en ello. “Fui lavador de platos en varios restaurantes. Yo ya sabía mi técnica (su madre, quien también vendía cebiche, le enseñó), pero iba mirando y aprendiendo. Un día un amigo me dijo; ‘aprende porque esto un día te va a dar de comer’”, cuenta. Aquel pronóstico lo marcó. Un día el vaticinio se hizo realidad.

DE LA CARETTILA A LA CADENA “Hace 24 años empezamos en una carretilla, con mi esposa y mis hermanos. Mis hijos todavía estaban pequeños. El más entusiasta era mi hijo que falleció. Él quería aprender, quería ver, quería saber”, explica.

Fidel Aymar vendía sus preparaciones frente a la puerta de oriente del estadio de Alianza Lima. Pero luego de años, estaba decidido a dejar el negocio. “Las cosas vienen de Dios, porque yo quería desaparecer, ya no quería vender cebiche, porque no tenía local, estaba en la calle. Hasta que acá adelante (señala la parte delantera de su restaurante) un día un señor que tenía una agencia dejó el local y le dije a la dueña que me lo alquile. Aceptó, pero no tenía mesas, ni sillas, ni nada, fue un momento duro. Con mi esposa, trabajando, cada vez que teníamos una platita comprábamos una mesa, una silla y así nos hicimos de 6 mesas, poquito a poco”, relata.

EL VERDADERO Elegir como se llamaría el restaurante no fue tarea sencilla, más aún porque, según cuenta, alguien se llevó el nombre con el que lo conocían cuando aún trabajaba en la calle. “Nosotros éramos ‘Barrunto’ (el restaurante Mi Barrunto hasta hoy opera en La Victoria), pero después cambiaron las cosas. Mi hijo se asoció con un amigo. Él le puso así a su restaurante y se quedó con el nombre, porque lo patentó, pero nosotros éramos Barrunto originalmente. Por eso viene el nombre de El verídico de Fidel. Cuando pusimos el restaurante y pensamos en un nombre dijimos ya, no vamos a poner el barrunto, vamos a poner el verídico, porque es el verdadero”, explica Fidel.

Hoy el restaurante tiene ya 12 años. El local se expandió y con el tiempo se abrieron dos sucursales más; una en La Molina, la otra en Miraflores. ¿El secreto de su comida? “Su frescura”, responde sin dudarlo Fidel.

“Hoy en día tenemos el negocio, mis hijos son profesionales, mi esposa está muy bien, ya tenemos 38 años de casados, ¿qué más le puedo pedir a la vida?”, dice don Fidel.

Antes de terminar me confiesa que no le gustan las entrevistas, que no es lo suyo. “Lo estoy haciendo a nombre de mi hijo. A él si le gustaban. Era medio ‘figureti’”, recuerda nostálgico, pero con una sonrisa.

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El Verídico de Fidel La Victoria: Jr.Abtao 935. T: 325-4478 La Molina: Flora Tristán 508. T: 348-5768