Nuestra comida no solo es rica en sabor, sino también en tradición y, tal como nuestro pueblo, es producto del mestizaje. Uno de los platos que mejor grafican esta fusión de culturas es el sancochado, infalible remedio contra el frío. Aquí la historia de este plato.
Dos preparaciones antiquísimas se unieron para parir esta ‘sopa madre’. Por un lado tenemos al timpu (o timpo), sopa andina que se prepara a base de col, carne de alpaca y tubérculos. Es un plato típico de los carnavales (febrero) y suele servirse a la hora del almuerzo: primero el caldo y luego un plato con las carnes de res y de cordero, la chalona (cecina de alpaca o cordero) y lonjas de tocino magro, además de col, yuca, virraca o arracacha, moraya (chuño blanco), papas, zanahoria, camote, durazno, garbanzos cocidos y arroz.
El otro padre de la que es quizás nuestra sopa de bandera, es el reponedor cocido madrileño, uno de los platos más representativos de la cocina española. Este guiso hecho en una olla con agua tiene como ingrediente principal a los garbanzos e incluye también verduras, alguna carne y un embutido. Solía ser consumido por las clases más bajas. Cabe recordar que no fueron precisamente los aristócratas quienes se embarcaron en un inicio a la conquista de nuestra tierra.
A su vez, este representativo potaje madrileño es de origen judío. Según la historiadora Claudia Rodén desciende de la adafina, una sopa que solía cocinarse a fuego lento en la noche del viernes, para que estuviera lista en el Sabbat (sábado), día de descanso de los hebreos y en el que no pueden encender el fuego.
En la Ciudad de los reyes ambos platillos se convirtieron en uno: el sancochado, delicia que sabe a mezcla. Una de las primeras referencias que tenemos de este potaje nos la da Ricardo Palma, que en sus Tradiciones peruanas afirma que en Lima el sancochado era “el santo que más devotos tenía”.
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