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A 60 años de la muerte de Hiram Bingham - 3
Carlos Batalla

Hiram Bingham tenía la presencia de un vigía, de un faro humano, pues bordeaba los dos metros de altura. Su condición de hawaiano –nació en Honolulu, el 19 de noviembre de 1875–  y su fama de viajar siempre con una Winchester y una Colt en la cintura, hicieron de él un personaje de leyenda. 
  
Era el hijo único de un misionero protestante; a su lado, el pequeño Hiram adquirió un carácter ascético, que lo ayudó a ser austero y firme ante sí mismo. Pero lo suyo no era refugiarse en los textos bíblicos, sino salir al mundo y conquistar su lugar en él. Luego estudiaría Ciencias Políticas y Artes en dos connotadas universidades estadounidenses: Harvard y Yale.  

Otra faceta suya es que fue un aviador pionero y que, como tal, luchó en la Primera Guerra Mundial, siendo conocido como el “Coronel volante”. Al final del conflicto bélico, el norteamericano fue jefe a cargo de una importante escuela de aviación en Francia.      

Un explorador “gringo” en el Cusco 

Pero su fama mundial proviene de un hecho que lo vinculó de por vida con el Perú. Bingham fue, para nosotros, un explorador norteamericano que dio a conocer al mundo entero el descubrimiento científico de la ciudadela de Machu Picchu, en el Valle Sagrado del Cusco.

Cuentan que Bingham encontró Machu Picchu cuando buscaba el último reducto de “Vilcabamba la Vieja”. Su afán era la de un aventurero, entre romántico y práctico, pero que finalmente logró trascender en la historia peruana y universal por su hallazgo histórico.

Su viaje a la sierra cusqueña en 1911 obtuvo el auspicio de la National Geographic Society, pero también de la Universidad de Yale y de la Sociedad Nacional Geográfica de Estados Unidos. En esa travesía, que se inició a lomo de mula por el lado izquierdo del Vilcanota, Bingham vislumbró la ciudadela inca el día 24 de julio de 1911. Estaba junto con sus acompañantes a unos 112 kilómetros de la Plaza de Armas del Cusco. 

Logró convencer luego al fotógrafo cusqueño Víctor Chambi para que hiciera fotos de la llamada “ciudad perdida de los incas”. Fueron varios viajes a la zona para que Chambi obtuviera cientos de imágenes de ese patrimonio arqueológico, sin duda el único lugar que prácticamente se salvó de la depredación española. Con las fotos de Chambi, Bingham ilustró sus detallados informes sobre Machu Picchu en la revista de la Sociedad Nacional Geográfica de su país. 

En los años siguientes, luego de la noticia de Machu Picchu, Bingham encabezó una serie de expediciones arqueológicas (entre 1912 y 1915) con la que buscaba profundizar sus estudios no solo de la zona arqueológica descubierta, sino también de las regiones menos conocidas del Cusco, en donde hasta entonces no había muestras de “restos prehistóricos”. 

El Comercio del 6 de marzo de 1915 informaba que el admirable explorador “desea hacer excavaciones en diversos lugares del Cusco y tener su cuartel general en Ollantaytambo, donde iniciaría el estudio de las piezas encontradas. Es su deseo también que a ese punto concurran estudiantes interesados en la arqueología. La expedición de este año espera ser tan exitosa como la de campañas anteriores”.   

La política atrajo a Bingham 

Tras toda la historia de Machu Picchu, de las piezas cerámicas que se llevó consigo a Estados Unidos y que fueron devueltas varias décadas después, el descubridor continuó su camino, pero no enfocado a la arqueología sino a la actividad política. Retomó así una senda coherente con su formación académica de Ciencias Políticas, pues llegó a ser gobernador y luego elegido en 1924 Senador por el Estado de Connecticut, donde impulsó, entre otras leyes, las primeras referidas a la práctica de la aviación. Estuvo en el Senado norteamericano hasta 1933.

Bingham se casó provechosamente en 1900 con una mujer de clase alta, Alfreda Mitchell (1874-1967), vinculada con la familia Tiffany, con la que concibió siete hijos. Se divorció de ella en 1937, y se casó ese mismo año con Suzanne Carroll Hill Clarke (1916-2013).  

La muerte le llegó en la ciudad de Washington D.C., Estados Unidos, el 6 de junio de 1956, a sus 80 años de edad. En el Perú, la noticia llegó a solo 10 días  de las elecciones presidenciales que darían como ganador al expresidente Manuel Prado Ugarteche. El general Manuel A. Odría estaba de salida, con pocas ganas de rendir homenaje a un antiguo descubridor norteamericano. 

Pero Odría seguramente aún recordaba que hacía ocho años, en 1948, Bingham había vuelto al Perú, al Cusco, junto a su segunda esposa Suzanne Carroll, invitado por el Gobierno Peruano a instancias de su amigo y ex rector de la Universidad Nacional San Antonio de Abab del Cusco, Alberto Giesecke, para asistir a la inauguración de una nueva carretera hacia Machu Picchu. Esta nueva vía fue bautizada con su nombre, y en esa ocasión el explorador llegó nuevamente a la ciudadela inca, con la que tanto se identificaba.     

La muerte del descubridor de Machu Picchu   

El Comercio del 7 de junio de 1956 lucía en su portada una nota sobre la fatal noticia, reivindicando los descubrimientos cusqueños de Bingham tanto en Machu Picchu como en Vitcos (camino a Vilcabamba), donde no se encontró –como algunos imaginaron– tesoros o joyas de oro. 

El cable noticioso de ese día añadía que el ex senador norteamericano había demostrado en la Cámara Alta de su país sus conocimientos sobre Latinoamérica y siempre procuró fortalecer las relaciones interamericanas. En esa etapa de su vida, hizo un gran esfuerzo por “mejorar las comunicaciones aéreas entre los países de este continente”.

El doctor Giesecke comentó a El Comercio que los indígenas que lo conocieron desde 1911 lo llamaban “El hombre de seis piernas”. Preguntado por el motivo de ese curioso apelativo, Giesecke aclaró que era porque “los dos metros de altura de Bingham, montado sobre una burra pequeñita, le hacían llegar sus piernas casi hasta el suelo, agregando su propia movilidad a la que le proporcionaba el escaso animal”.
         
Bingham era para Giesecke, su compatriota, “un explorador de una gran fuerza de voluntad”. Y es que no solo consiguió notables hallazgos en sus inspecciones en antiguas ciudades incas, sino que fue el primero en ascender al monte Coropuna (6.445 msnm) en Arequipa, el tercer nevado más alto luego del Huascarán (6.768 msnm) y el Yerupajá (6.634 msnm).

El Comercio informaba también que Bingham fue capaz de repasar la ruta del libertador Simón Bolívar, que recorría los países de Venezuela y Colombia, y la antigua ruta colonial de comercio, que iba de Buenos Aires a Lima. 

Hiram Bingham fue profesor en la Universidad de Yale, pero antes lo había sido en Princeton y Harvard, además de autor de una docena de libros relacionados con la política, la geografía y la historia en Sudamérica.           

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