(Foto: Catalina 555/El Comercio)
(Foto: Catalina 555/El Comercio)
Paola Miglio

Catalina 555, la apuesta del chef Heine Herold, se mueve de barrio (como en la crítica del viernes pasado): de La Victoria a San Isidro. Ante esto, y viendo también que los casos de mudanza de restaurantes se multiplican, aprovecho para lanzar algunas inquietudes:

¿Por qué pocos distritos de Lima (San Isidro, Miraflores, Barranco, San Borja y Surco) concentran la mayoría de la más novedosa y arriesgada oferta gastronómica? ¿Por qué se prefiere pagar más por un alquiler y enfrentarse a más competencia en lugar de arraigar en alguno de los otros 38 distritos limeños?

La urbanista Mariana Alegre, directora de Lima Cómo Vamos, concuerda en que el fenómeno es bastante interesante. “Me atrevería a asegurar que para ganar determinada visibilidad hay que estar en el circuito. Al parecer se estaría reproduciendo en la cocina, a pequeña escala, el centralismo tan fastidioso que padecemos en el Perú”.

Si pretendemos ser una Lima gastronómica homogénea, la oferta necesariamente tendría que abrirse (y no solo a centros comerciales), lo que es complicado en una ciudad desestructurada, donde nadie quiere moverse de su zona. El tema queda para la reflexión.

Volvamos a Catalina 555, un restaurante que se está reinventando de a pocos. No tanto en la cocina, pues la idea y el sabor del anterior local se mantienen, mas sí en la infraestructura. La terraza, por ejemplo, se ha comenzado a poblar de hierbas y especias, pero estas se deberían duplicar para volverla más acogedora. Por el momento, la carta es la encargada de transmitir esa cuota de cariño que falta en el espacio.

Sus fuentes de guisos entrelazan un rescate de lo casero que se combina con insumos de temporada y sabores del mundo. Sus lentejas son confortables y media fuente es suficiente para dos (punto para el servicio de sala, que advierte su tamaño antes de que uno siga pidiendo). Llegan con huevo pochado, jamón serrano y un filete de trucha que reconfirma que no es necesario usar salmón, pues en Perú hay suficiente pescado. Al menos por el momento.

Está también la causa Catalina, cuya masa se sirve directamente del prensapapas, lo que le brinda una ligereza que no tiene aquella tradicional. Bastante contundente, se anima con mariscos y felizmente ha prescindido de muchos de los adornos que tenía la primera vez que la probé. Menos confusa y más directa, condensa mejor los sabores y el bocado es más concreto.

La frescura de las almejas y el carpaccio de lomo es también una buena muestra de la calidad del insumo con el que se trabaja: el queso rallado que completa este último plato cae ligero y casi transparente, como una garúa abundante. Su chaufa amazónico también llega a buen puerto y su arroz con chancho al horno revela el conocimiento técnico y la experiencia de Herold. Solo en los postres falta ajustar el dulce: no siempre más es mejor.

La travesía de Catalina 555 ha sido intensa desde su apertura (2014). Sin embargo, ya desde que se encontraba en La Victoria y en un espacio mucho más reducido, su cocina despertaba interés y refrescaba el a veces tan estricto circuito culinario limeño. Es bueno que aparezcan chefs con conceptos sólidos que plantean una cocina personal basada en un recetario propio y familiar. Que vengan más.

AL DETALLE...
​Tipo de restaurante: brasería-picantería renovada.
Dirección: Calle Santa Luisa 156, San Isidro.
Teléfono: 637-8292.
Horario: de lunes a sábado, de 12 m. a 4 p.m., y de 6 a 11 p.m.; domingo de 12 m. a 5 p.m.
Estacionamiento: puerta calle.
Bebidas: cervezas, vinos, cocteles y refrescos naturales.
Precio medio por persona (sin bebidas): S/ 70.
Calificación: 15 puntos de 20

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