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A 47 años de la muerte de José María Arguedas - 4
Carlos Batalla

El 2 de diciembre de 1969, el novelista peruano José María Arguedas decidió quitarse la vida por mano propia. No lo hizo por egoísmo o desprecio a los demás, sino por un dolor en el alma, en el espíritu y la conciencia. Su confrontación con ese Perú de constantes cambios sociales y económicos, de mezclas culturales a fines de la década de 1960 fue demasiado. Guardó en lo más profundo de su ser a ese niño sufriente y angustiado que sus biógrafos reseñaron. Lo recordamos hoy como el héroe cultural que nos legó su arte de imágenes y palabras, de esperanza y belleza en su mundo imaginario. Ese fue el escritor de “Los ríos profundos”, “Todas las sangres” y “El zorro de arriba y el zorro de abajo”.

El Perú que vivió Arguedas fue uno mestizo, de variadas tradiciones culturales, creencias y etnias; un país en formación y que buscaba consolidar su propia identidad. Por eso él siempre se sintió como un puente, un vínculo entre dos mundos; el andino y el occidental.

Vivió para escribir y su esfuerzo por darnos un retrato integral del país le costó la vida, aunque eso es algo que pocos están dispuestos a aceptar. Porque para entender las circunstancias en que se produce un texto literario, que es un proceso artístico, se debe tomar en cuenta variables humanas y emocionales, además del factor lingüístico.

Desde los cuentos de “Agua” (1935), pasando por “Yawar Fiesta” (1941), “Los ríos profundos” (1958), “El Sexto” (1961), “Todas las sangres” (1964), hasta su novela autobiográfica “El zorro de arriba y el zorro de abajo” (1971, póstuma), Arguedas grabó en molde no solo sus avatares personales, sino que intentó traducir los tiempos turbulentos que le tocó vivir.

Nació en 1911, entró en la universidad en 1930, su primer libro data de 1935 y el último de 1971. Fueron décadas de revoluciones y cambios muy intensos, trascendentales, donde prácticamente Arguedas dibujó el paso de un país agrario y con rezagos del siglo XIX a uno de producción masiva y urbanización galopante, moderno.

Una muerte que avisó

Por todo eso, esa tarde del viernes 28 de noviembre de 1969, en un salón de la Universidad Agraria La Molina, cuando el escritor apurimeño se desencajó un tiro en la sien que lo hirió mortalmente, el Perú entero lloró su desgracia. Ya había intentado otro suicidio en 1966, pero esa vez sí lo consiguió. Fueron cuatro días de agonía, hasta que el martes 2 de diciembre, a los 58 años de edad, murió en el piso 13 B del Hospital del Empleado, en Jesús María.

Dejó dos cartas: una para su viuda, la chilena Sybilla Arredondo, y otra para sus alumnos de la U. Agraria y su rector. ¿Cuándo las escribió? Todo reveló que lo había redactado entre el 27 y el mismo día del intento de suicidio, el 28. La depresión le venció la partida, luego de más de 20 años de enfrentarla y luchar contra ella.

“Me retiro ahora porque siento, he comprobado, que ya no tengo energía e iluminación para seguir trabajando, es decir, para justificar la vida”, dijo en la misiva dirigida a los universitarios.

Los médicos nada pudieron hacer con la bala que se había incrustado en su cavidad craneana. Dejó de existir a las 7 y 15 de la mañana. Descansó en paz de muchos cargos profesionales y académicos, de muchas angustias y necesidades artísticas y humanas.

Al mediodía del mismo 2 de diciembre, sus restos fueron trasladados a la antigua biblioteca de la U. Agraria, donde fueron velados, en medio de la tristeza general, pero también de la alegría que impuso la música que tocaron en su honor. El violín y el arpa fueron los protagonistas, hasta que a las 4 de la tarde se lo llevaron al cementerio El Ángel.

El domingo 7 de diciembre, El Dominical de El Comercio publicó el último artículo que Arguedas escribió. Él mismo lo entregó días antes de su propio atentado. El ensayo giraba en torno a la defensa del “auténtico arte popular peruano”, un tema que le generaba desazón y desconsuelo, por la indiferencia del Estado para el estudio y conservación de las tradiciones populares del país, lo que hoy encajaría en la denominación de “patrimonio inmaterial de la humanidad”.

Años después, en junio del 2004, en medio de una polémica, sus restos regresaron a Andahuaylas (Apurímac). Fue una fiesta para sus paisanos, pero no para su viuda, Sybilla, a quien el gesto le pareció oportunista por parte de las autoridades apurimeñas. Sin embargo, muchos afirmaron que el propio Arguedas había expresado ese deseo de ser enterrado en su tierra natal.

No hay duda de que las novelas y los cuentos, o los ensayos y estudios de José María Arguedas, de gran lucidez y coherencia, lo dejan marcado entre nosotros como un clásico de la literatura y de las ciencias sociales en el país. Así sea.

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