Tabla de picar: Cambio de hábito, por Catherine Contreras
Tabla de picar: Cambio de hábito, por Catherine Contreras
Catherine Contreras

A mi sobrino Nicolás no le gusta la anchoveta, ¡le encanta! Él tiene hoy 15 años, pero desde pequeño se enganchó a ese sabor. Su notoria preferencia –se podía comer una lata de conserva solito– siempre me llamó la atención, porque en mi familia nunca tuvimos costumbre de comerla, y cuando en algún momento llegó a la mesa, varios huimos a causa de su sabor.

Por eso me resultan admirables los esfuerzos que muchos cocineros tienen para idear recetas que promuevan el consumo a base de este insumo. El valor nutritivo de sus fórmulas culinarias está descontado, considerando que la anchoveta es rica en vitaminas y minerales, pero también en omega 3, una grasa esencial que nuestro cuerpo no produce y que según los especialistas refuerza el sistema inmunológico y el desarrollo cerebral, de ahí que sea tan recomendado ofrecerla a nuestros hijos.

Lo que me preocupa es cómo los adultos asumimos el consumo de anchoveta. Personalmente nunca la como porque la encuentro intensa. Y si es cierto que muchos hábitos se instalan desde el ejemplo, en el hogar, pues es casi un hecho que mi descendencia no conocerá los beneficios de este pez azul. 

¿Debería tirar la toalla? No. Hace poco el neurólogo Atom Sarkar me dijo que la manera (positiva o negativa) en que se instala la memoria del gusto está relacionada con las experiencias de consumo. Esto significa que mi percepción gustativa de la anchoveta podría variar si encuentro algún aspecto que me cautive sobre este alimento. Quizá la solución esté en ese charquicán de Carquín. Probaremos. 

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